No es infrecuente tener que escuchar aquella tontería de que la fe impide el pleno desarrollo de la capacidad de razonar. Se han llenado páginas y más páginas sobre el tema, demostrando que la realidad es justa la contraria: la fe ilumina el intelecto y nos abre a perspectivas de conocimiento que sin ella no alcanzaríamos. No voy a insistir sobre ello. Me limitaré a compartir con ustedes lo que he descubierto en el libro de Ernest Hello, Fisonomías de santos, en el capítulo que el autor dedica a san Bernardo.
Lo que he descubierto allí es
un ejemplo concreto de la hondísima penetración
psicológica del santo. Una fina
penetración dedicada a sus monjes pero que se puede aplicar a todos los estados
y situaciones y que parece, por cierto, escrita para nuestros días.
Hello hace
referencia a un texto de san Bernardo, el Tratado de los diversos grados de
la humildad y el orgullo, y nos explica cuáles son los doce grados del
orgullo:
1. La curiosidad (la curiositas, no la studiositas).
2.
La ligereza de espíritu, como cuando «la excelencia de que alardea entrega al orgulloso a
una alegría pueril».
3. La alegría inepta, que quiere ser admirada.
4. La jactancia: «si no hablara, reventaría… Se anticipa a las
preguntas, contesta sin ser preguntado, él mismo se hace las preguntas y
respuestas». ¡Qué fácil es conocer alguien así!
5. La singularidad: «Durante las comidas pasea la mirada por las
mesas y si ve a otro monje comer menos que él, se lamenta de ser aventajado:
entonces va escatimándose lo que antes creía serle indispensable, pues teme más
la pérdida de su gloria que los tormentos del hambre. Vela en las horas de dormir y duerme en el coro». Lo importante es ser
diferente, singular (en Cataluña, sin ir más lejos, sufrimos de una plaga de
orgullosos de este tipo).
6. La arrogancia: «no es que en lo que dice y hace crea ostentar
su religiosidad, sino que sinceramente se tiene por el más santo de los hombres».
Hello se
admira aquí de la notable observación de san Bernardo: es una arrogancia sincera, el orgulloso está convencido de que lo que se atribuye
es verdadero.
7. La presunción: «Si el monje que llega al séptimo grado del orgullo
no es elegido prior al venir la ocasión, dice que su abad tiene celos de él o
que se ha engañado». Pueden cambiar prior por director, secretario general, ministro,
arcipreste o el cargo que quieran.
8. Es cuando el hombre
defiende sus falacias. Grado peligrosísimo, del que
es muy difícil volver. Escribe san Bernardo: «Hasta
este punto el orgulloso no ha hecho más que practicar el orgullo, pero al llegar aquí lo convierte en teoría. El mal
parece bien». Una cosa es pecar, otra mil veces peor elaborar
una teoría para demostrar que esa acción en realidad no es ningún pecado, sino
algo bueno y meritorio. Las semejanzas con el segundo binario ignaciano son
evidentes. Comenta Hello: «Cuando las cosas cambian de nombre, cuando al
hombre el mal le parece bien y el bien le parece mal, entonces va sumiéndose en
un pecado más tenaz, frío, pesado, más difícil de curar». Hacer
pasar el bien por mal y viceversa: lo que vemos a diario.
9. La confesión
simulada: quien presentaba sus faltas
como algo bueno ahora va incluso a exagerarlas. «Lejos
de excusarse, exagera su falta». El colmo, pero algo bien lógico si
se piensa.
10. La rebelión: «el que antes se acusaba sin verdad y sin humildad, ahora arroja la
máscara y desobedece abiertamente».
11. La «libertad» del
pecado: «se ha roto
toda traba» y uno se cree libre haciendo lo primero que le viene en gana.
12. La costumbre de
obrar mal: «llega la costumbre y entonces todo ha
concluido».
Jorge Soley
No hay comentarios:
Publicar un comentario