No nos damos cuenta de
hasta qué punto el amor de Dios es incondicional. Yo llevo siendo sacerdote de
Él durante un cuarto de siglo y reconozco que no he sido consciente de ello ni
sigo siéndolo.
El amor de Dios no depende de que
cumplamos unas condiciones, no depende de unas reglas, no depende de unas
cláusulas. El Amor de Dios nos ha comunicado (para nuestro bien) unos
mandamientos. Pero es para nuestro bien, no para el bien de Dios.
El Padre Celestial nos amará
cumplamos o no esas reglas. Su amor no conoce ocaso, no desfallece, no
disminuye. Él nos ama seamos como seamos. Y lo hace a cambio de nada.
¿Existe el
infierno, existe el castigo divino en esta tierra, existe la ira de Dios? La respuesta es sí. Pero ni siquiera el peor de los apartamientos en el
más profundo lugar del infierno (que es eterno) disminuye el amor que tiene el
Hacedor por ese desgraciado ser finito que se ha apartado.
¿Qué no hará un
Padre como Dios por apartar a un hijo suyo de ese dolor eterno? Lo hará todo.
Hagamos lo que hagamos, nunca
entenderemos hasta dónde llega el Amor de Dios. Nuestra capacidad de hacer el
bien no nos permite entender hasta qué alturas llega el Amor Infinito. Un amor
que no nos pone ninguna condición para amarnos del único modo que puede Él: de un modo infinito.
Debo recordarlo (porque siempre doy vueltas a los santos mandamientos
del Señor) que su amor es IN-CON-DI-CIO-NAL. No
importa si hablo con un drogadicto, un ladrón, un alcohólico o un ser
despreciable. El amor de Dios no es una verdad más de las enseñanzas de la
Biblia. Dios es Amor, por eso es tan conveniente entender de qué amor estamos
hablando. No, no es un amor como el pequeño amor humano lleno de miserias.
A todos los que me leen les puedo anunciar un gaudium magnum: Deus est! Et Deus est Amor.
A todos los que me leen les puedo anunciar un gaudium magnum: Deus est! Et Deus est Amor.
P. FORTEA
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