El otro día me paraba a pensar
que la película Metrópolis resultó un sermón y una verdadera profecía. Todo
lo que sucedió con los nazis estaba expuesto allí para el que quisiera verlo.
Los nazis proponían un nuevo orden, la película comienza mostrando un nuevo
orden futuro. Pero, de inmediato, se nos muestra la famosa escena del cambio de
turno de los esclavos. Esa escena es idéntica a las formaciones de los campos
de concentración. Los esclavos trabajaban bajo tierra. El nuevo orden nazi hizo
trabajar a decenas de millares de siervos bajo tierra durante la guerra.
Al final, el nuevo orden era
(como dijo la película) una idolatría de Moloc. Esa sociedad preconizada se
basaba, en el fondo, en una idolatría.
Y, como dice la película, esa
nueva sociedad era una nueva Torre de Babel. La película contrapone esa torre
de la soberbia frente a las predicaciones de las catacumbas. En la cinta está
todo: Babel, las referencias a la Gran Babilonia, la religión...
Todo está en la película para el
que quiera verlo. Una gran predicación justo cuando se estaba engendrando la
gran locura. Una película sobre la locura de una sociedad –maldad y opresión—,
justo antes de que esa misma sociedad cayera en esa locura.
Hasta hoy
no me había dado cuenta de que hay un momento del metraje en que se muestra a
la villana (la mujer-robot) sobre un dragón con siete cabezas.
Hacia el
final de la cinta, uno de los jerarcas de esa sociedad pregunta dónde está su
hijo (hora 2, minuto 05,50). Y uno le contesta:
Mañana, millares preguntarán con furia y desesperación: “¿Dónde está mi
hijo?”.
Como ese hay tantos momentos
premonitorios de la realidad que iba a venir. Al final, todo acaba en una gran
danza de la muerte y el hundimiento de la gran metrópolis.
P. FORTEA
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