Uno de los grandes
problemas de nuestro tiempo es el Relativismo. Es lógico, por tanto, que nos
preguntemos qué opina la Iglesia Católica.
Uno de los
grandes problemas de nuestro tiempo es el Relativismo. Es lógico, por tanto,
que nos preguntemos qué opina la Iglesia Católica y más concretamente el
Magisterio Pontificio sobre él. Veamos en consecuencia algunos de los textos
papales:
San Pablo VI,
Encíclica «Ecclesiam Suam» nº 18:
«el relativismo,
que todo lo justifica y todo lo califica como de igual valor, atenta al
carácter absoluto de los principios cristianos»
San Juan Pablo II,
Enhcíclica «Veritatis Splendor» nº 84:
«La pregunta de
Pilato: «¿Qué es la verdad?», emerge también hoy desde la triste perplejidad de
un hombre que a menudo ya no sabe quién es, de dónde viene ni a dónde va. Y así asistimos
no pocas veces al pavoroso precipitarse de la persona humana en situaciones de
autodestrucción progresiva. De prestar oído a ciertas voces, parece que no se
debiera ya reconocer el carácter absoluto indestructible de ningún valor moral.
Está ante los ojos de todos el desprecio de la vida humana ya concebida y aún
no nacida; la violación permanente de derechos fundamentales de la persona; la
inicua destrucción de bienes necesarios para una vida meramente humana. Y lo
que es aún más grave: el hombre ya no está convencido de que sólo en la verdad
puede encontrar la salvación».
«Veritatis Splendor»
nº 101:
«Después de la
caída, en muchos países, de las ideologías que condicionaban la política a una
concepción totalitaria del mundo –la primera entre ellas el marxismo–, existe
hoy un riesgo no menos grave debido a la negación de los derechos fundamentales
de la persona humana y a la absorción en la política de la misma inquietud
religiosa que habita en el corazón de todo ser humano: es el riesgo de la alianza
entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia
moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad».
Encíclica «Fides et
Ratio» nº 5:
«Ello ha
derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la
investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo
general. Recientemente han adquirido cierto relieve diversas doctrinas que
tienden a infravalorar incluso las verdades que el hombre estaba seguro de
haber alcanzado. La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo
indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son
igualmente válidas».
Encíclica «Fides et
Ratio» nº 80
«Incluso el
problema del mal moral –la forma más trágica de mal– es afrontado en la Biblia,
la cual nos enseña que éste no se puede reducir a una cierta deficiencia debida
a la materia, sino que es una herida causada por una manifestación desordenada
de la libertad humana. En fin, la palabra de Dios plantea el problema del
sentido de la existencia y ofrece su respuesta orientando al hombre hacia
Jesucristo, el Verbo de Dios, que realiza en plenitud la existencia humana. De
la lectura del texto sagrado se podrían explicitar también otros aspectos; de
todos modos, lo que sobresale es el rechazo de toda forma de relativismo, de materialismo
y de panteísmo».
Benedicto XVI,
Encíclica «Caritas in Veritate» nº 26:
«En el plano
cultural, las diferencias son aún más acusadas que en la época de Pablo VI.
Entonces, las culturas estaban generalmente bien definidas y tenían más
posibilidades de defenderse ante los intentos de hacerlas homogéneas. Hoy, las
posibilidades de interacción entre las culturas han aumentado notablemente, dando lugar a nuevas perspectivas de
diálogo intercultural, un diálogo que, para ser eficaz, ha de tener como punto
de partida una toma de conciencia de la identidad específica de los diversos
interlocutores. Pero no se ha de olvidar que la progresiva mercantilización de
los intercambios culturales aumenta hoy un doble riesgo. Se nota, en primer
lugar, un eclecticismo cultural asumido con frecuencia de manera
acrítica: se piensa en las culturas como superpuestas unas a otras,
sustancialmente equivalentes e intercambiables. Eso induce a caer en un
relativismo que en nada ayuda al verdadero diálogo intercultural; en el plano
social, el relativismo cultural provoca que los grupos culturales estén juntos
o convivan, pero separados, sin diálogo auténtico y, por lo tanto, sin
verdadera integración. Existe, en segundo lugar, el peligro opuesto de rebajar
la cultura y homologar los comportamientos y estilos de vida. De
este modo, se pierde el sentido profundo de la cultura de las diferentes
naciones, de las tradiciones de los diversos pueblos, en cuyo marco la persona
se enfrenta a las cuestiones fundamentales de la existencia. El eclecticismo y
el bajo nivel cultural coinciden en separar la cultura de la naturaleza humana.
Así, las culturas ya no saben encontrar su lugar en una naturaleza que las
transciende, terminando por reducir al hombre a mero dato cultural. Cuando esto
ocurre, la humanidad corre nuevos riesgos de sometimiento y manipulación».
Francisco,
Exhortación Apostólica «Evangelii Gaudium» nº 64:
«El proceso de
secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de
lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente
deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y
un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación
generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan
vulnerable a los cambios. Como bien indican los Obispos de Estados Unidos de
América, mientras la Iglesia insiste en la existencia de normas morales
objetivas, válidas para todos, ‘hay quienes presentan esta enseñanza como
injusta, esto es, como opuesta a los derechos humanos básicos. Tales alegatos
suelen provenir de una forma de relativismo moral que está unida, no sin
inconsistencia, a una creencia en los derechos absolutos de los individuos. En
este punto de vista se percibe a la Iglesia como si promoviera un prejuicio
particular y como si interfiriera con la libertad individual’».
Creo que queda bien
clara la postura del Magisterio Pontificio sobre el Relativismo.
Pedro Trevijano, sacerdote
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