La
Iglesia en Polonia recordó al P. José Kowalski, el beato polaco asesinado
durante la Segunda Guerra Mundial en el campo de concentración de Dachau, donde
se negó a pisar su rosario y llevó consuelo a los prisioneros.
A través de su cuenta oficial, la Conferencia de Obispos de Polonia
recordó la profunda devoción del sacerdote.
Today we commemorate Bl.
Jozef Kowalski SDB. 1941 he was arrested in Cracow and sent to Auschwitz
concentration camp where he ministered secretly to his fellow prisoners and
absolved condemned victims. He was killed because he refused to trample upon
his rosary. pic.twitter.com/690Wdi6dKn
“Hoy conmemoramos al Bl. Jozef Kowalski SDB. En
1941 fue arrestado en Cracovia y enviado al campo de concentración de
Auschwitz, donde dio la comunión secretamente a sus compañeros de prisión y
absolvió a las víctimas condenadas. Fue asesinado porque se negó a pisotear su
rosario”, expresaron.
José Kowalski nació el 13 de marzo de 1911 en Siedliska (Polonia), un
pequeño pueblo campesino. Perteneció a una familia profundamente católica, por
lo cual fue bautizado el 19 de marzo, día en el que se celebra la fiesta de San
José.
A los 11 años ya se distinguía por una “piedad
no común, diligencia, alegría y espíritu de servicio” en el colegio San
Juan Bosco de Oswiecim, a donde ingresó por deseo de sus padres, Wojciech y
Sofía Borowiec.
El beato se destacaba por su servicio, atención y trabajo arduo, así
como por su disposición para apoyar a los jóvenes y en el servicio de
confesiones. Su celo por acercar a más personas a Cristo llamó la atención del
ejército nazi, que lo arrestó junto a otros once salesianos el 23 de mayo de
1941.
Sin embargo, a pesar de los riesgos el P. José realizó su pastoral en el
campo de concentración. Este trabajo evangelizador y los maltratos que sufrió
son recogidos en el sitio oficial de Salesianos Don Bosco.
“Los jefes del SK [Strafkompanie – Compañía
disciplinar], sabiendo que Kowalski era sacerdote, lo atormentaban
continuamente, le apaleaban en toda ocasión, le enviaban a los trabajos más
pesados”, relataron.
También relatan que “a pesar de la severa
prohibición, absolvía a los moribundos, confortaba a los desanimados, aliviaba
espiritualmente a los pobrecitos que esperaban la sentencia de muerte, llevaba
clandestinamente la Comunión y hasta lograba celebrar la Santa Misa en los
barracones, animaba la oración y ayudaba a los necesitados”.
“En aquel campo de muerte, en el que, según la
expresión de los jefes, no estaba Dios, lograba llevar a Dios a su compañeros
de prisión”, expresaron.
Corrado Szweda, un sobreviviente del campo de concentración, cuenta la
escena que tuvo que vivir el beato, cuando fue trasladado junto a otros 69
sacerdotes a Dachau, un campo de exterminio Nazi donde ya se encontraban otros
3 mil sacerdotes.
“Estábamos reunidos
en el baño, esperando el turno para la desinfección. Entra Palitsch, el más
despiadado de los verdugos. Se da cuenta de que don Kowalski tiene algo en la
mano: ¿Qué tiene ahí? Pregunta bruscamente. Y sin esperar respuesta le golpea
con la fusta en la mano, de la que cae un rosario. ‘¡Písalo!’, grita. Don José
permanece inmóvil. Inmediatamente es separado del grupo y trasladado al
batallón de castigo”.
De acuerdo con los testimonios, el beato organizaba la oración cotidiana
en el campo. “Por la mañana, apenas salidos del
confinamiento nos reuníamos, todavía en la oscuridad (a las 4.30) formando un
pequeño grupo de 5-8 personas, junto a uno de los barracones, en un lugar menos
visible (el descubrimiento de semejante reunión podría costarnos la vida), para
rezar las oraciones que repetíamos después de él. El grupito, poco a poco fue
aumentando, a pesar de que esto fuese muy arriesgado”, relatan.
El P. José Kowalski falleció la madrugada del 4 de julio de 1942,
ahogado en la cloaca del campo. De acuerdo con uno de los testigos de sus
últimos momentos de su vida, los compañeros llevaron al sacerdote Kowalski al
barracón después de haber sido maltratado.
“Después de su llegada, yo he pasado con él los
últimos momentos. Nos dábamos cuenta de que después del asesinato de los compañeros
de nuestra sección (de los cinco ya habían sido asesinados tres) nos tocaba
ahora a nosotros. En esta situación el sacerdote Kowalski se recogió en
oración. En un momento dado se volvió a mí diciendo: ‘Arrodíllate y reza conmigo por todos aquellos que nos asesinan’”.
“Rezábamos los dos, terminada la llamada en la
sección, y entrada ya la noche. Al cabo de un rato, vino Mitas y llamó a don
Kowalski, que salió de la litera con ánimo tranquilo, ya que estaba preparado
para esta llamada y para la muerte que iba a seguir a continuación. Me dio su
ración de pan que había recibido para la cena diciendo: ‘Cómelo tú, yo ya no lo
voy a necesitar’. Dichas estas palabras se dirigió conscientemente a la
muerte”, dijo el testigo.
El día anterior, la jornada estuvo llena de “espectáculos”
de crueldad hacia los prisioneros con el objetivo de asesinarlos.
“Ahogaban a unos en el vecino desagüe de la basura,
precipitaban a otros desde lo alto de un terraplén hasta el fondo de un inmenso
canal que estaban abriendo, lleno de fango arcilloso. Aquellos de los
despeñados que, gimiendo, no habían expirado aún, eran empujados a una especie
de grueso tonel sin fondo, que servía de refugio a los perros. Les obligaban a
imitarles, aullando, y después, arrojando por tierra la menestra, obligaban a
aquellos moribundos a lamerla en el suelo. Uno de los esbirros aúlla con voz
ronca: ‘¿Dónde está el cura católico? Que les dé su bendición para el viaje a
la eternidad’”, cuenta el testigo.
En tanto, “otros verdugos arrojaban a
Kowalski desde lo alto al fango para divertirse”.
“Desnudo, sacado del albañal fangoso, con los
restos de los pantalones colgando, todo empapado de la cabeza a los pies de
aquella pasta viscosa de fango y porquería, obligado a fuerza de golpes, llegó
al tonel donde yacían, moribundos unos, muertos los otros. Los verdugos
golpeando a don Kowalski, escarneciéndolo como sacerdote, le ordenaron subir al
tonel e impartir a los moribundos según el rito católico, la última bendición
para el viaje al paraíso”.
En ese momento, José Kowalski se arrodilló y comenzó a rezar el
Padrenuestro, el Ave Maria, el Sub tuum praesidium y la Salve Regina. “Acurrucados en la hierba, sin atreverse a levantar la
cabeza por no exponerse a las miradas de los verdugos, saboreaban las
penetrantes palabras de don Kowalski, como alimento material de una paz
deseada”.
El testigo también recordó las palabras de un joven estudiante de Jaslo
(Tadeo Kokosz) que le dijo al oído “el mundo
todavía no ha oído una oración semejante, quizá ni en las catacumbas se oraba
así”.
“En aquella tierra empapada por la sangre de los
prisioneros, penetraban ahora las lágrimas que brotaban de nuestros ojos,
mientras asistíamos al sublime misterio, celebrado por don Kowalski con aquella
macabra escena como fondo”, expresó el testigo.
El P. José Kowalski fue beatificado el 13 de junio
de 1999.
“Con pleno conocimiento, con voluntad decidida y
dispuesta a todas las consecuencias, abrazo la dulce cruz de la llamada de
Cristo y quiero llevarla hasta el final, hasta la muerte”, dijo el beato, quien siguiendo el llamado de Dios se unió a la
congregación salesiana en 1927.
Redacción ACI
Prensa
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