No
es muy cristiano, porque no acepta la realidad de la muerte, manifiesta el P.
Mario Arroyo Martínez Fabre
Por: David Ramos | Fuente: ACI Prensa
Por: David Ramos | Fuente: ACI Prensa
El costo de la tecnología para criogenización de
cuerpos humanos es cada vez más barata, han anunciado empresarios del área, por
lo que en pocos años sería más accesible someter cadáveres de personas,
esperando ser resucitados en el futuro. Pero, ¿puede un católico someterse a un
procedimiento así?
Mark Hall, portavoz de la compañía británica
Stem Protect, dijo recientemente al diario The Daily Mail que en diez años
podrían garantizar la criogenización de una persona por 250 años por un costo
de poco más de 6 mil dólares.
Actualmente, el costo
fluctúa entre 65 mil y 100 mil dólares.
En el caso de una persona que dispone que su
cuerpo sea congelado tras su muerte, “desde el
respeto a la autonomía, que es la manera como la persona ejerce la libertad, no
hay objeciones morales de ningún tipo”, explica el Dr. Lenin De Janon
Quevedo, médico investigador del Instituto de Bioética de la Pontificia
Universidad Católica Argentina (UCA).
“Es como comprar una sepultura”,
precisó el Dr. De Janon Quevedo, en declaraciones a ACI Prensa. “Para los católicos, sería objetable que los restos no
descansen en un sitio sagrado. Para quien no cree, será objetable si viola
alguna ley local de cómo deben ser tratados los restos mortales, algo que
también debemos los cristianos observar”.
Desde un “aspecto
estrictamente biomédico”, el investigador del Instituto de Bioética de
la UCA señaló que “el hecho de congelar un cuerpo
dentro de los primeros 25 minutos después de la muerte haría difícil la
aplicación del criterio central con el que se certifica al fallecido”, que
es que los tejidos del corazón y el cerebro sean “indudablemente
irrecuperables”, lo que toma al menos cinco minutos para lo primero y
entre 20 y 40 minutos para lo segundo.
Para el médico, “el
factor tiempo” es clave para despejar “la
incertidumbre moral” sobre la muerte del individuo.
El médico del Instituto de Bioética de la UCA
advirtió que “someter a bajas temperaturas a un
cuerpo sin esperar el tiempo suficiente que otorgue certeza de que la
integración de la persona es ‘irrecuperable’, sería literalmente condenar a un individuo vivo a la pena
capital de morir por congelamiento”.
Desde un punto de vista antropológico, explicó,
este asunto “está relacionado con la búsqueda de la
eternidad, sobre la que mitos y leyendas han dado a conocer, y que no es más
que la manifestación de la condición humana de perseguir la trascendencia”.
“¿No será que estamos cambiando los camposantos por tanques de
nitrógeno que le ofrecen a nuestros restos mayor perdurabilidad?”,
cuestionó.
En un tercer aspecto, el ético, el médico
argentino precisó que “nadie posee la autoridad de
condenar a una persona a morir por congelamiento, ni siquiera por autorización
expresa de ésta, ya que ella tampoco puede transferir una autoridad que no
ostenta”.
“Por otro lado, si la
medicina como práctica científica demostrara que las partes congeladas son
efectivas al tratamiento, estaremos frente a una necesidad difícilmente
afrontable por una persona en soledad”, por
lo que necesitará la ayuda de la comunidad.
Sin embargo, precisó el investigador del
Instituto de Bioética de la UCA, “si la congelación es ‘por si acaso’, a
esperas de desconocidos y eventuales beneficios en un futuro, la única
obligación de la comunidad es permitir
al individuo disponer libremente de sus restos mortales según su
voluntad y conforme a lo que sus fondos puedan afrontar, siempre que no
contravenga las normas existentes al respecto”.
“Mientras tanto, sería
deshonesto que las empresas que congelan y preservan muestras humanas alienten
a congelar partes del cuerpo prometiendo cierto uso medicinal para nada comprobado”, señaló.
¿QUÉ
DICE LA IGLESIA?
Para el P. Mario Arroyo Martínez Fabre, doctor
en filosofía por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma, la idea de
congelar el cuerpo tras la muerte “es una esperanza
ingenua”, aunque precisó que “no está
expresamente prohibido” por la Iglesia.
“No está legislado, es una opción que no se ha contemplado porque
no era una realidad. Aplicarle la ley (canónica) así como está sería como
anacrónico y quizás equívoco”, dijo.
En lo referente al respeto que se le debe al
cuerpo, como templo que ha sido del Espíritu Santo, las normas de la Iglesia
son claras con que “debe guardarse en un lugar
sagrado. En ese sentido, criogenizarlo rompe con esa disposición”.
Pero el sacerdote indicó que el caso de la
criogenización es diferente, por ejemplo, al de conservar las cenizas de un
fallecido en casa, pues “no es que lo esté
guardando en el living de mi casa porque no puedo superar la muerte de un ser
querido, sino porque tengo la tonta ilusión de que me van a resucitar quizás en
algún tiempo”.
“Me parece que no es muy cristiano, porque no acepta la
realidad de la muerte”, reiteró, pero “de
ahí a decir está prohibido, yo esperaría a una indicación expresa del
magisterio”.
“Lo pertinente sería levantar una consulta a la Santa Sede o un obispo
en el lugar donde lo haga, para dar su opinión, porque el supuesto es
totalmente distinto, porque esta persona vive con la esperanza de que la
resuciten en 100 años”.
Sobre si el alma quedaría congelada junto al
cuerpo por la criogenización, el sacerdote fue tajante: “El alma no se congela, es un imposible”.
“Creo que es imposible que el alma vuelva. El
alma no se congela, no es el mismo sujeto. El sujeto ya recibió su juicio en el
Cielo, el infierno o el purgatorio”, aseguró.
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