Reflexión del evangelio de la misa del Lunes 9 de octubre de 2017
Desde los
inicios de la Biblia hasta el final, parece resonar la pregunta que el doctor
de la ley le hace a Jesús: ¿Quién es mi prójimo?
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
San
Dionisio y compañeros.
San Juan Leonardi
Jonás 1, 1-2, 1.11: “Se levantó Jonás para huir del Señor”
Jonás 2, 3-8: “En el peligro grité al Señor y me atendió”
San Lucas 10, 25-37: “¿Quién es mi prójimo?
San Juan Leonardi
Jonás 1, 1-2, 1.11: “Se levantó Jonás para huir del Señor”
Jonás 2, 3-8: “En el peligro grité al Señor y me atendió”
San Lucas 10, 25-37: “¿Quién es mi prójimo?
Desde los inicios de la Biblia hasta el final,
parece resonar la pregunta que el doctor de la ley le hace a Jesús: ¿Quién es mi prójimo? Estamos
dispuestos a amar a Dios y a buscarlo en su santuario, estamos dispuestos a dar
alguna ayuda a quien nos lo solicita, pero no estamos dispuestos a reconocer a
todo hombre y a toda mujer como nuestro prójimo, como nuestro hermano.
Ya Caín, después de cometer el fratricidio, busca justificaciones al negar los
lazos con quien ha sido su víctima: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?
Y es la gran tragedia de todos los tiempos,
vivir como en solitario, en egoísmo y no atrevernos a amar a los cercanos
porque el amor compromete, une y nos relaciona estrechamente con los otros. La parábola del buen samaritano rompe con los
esquemas del pueblo judío, y también muy claramente con los nuestros, al
manifestar que la misericordia con el necesitado no está precisamente en
quienes se ostentan como cuidadores de la humanidad, de la religión o de la ley.
Es más fácil que se presente en quienes han sufrido y se sienten despreciados
por una sociedad, que en aquellos que se sienten llenos y seguros ya sea en la
autoridad o en la religiosidad. Todos los personajes que se encuentran en torno
al herido podrían reflejar los diferentes personajes que interpretamos en nuestra
sociedad.
Habemos ladrones que miramos sólo nuestra
necesidad, que golpeamos y herimos con tal de conseguir nuestra ambición y que
dejamos tirado al hermano a la orilla del camino. Habemos sacerdotes y personas
religiosas que nos llenamos de cantos y alabanzas, pero que no somos capaces de
comprometernos en serio con quien está desamparado. Otros quizás tememos a las
leyes y a la buena fama que nos impiden caminar al lado del despreciado.
También algunos aparecemos como posaderos que estamos dispuestos a hacer el
bien, siempre que nos reporte algún ingreso para nuestro provecho. Y el
samaritano rompe todos los esquemas.
Precisamente el que parecía más despreciado es
quien nos viene a enseñar cómo todos los hombres, sin distinción de razas, de
lenguas o de posiciones, son nuestros hermanos. Y se compromete en serio
curándolo, cargándolo, empeñando su palabra y hasta ofreciendo su patrimonio.
¿Seremos capaces de hacer lo mismo?
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