Jesús lo explicó bien
claro: la corrección fraterna debía hacerse al interesado y a solas. ¿Cuántos de los que critican a los pastores de la
Iglesia les han dicho lo que pensaban obedeciendo este mandato de Cristo? La inmensa mayoría no.
“¿Y si no me
escucha a mí que soy un laico profético, a mí que soy un laico que sé de estas
cosas, a mí que sé muy bien cuál es la fe de mi Iglesia, entonces tengo derecho
a criticarle públicamente?”. La respuesta, sin ninguna duda,
es no.
Si todo el mundo puede criticar a
los pastores convencido de que se trata de un acto lícito y aún meritorio, el
resultado es que todos los laicos que “crean saber”
criticarán públicamente a los encargados de dirigir a la grey.
Además, las críticas llegarán
furibundas exigiendo que se vaya a un lado. Mientras otros fieles igual de
furibundos les exigirán ir hacia el otro lado opuesto. A algunos quizá les
parece que es un gran avance que la Iglesia se convierta en una jaula de
grillos, con todo el mundo gritando, con todo el mundo exigiendo que se haga lo
que cada vecino piensa sería muy bueno. Sin duda una situación así no es
deseable.
La crítica eclesial debe hacerse
según los cauces eclesiales. En el Ejército siempre se hace de esta manera. Un
coronel puede llamar a su despacho a un sargento y decirle que hay cauces para
expresar sus disconformidades, pero que un oficial no puede convertirse en un
continuo foco de creación de mal ambiente. Lo mismo vale para una empresa. El
empleado que destruya la unión y el buen clima entre los miembros de la
plantilla deberá atenerse a las consecuencias. Siempre ha sido así y es
natural.
¿Va a haber menos respeto,
en la Iglesia que en el Ejército o una empresa? Deberíamos
superarlos, pero no quedarnos por debajo. Hay unas virtudes humanas, una
prudencia, que deberíamos superarlas por elevación en la familia eclesial, no
al revés.
Ninguna sociedad, ningún grupo humano, se puede mantener cohesionado sin
un respeto hacia los que dirigen, coordinan o supervisan; ni siquiera una
sociedad filatélica.
P. FORTEA
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