María quiso estar
presente en el nacimiento espiritual de España a las orillas del rio Ebro y
también quiso acudir al bautismo de América.
Por: P. Juan Manuel Rodríguez de la Rosa | Fuente: adelantelafe.com
Por: P. Juan Manuel Rodríguez de la Rosa | Fuente: adelantelafe.com
ESPAÑA,
UNIDAD DE FE Y ESPÍRITU EN AMÉRICA.
Queridos hermanos, la condenada del
Concilio de Trento de la idea protestante de la Justificación, que ponía
la salvación del hombre sólo en los méritos de Cristo sin que el hombre pudiera
poner nada de su parte, salvó no sólo la verdad católica sino la
misma verdad humana, en el sentido de que con nuestros propios esfuerzos,
dado el auxilio divino, alcanzamos la victoria del bien en Dios y por Dios.
El fatalismo protestante, ante cuyo propio
destino el hombre nada puede hacer, llevó a los protestantes a una
falsa fe, de forma tal que nada necesitaban de nadie, ni de los santos;
tampoco les llevó a preocuparse de los otros; de ahí que en los siglos XVI y
XVII no quedasen protestantes misioneros. ¿Para qué? Si uno cree que la
justificación se debe sólo a los méritos de nuestro Señor Jesucristo, ya
poco o nada es lo que tiene que hacer un misionero. Su propio sacrificio por
los demás carece de eficacia; su propio esfuerzo no sirve para nada; desdeñaron
la colaboración del hombre en la Obra de Redención.
Todo lo contrario en el catolicismo, y muy en
particular en la genuina y católica España del siglo XVI, cuyos
teólogos y religiosos concebían la religión como un combate –como así es
en verdad-, donde la victoria depende del propio esfuerzo. Estas son palabras
de Santa Teresa de Jesús: Todos los que
militáis debajo de esta bandera, ya no durmáis, ya no durmáis, que no hay paz
sobre la tierra. Este acento
militar que movía a la gran fundadora, sacudía a la España católica de aquel
tiempo, y de otros venideros, dando lugar al movimiento misionero más
espectacular jamás conocido en la historia de la Humanidad. Esta acción
misionera consistió en enseñar a todos los hombres de la tierra, a todos los
del mundo conocido y los de las zonas hasta entonces ignoradas, que, si
querían, podían salvarse, y que su elección no dependía sino de su fe y su
voluntad.
La España católica incorporó a la civilización
cristiana a todas las razas que estuvieron bajo su influencia, pues la
verdadera unidad moral es sólo la que dimana de un Padre común y de un divino
Hermano y Redentor, Jesucristo. Y, justamente, esta hermandad divina, y no un
vago sentimiento de fraternidad universal, fue lo que impuso a la España
católica y misionera su posición igualitaria y universalista. He aquí la gran
unidad en Cristo, que fue obra española en general y de sus Órdenes religiosas
en particular; en la que reyes, obispos, legisladores, magistrados, soldados y
encomenderos, sacerdotes y seglares, todos a una, contribuyeron a la gran obra
de la Hispanidad.
LA
VIRGEN MARÍA, TESTIGO AMOROSO DE LA PIEDAD Y ESPÍRITU MISIONERO.
Los españoles llevaron a América la
devoción a las Vírgenes de sus patrias chicas, y en las nuevas tierras
descubiertas surgían abundantes las Pilares, Begoñas, Covadongas, Guadalupes y “Morenetas”. Pero la Virgen quiso hacer más por la
joven América. En 1531, diez años después que Hernán Cortés se posicionara en
la ciudad de Méjico, apenas llegado a ella su primer Obispo, el franciscano
Juan de Zumárraga, la Santísima Virgen se dignó aparecer a un nativo americano,
un indio azteca recién convertido, llamado Juan Diego. Yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios,
por quien se vive, le dijo la Madre del Cielo. Y le mandó acudir al Obispo
para pedirle que se alzara un templo en el lugar de la aparición. La historia
ya es conocida.
Como María quiso estar presente en el nacimiento
espiritual de España a las orillas del rio Ebro, también quiso acudir al
bautismo de América. El monte Tepeyac es el Pilar de América, y Méjico su
Zaragoza. Aquí, en España, dejó como prenda y recuerdo una columna; allí,
una graciosa pintura. Por eso el Pilar y Guadalupe patrocinan los dos ramales
de la estirpe, el de Europa y el de América, y son los símbolos espirituales de
la Hispanidad, así como los baluartes de su fe y de su piedad.
¿Cuál fue el resultado de la eficaz y providencialísima
intervención de la Virgen en la evangelización prodigiosa de tantos pueblos?
Que aquellas razas se convirtieran en devotísimas naciones marianas, que
ardiesen en amor a la Madre de Dios, siguiendo las huellas de sus progenitores.
Las almas sencillas de los nativos aprendieron en seguida de la boca de
los misioneros el nombre sagrado de María; vieron a los misioneros elevar
preciosos monumentos a aquella Virgen hermosa, Madre de Dios. Se acostumbraron
a llamar a sus ríos y a sus montes –bautizados hasta entonces profanamente- con
las invocaciones de la nueva Reina, y no se avergonzaban de manifestar
externamente la tierna devoción que profesaban a aquella Virgen Santa.
Los sencillos indios aprendieron a invocar y amar a la Reina del Cielo; honraban
quizá a la Madre sin conocer al Hijo; pero pronto les llevará con sus dulces y
maternales inspiraciones, a la luz de Jesucristo y a la purificación de sus
almas en las aguas del Bautismo.
¡Cuántos templos americanos dedicados a María!
Basílicas magníficas, devotos santuarios y piadosas ermitas, cuya construcción
fue ejecutada ya, en muchos casos, en el siglo XVI. ¿Qué nación de la América
hispana no cuenta con docenas de fecundos centros de devoción mariana? La lista
de países abarca a todas las naciones de habla hispana.
La Virgen Santísima fue el
providencial instrumento elegido por los designios del Padre Celestial para dar
y presentaros a su preciosos Hijo al mundo, para ser Madre y Reina de los
Apóstoles, que por todas partes habían de propagar sus doctrinas; para
conculcar para siempre las herejías, y hasta para intervenir prodigiosamente en
todos los tiempos, donde quiera que fuera necesario, para la
implantación, la consolidación y defensa de la santa fe católica. (Pío XII, en el 50 aniversario de la coronación
de Nuestra Señora de Guadalupe, 12-X-1945).
Ave María Purísima.
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