Hay personas que atraen, que sin querer ser el centro
de la atención la captan con facilidad, con las que es agradable compartir, con
las que uno se siente desde el principio como en familia; que tienen “un algo”
que les hace amables (es más fácil quererles o amarles); estas personas tienen
una característica común: la alegría.
Es que,
cuando uno está cerca de alguien alegre te la pasas bien, no sólo porque nos
hace reír, sino porque ve la vida con optimismo y eso es contagioso. No me
refiero a los que se pasan haciendo bromas, algunas pesadas, a los que a
veces hieren a quienes están a su alrededor para mostrar lo ingeniosos que son
o a los que a veces “caen mal” por querer
hacerse los chistosos o los demasiado simpáticos. No, me refiero a una actitud
un poco más pasiva, pero que se nota enseguida, a las personas que transmiten
paz. Para los que transmiten paz parecería que los problemas no existen, o que
por lo menos no son tan graves. Y una persona que transmite paz está siempre
feliz, siempre con una sonrisa en los labios, eso refleja algo que lleva
dentro. Refleja la paz interior.
Yo me
imagino a Jesús así. Siempre con una sonrisa, siempre con una palabra amable,
dando ánimos y pasándola bien con los que están a su alrededor. Por eso, si
viste la película de la Pasión de Mel Gibson, estarás de acuerdo conmigo de que
la mejor escena es el flash back de cuando Jesús juega con su madre.
Ese
sentido de alegría constante, de paz es algo que atrae mucho a las personas.
Pero cuál es el secreto para conquistar esa paz. Quisiera comentar brevemente
dos textos que nos pueden ayudar a buscar este significado:
1 Me escribes y
copio: “Mi gozo y mi paz. Nunca podré tener verdadera alegría si no tengo paz.
¿Y qué es la paz? La paz es algo muy relacionado con la guerra. La paz es
consecuencia de la victoria. La paz exige de mí una continua lucha. Sin lucha
no podré tener paz”.
Este
sencillo punto de camino nos pone ante una realidad bien clara, no se puede
tener verdadera alegría sino se tiene paz. Desde este punto de vista, se ve
cómo la paz del espíritu no puede ser resultado de un equilibrio, de hacer un
mix entre “las cosas que nos gustan” y las
cosas de Dios. Es más bien la realización de una tarea que empeña toda la vida,
como es la lucha por llegar a nuestro último fin, llegar a Dios.
La vida
del hombre es un camino que puede llegar a distintos puertos, a distintos
finales. Lo importante es que nuestro camino termine en Dios. Pero, durante
este caminar debemos luchar contra algunos espejismos que se nos presentan
agradables y atractivos, pero que nos conducen hacia la angustia y el miedo,
que nos separan de nuestra meta. Estos espejismos son los del placer, los del
culto al propio yo, los de la sensualidad o los de la pereza, que nos
apartan del verdadero camino y de la verdadera fuente de la paz interior: el
amor a Dios.
El amor a
Dios, que es nuestro último fin, no sólo corrige el apego a estos espejismos,
falsos o aparentes, sino que llena y satisface todas las inclinaciones humanas,
llenando el corazón de paz y de alegría.
2 Nos interesa
destacar el secreto de la insondable alegría que Jesús lleva dentro de sí y que
le es propia. Es sobre todo el evangelio de san Juan el que nos descorre el
velo, descubriéndonos las palabras íntimas del Hijo de Dios hecho hombre. Si
Jesús irradia esa paz, esa seguridad, esa alegría, esa disponibilidad, se debe
al amor inefable con que se sabe amado por su Padre.
Podemos
decir que Jesús tiene esa paz porque se sabe amado por su Padre, y por un Padre
que es Todopoderoso. Y es que, quien puede tener miedo de algo cuando cuentas
siempre con un Padre que te puede sacar adelante frente a cualquier problema, a
cualquier dificultad. Si, como dice San Pablo, todo lo que sucede es para el
bien de los que aman a Dios. Cómo perder la paz ante las contrariedades si todo
lo que me pasa lo quiere Dios, si además ese Dios no me pide que gane todas las
batallas sino simplemente que ponga lo mejor de mí. Sí, Dios sólo nos pide una
buena voluntad. Y basta. Si tenemos buena
voluntad se contenta con cualquier resultado.
La paz
cristiana procede del abandono en Dios, de arrojar sobre El todas las
preocupaciones, tomando a cambio el yugo de su mansedumbre y humildad. El Señor
es el único que puede dar la paz: «no os la doy,
como la da el mundo» Jn 14,27, porque efectivamente nada ni nadie la
puede quitar, porque es sobrenatural, fruto de la sabiduría de las cosas del
espíritu, donación del Espíritu Santo, y anticipo de la paz y descanso
perfecto, lleno de felicidad, del cielo.
Podemos
decir que la paz interior incluye, en primer término, el conocimiento y la
aceptación de sí mismo: de la propia realidad actual -en sus aspectos positivos
y negativos, deslucidos y brillantes-, y de los vínculos -condicionamientos,
derechos y deberes legítimos- libremente contraídos en el pasado. Pero la paz
también comporta una visión prometedora y segura del propio futuro. Por eso, se
le oponen la actitud de descontento habitual ante la vida, así como la
incertidumbre del porvenir. Podemos terminar con la frase de la escritura
que tantas veces nos repitió Juan Pablo II: “No
tengáis miedo”, ni al presente ni al futuro que si nos decidimos a servir a Dios siempre encontraremos esta paz.
1 San Josemaría, Camino, No. 308
2 Pablo VI, Exhortación Apostólica GAUDETE IN DOMINO
valoralamor.com
2 Pablo VI, Exhortación Apostólica GAUDETE IN DOMINO
valoralamor.com
Daniel Vallmer
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