WASHINGTON D.C., 16 Nov. 16
/ 05:48 pm (ACI).- En su discurso ante la American Bible Society (ABS), el Nuncio
Apostólico en Estados Unidos, Mons. Christophe Pierre, destacó el deseo de la Iglesia de que los fieles
se eduquen de manera continua en las Sagradas Escrituras y para ello procura, “con solicitud materna”, que se redacten
traducciones de la Biblia
“aptas y fieles” a los textos primitivos.
El representante vaticano hizo esta afirmación el pasado 26 de octubre
en la sede de la ABS, ante el presidente y director ejecutivo de esta sociedad,
Roy Peterson; y el Arzobispo de Filadelfia, Mons. Charles Chaput.
En su discurso, Mons. Pierre recordó que “desde
tiempos ancestrales, ha existido en nuestra tradición católica una gran
preocupación por saber enseñar, orar y divulgar las Sagradas Escrituras al fiel
pueblo de Dios”, y por ello “la Iglesia
siempre se ha preocupado porque sean apropiadas las interpretaciones y
traducciones de los antiguos textos sagrados”.
Sin embargo, explicó que con el paso del griego al latín, fueron
apareciendo distintas versiones que hicieron “imposible
en cierto momento narrar la misma historia de la salvación a todo lo largo y
ancho de las comunidades cristianas mediterráneas”.
Por ello en el año 382 el Papa San Dámaso I encargó a San Jerónimo
revisar “los textos de la Vetus Latina con
el fin de crear una nueva versión de las Sagradas Escrituras, esperando que
ésta fuera capaz de integrar de manera más fiel la verdad sobre la revelación”.
San Jerónimo tradujo las Escrituras a partir de las lenguas en que
fueron escritos los antiguos manuscritos, específicamente del hebreo, arameo y
griego, y entregó “la espléndida traducción de la versio
vulgata (versión popular) que la Iglesia de Roma habría de autorizar y
adoptar” como la “edición oficialmente
reconocida”.
Sin embargo, “la lengua latina siguió
evolucionando hasta convertirse en un problema para la propagación del mensaje
bíblico”, con distintas lenguas que se fueron transformando y que
hicieron del latín “una lengua cada vez menos
común” y de “un grupo muy restringido de
gente educada”.
“Sin embargo, al margen de las mutaciones
históricas, la Vulgata se mantuvo como la versión oficial sagrada de las
Escrituras en la tradición romana, mientras que las demás traducciones se
consideraron riesgosas para la fiel transmisión de la revelación contenida en
los textos sagrados (…) porque representaban una forma de tergiversación de la
verdad revelada en el depositum fidei”.
Mons. Pierre recordó que “luego de su
dolorosa separación de la Iglesia Católica”, Martín Lutero “comenzó a hacer su propia traducción con base en la
lengua bíblica original que él conocía” y en 1522 “publicó su traducción al alemán del Nuevo Testamento, y,
con la ayuda de sus asistentes, completó la traducción del Antiguo Testamento
entre 1534 y 1536”.
El Nuncio afirmó que Lutero tenía “amor por
las Escrituras”, pero “sólo reconoció como
canónicos 39 libros del Antiguo Testamento, modificando así el canon de 46
libros que tradicionalmente mantenía la Iglesia Católica romana, heredada a su
vez de la tradición greco-judía de la Biblia septuaginta, llamada de los
Setenta”.
“Asimismo, adaptó su versión bíblica conforme a los
preceptos de su nueva doctrina, tal como puede observarse en el famoso pasaje
de Romanos 3:28. La Vulgata establece: ‘arbitramur enim iustificari
hominem per fidem’, lo cual puede traducirse como: ‘Nosotros afirmamos que la
persona se justifica por la fe’. A este versículo, Lutero le añadió el adjetivo
‘sola’ al decir: ‘allein durch den Glauben’, lo cual significa ‘por la sola
fe’, añadidura que fue muy criticada por sus contemporáneos. Aun así, este
versículo se convirtió en el leitmotiv de la Reforma”, explicó.
Mons. Pierre dijo que ante la propagación de la Biblia de Lutero, la
Iglesia Católica organizó el Concilio de Trento que “decidió
que todos los libros sagrados, con todas sus partes, tal como están contenidos
en la antigua edición aceptada en latín, debían leerse conforme al espíritu con
que fueron escritos. Esto implica que las Escrituras deben ir de la mano con la
santa tradición preservada en la experiencia eclesiástica de la fe de los
apóstoles”.
La Iglesia mantuvo la Vulgata, pero el desarrollo de las lenguas
distanció a los fieles de “una lectura más estrecha
y fiel de los textos latinos”. “Este distanciamiento, producido por la Reforma
Luterana, causó una dolorosa herida en el cuerpo místico de Cristo” e
hizo creer a los católicos “que una lectura
personal de la Biblia era una práctica ordinaria exclusiva de los protestantes”,
una “creencia popular está muy lejos de ser
verdadera”.
Ante esto, Pío XII “admitió las traducciones
de las Sagradas Escrituras a partir de las lenguas originales de los antiguos
manuscritos” y la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II “transformó al mundo bíblico en catolicismo” y “abrió las puertas para establecer un diálogo teológico y
bíblico con nuestros hermanos y hermanas de la tradición protestante”.
Este último documento, recordó Mons. Pierre, establece que “es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a
la Sagrada Escritura. Por ello la Iglesia ya desde sus principios, tomó como
suya la antiquísima versión griega del Antiguo Testamento, llamada de los
Setenta, y conserva siempre con honor otras traducciones orientales y latinas,
sobre todo la que llaman Vulgata”.
“Pero como la palabra de Dios debe estar siempre
disponible, la Iglesia procura, con solicitud materna, que se redacten
traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos
primitivos de los sagrados libros. Y si estas traducciones, oportunamente y con
el beneplácito de la Autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo incluso con la
colaboración de los hermanos separados, podrán usarse por todos los
cristianos”, señala esta Constitución.
Por ello, el Nuncio destacó, entre otros, el trabajo de la Pontificia
Comisión Bíblica, y afirmó que los “esfuerzos
ecuménicos prosiguen estudiando el infinito conocimiento de la Divina Trinidad
que nos fue revelada en las Escrituras. El amor y la veneración de la Palabra
de Dios es una expresión del corazón de la Iglesia católica”.
En ese sentido, agradeció a la ABS por ser un instrumento “que ejemplifica fielmente los lazos ecuménicos creados
sobre el tesoro de las Escrituras”.
Y aseguró que “este nuevo entendimiento
pretende recuperar la Divina Palabra de la centralidad en que se hallaba en
nuestra vida Cristiana, en nuestro
diálogo con quienes no comparten nuestra fe católica. Seguimos llenando nuestra
missio ad gentes a fin de despertar y satisfacer, conforme a nuestras
capacidades y con la ayuda del Espíritu Santo, el hambre y la sed de la Palabra
de Dios”.
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