ORGANIZAR LA DEFENSA
Escribe, hijo mío:
Te he dicho que las legiones rebeldes están compuestas por un número
grandísimo de Diablos. Son una ilimitada multitud; vosotros no podríais abarcar
con vuestra mente la extensión de ellos.
No todos obran con igual perfidia; lo que quiere decir que se diferencia
la gravedad de su pecado.
Pero todos sin excluir uno, obran para el mal. Se rebelaron contra Dios
y ahora conocen la más feroz tiranía de su líder, Satanás, y de su estado
mayor. Pertenecen, también en el Infierno, a diferentes jerarquías.
Todos odian a la Virgen Santísima, todos odian la humanidad, todos
cultivan, junto con el odio, unos profundos celos contra los elegidos y una
tremenda envidia por vosotros viandantes en la tierra, por el miedo de que
también vosotros vayáis a salvaros.
En ellos no hay ningún sentimiento de piedad: - son incapaces de esto -
sino sólo sadismo. Vosotros no conocéis y ni siquiera podéis imaginar la
atrocidad con la que desfogan sus pérfidos sentimientos sobre las víctimas que
caen bajo sus garras.
Se trata de aquellas personas que
han podido ligar a ellos, que se han hecho sus instrumentos, que se han
entregado en alma y cuerpo a los Demonios. Creed que no son pocos, y también
varios de vuestra generación tienen personal experiencia de ello.
¿QUÉ ESPERAN AÚN?
Ahora, hijo, pon buena atención. Imagina un ejército formidable por el
número de guerreros, por la potencia de las armas y bien armado, que ha tomado
posición con según un plan inteligentemente preparado y predispuesto hasta en
sus más mínimos detalles.
Este colosal ejército, más potente por naturaleza y por organización, se
pone al ataque contra una Iglesia y una sociedad humana que, a pesar de tener
un considerable número de soldados, de oficiales y de generales, no sabiendo o
no recordando que tiene un enemigo aguerrido y lleno de odio, no piensa lo más
mínimo en defenderse.
Es más, se ríe de los pocos que hablan de esto y que quisieran organizar
una defensa. Estos son tachados de demencia o manía religiosa.
Mientras tanto el enemigo, buscando esconder con arte las propias
fuerzas, aprovechando la honradez del adversario, se insinúa por todas partes,
se adueña de los puestos clave y coloca a sus agentes por todas partes y así
llega a adueñarse de los adversarios. Hay aquí y allá núcleos de resistencia,
pero el enemigo atrevido por sus éxitos, no se preocupa.
En este punto, convencido de tener ya la victoria en el puño,
reaccionará con ferocidad tal de desconcertar ante cualquier tentativa seria
del adversario. Querido hijo, tú bien sabes, por experiencia personal, cómo el
enemigo no tolera ningún movimiento defensivo, mejor dicho, cómo trata de
prevenir cualquier movimiento contra él.
En esta delicada situación ¿Qué esperan aún
los Obispos para bajar de sus tronos, para salir de sus palacios, para empuñar
las riendas de mando e instruir y guiar a sus soldados, los cristianos, al
contraataque?
¿Saben o no saben
que no tiene importancia la superioridad sólo aparente del enemigo, ya que si,
seguidos por sus sacerdotes, inmunes de las herejías del día y de la anemia que
ha debilitado y contagiado a tantos, hacen esto, su éxito está asegurado y a ellos
será dada la victoria?
¡FUERA LA PRESUNCIÓN!
Hijo, ¿Cuántas veces debo decirlo, que Yo he
vencido al mundo con la humildad, la pobreza y la obediencia? ¡Es con estas
virtudes, es con su sí que mi Madre y vuestra ha hecho posible la Redención!
¿Cuántas veces debo deciros que el amor es más
fuerte que el odio?
Obispos y sacerdotes se convenzan de realizar esas reformas que han
proclamado con el Concilio y que, por las interferencias y la acción del
Infierno, han sido tan malamente aplicadas.
Si se decidieran de una vez a tomar el camino justo, y soy Yo el Camino
seguro, entonces Yo estaré con ellos y la Iglesia rejuvenecerá y pronto
conocerá un esplendor jamás hasta ahora visto.
¿A qué se espera todavía? ¡Fuera los
prejuicios, fuera la presunción!
Oren para que la luz ilumine el camino a recorrer, y ¡adelante!
Hijo, conozco tu estado de ánimo. Por lo que Yo te he hecho ver, tú
ahora sufres porque quisieras que también los demás vieran.
Te bendigo. Ámame
(“Confidencias de Jesús
a un Sacerdote” – Mons. Ottavio Michelini)
Publicado por Unción Católica y
Profética
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