DE LOS ESCRITOS DE LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH.
Ana Catalina Emmerich nació
en Alemania en 1774 de familia muy pobre. A los 28 años de edad, entró a un
convento agustino. Cuando las autoridades civiles cerraron el convento en 1812,
se refugió en casa de una viuda, hermana de su confesor. Allí los enfermos y los
pobres llegaban a ella en busca de ayuda. Ella sabía cuáles eran sus
enfermedades y daba alivio a los necesitados.
En 1813 estando ella enferma
en cama, los estigmas aparecen en su cuerpo. Desde ese mismo año no tuvo más
alimento que la Comunión. Llegó a ser encarcelada y sometida a vigilancia día y
noche con el objeto de averiguar el origen de esas heridas.
En los últimos años de su vida recibió las visiones de la vida de Cristo, de la Virgen María y de la vida después de la muerte, así como otras videncias de sucesos que acontecerían tiempo después como el Muro de Berlín, el Concilio Vaticano II…
Un notable escritor alemán,
Clemens Brentano, al tener noticia de ello, acudió a visitarla. Se convirtió y
permaneció al pié de la cama de la enferma copiando los relatos de la vidente
desde 1818 a 1824.
El lunes 9 de febrero de
1824 Ana Catalina Emmerich murió en Dulmen consumada por las enfermedades y las
penitencias. Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004.
Otras visiones suyas fueron
recogidas en el libro “La amarga Pasión de Cristo” que
fue la fuente de inspiración de película La Pasión de Cristo, de Mel Gibson.
Ana Catalina Emmerich logró
indicar con precisión en Éfeso la casa donde residió la Virgen María…Escribio
varios libros, entre ellos, La vida oculta de La Virgen Maria, Pasión y Muerte
de Jesus, entre otros.
«LA VIDA OCULTA DE
LA VIRGEN MARIA»
Extractos del capítulo «La Santísima Virgen en Éfeso»
María no vivía en Éfeso
mismo, sino en una comarca a unas tres horas y media de Éfeso donde ya estaban
instaladas algunas de sus íntimas. La morada de María estaba en una montaña que
se encuentra a la izquierda según se viene de Jerusalén. […] Delante de Éfeso
hay alamedas con frutas amarillas caídas por el suelo. Un poco al Sur salen sendas
estrechas que llevan a un monte de vegetación salvaje, y en lo alto de ese
monte hay una llanura ondulada, también con vegetación y de media hora de
extensión, en la que se habían instalado los cristianos.
Es un paraje muy solitario
que tiene muchas colinas fértiles y graciosas, y limpias cuevas de roca entre
pequeños llanos arenosos; un paraje salvaje, pero no un desierto, con muchos
árboles de sombra ancha, tronco liso y forma de pirámide diseminados por allí.
Cuando Juan trajo aquí a la Santísima Virgen ya había mandado construir su casa
de antemano y ya vivían en este paraje familias cristianas y algunas santas
mujeres; algunas moraban en cuevas de tierra o de roca, que ampliaban para
vivir con zarzos ligeros de madera, y otras en frágiles cabañas de lona.
Se habían trasladado aquí a
causa de una violenta persecución, y como estaban refugiadas en las cuevas y
lugares tal como los ofrecía la Naturaleza, sus viviendas eran como de
ermitaños y en su mayor parte estaban separadas un cuarto de hora unas de
otras. En su conjunto, la colonia parecía una aldea de campesinos diseminada.
Una comarca solitaria.
Únicamente era de piedra la casa de María, y detrás de ella hay un trecho corto
de camino que sube a la cima rocosa del monte, desde la cual, se ven por encima
de las colinas y los árboles Éfeso, el mar y muchas islas. […] Esta comarca es
solitaria y por aquí no viene nadie. Cerca de aquí hay un castillo donde vive
un rey destronado con el que Juan charlaba a menudo y al que también convirtió;
el lugar más tarde llegó a ser obispado. Entre el lugar donde vivía la
Santísima Virgen y Éfeso corre un arroyo maravillosamente serpenteante. […
La Santísima Virgen vivía
allí con una joven, su criada, que recolectaba lo poco que necesitaban para
alimentarse. Vivían con total tranquilidad y honda paz. En la casa no había
ningún hombre, pero a veces la visitaba algún apóstol o discípulo que iba de
viaje.
Con muchísima frecuencia veía yo entrar y salir un hombre al que siempre he tenido por Juan, pero que ni en Jerusalén ni aquí estaba continuamente con ella. Viajaba de vez en cuando y llevaba distinto traje que en época de Jesús, muy largo, con pliegues y de tela fina blanco grisácea. Era muy delgado y ágil, tenía la cara larga, estrecha y fina, y en su cabeza descubierta tenía largos cabellos rubios partidos en raya y detrás de las orejas. Respecto a los demás apóstoles, su tierna apariencia daba una impresión virginal, casi femenina.
Con muchísima frecuencia veía yo entrar y salir un hombre al que siempre he tenido por Juan, pero que ni en Jerusalén ni aquí estaba continuamente con ella. Viajaba de vez en cuando y llevaba distinto traje que en época de Jesús, muy largo, con pliegues y de tela fina blanco grisácea. Era muy delgado y ágil, tenía la cara larga, estrecha y fina, y en su cabeza descubierta tenía largos cabellos rubios partidos en raya y detrás de las orejas. Respecto a los demás apóstoles, su tierna apariencia daba una impresión virginal, casi femenina.
Oración junto a
Juan.
En los últimos tiempos de su
estancia aquí vi que María se volvía cada vez más serena y recogida, y que ya
casi no tomaba alimento. Era como si solo pareciera estar todavía aquí, pero
como si ya estuviera en espíritu en el Más Allá. Tenía el carácter de quien
está ausente. Las últimas semanas antes de su fin vi que la criada la llevaba
por la casa, débil y envejecida.
Una vez vi entrar en la casa
a Juan, que también parecía mucho mayor. Estaba delgado y enjuto, y al entrar
remangó al cinturón su largo traje blanco con pliegues. Se quitó este cinturón
y se puso otro que sacó de debajo de sus ropas y que estaba escrito con letras.
Se puso la estola y una especie de manípulo en el brazo.
La Santísima Virgen salió de su dormitorio y entró completamente envuelta en un velo blanco, apoyada en el brazo de su criada. Su cara estaba como transparente y blanca como la nieve.
La Santísima Virgen salió de su dormitorio y entró completamente envuelta en un velo blanco, apoyada en el brazo de su criada. Su cara estaba como transparente y blanca como la nieve.
Parecía flotar de anhelo.
Desde la Ascensión de Jesús, todo su ser expresaba un ansia creciente y cada
vez más desbordante. Juan y ella pasaron al oratorio; ella tiró de una cinta o
correa, el tabernáculo giró dentro de la pared y mostró la cruz que tenía
dentro. Ambos rezaron un rato de rodillas, y después Juan se levantó y se sacó
del pecho una cajita de metal, la abrió por un costado, tomó un envoltorio de
fino color de lana y de éste un pañito plegado de materia blanca, del que sacó
el Santísimo Sacramento en forma de un pedacito blanco y rectangular. Luego
dijo algunas palabras con solemne gravedad y dio el Sacramento a la Santísima
Virgen. La acercó un cáliz.
El via crucis de
María.
Detrás de la casa, alejándose
un poco por el camino hacia el monte, la Santísima Virgen se había preparado
una especie de vía crucis. Cuando todavía vivía en Jerusalén después de la
muerte del Señor, María nunca dejó de hacer allí su vía crucis con lágrimas y
compartiendo la Pasión. Había medido en pasos las distancias entre los lugares
del camino donde Jesús había padecido, y su amor no podía vivir sin la
permanente contemplación del vía crucis. Poco después de llegar aquí la vi
andar diariamente montaña arriba un trecho de camino detrás de su casa,
contemplando la Pasión.
Al principio iba sola
midiendo en pasos, cuyo número tantas veces había contado, la distancia entre
los lugares donde al Salvador le había ocurrido algo, y en cada uno de estos
lugares ponía una piedra o marcaba un árbol si lo había. El camino se internaba
por un bosque donde marcó el Calvario en una colina, y puso el sepulcro de
Cristo en una cuevecita de otra colina.
«Oh, hijo mío,
hijo mío»
Cuando ya tuvo medidas las
doce estaciones de su vía crucis, ella y su doncella iban en serena
contemplación, se sentaban en el suelo en cada una de las estaciones y
renovaban en el corazón el misterio de su significado y alababan al Señor por
su amor entre lágrimas de compasión. […]
Después del tercer año de
estancia aquí, María tenía grandes ansias de ir a Jerusalén, y Juan y Pedro la
llevaron allí. Me parece que se habían reunido allí varios apóstoles. Vi a
Tomás. Creo que era un concilio y que María los asistía con sus consejos.
A su llegada, por la tarde ya oscurecido, vi que antes de entrar en la ciudad, visitó el Monte de los Olivos, el Calvario, el Santo Sepulcro y todos los santos lugares de los alrededores de Jerusalén. La Madre de Dios estaba tan triste y conmovida por la pena que apenas podía tenerse de pie, y Pedro y Juan la tenían que llevar sosteniéndola bajo los brazos. Ella todavía vino otra vez aquí (a Jerusalén) desde Éfeso, año y medio antes de su muerte, y entonces la vi visitar los santos lugares con los apóstoles, embozada y otra vez por la noche. Estaba indeciblemente triste y suspiraba continuamente «Oh, hijo mío, hijo mío».
A su llegada, por la tarde ya oscurecido, vi que antes de entrar en la ciudad, visitó el Monte de los Olivos, el Calvario, el Santo Sepulcro y todos los santos lugares de los alrededores de Jerusalén. La Madre de Dios estaba tan triste y conmovida por la pena que apenas podía tenerse de pie, y Pedro y Juan la tenían que llevar sosteniéndola bajo los brazos. Ella todavía vino otra vez aquí (a Jerusalén) desde Éfeso, año y medio antes de su muerte, y entonces la vi visitar los santos lugares con los apóstoles, embozada y otra vez por la noche. Estaba indeciblemente triste y suspiraba continuamente «Oh, hijo mío, hijo mío».
Creyeron que moría.
Cuando llegó a la puerta
trasera del palacio donde se encontró con Jesús desplomado bajo el peso de la
cruz, María cayó al suelo sin sentido, conmovida por el doloroso recuerdo. Sus
acompañantes creyeron que se moría. La llevaron al Cenáculo en Sión, en uno de
cuyos edificios delanteros estaba viviendo, y allí estuvo unos días, tan débil
y enferma y con tantos desmayos que muchas veces se esperó su muerte, y por eso
se pensó en prepararla sepultura.
Ella misma eligió una cueva
del Monte de los Olivos y los apóstoles encargaron a un cantero cristiano que
la preparase allí un hermoso sepulcro. Mientras tanto, se había dicho varias
veces que había muerto, y por otros lugares se extendió también el rumor de que
había muerto y la habían sepultado en Jerusalén. Pero cuando el sepulcro estuvo
terminado, María ya estaba curada y lo bastante fuerte para viajar de vuelta a
su casa de Éfeso, donde ella murió realmente al cabo de año y medio».
Foros de la
Virgen María
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