Efectos, causas y modos de combatir a este enemigo que llevamos siempre
y en todas partes con nosotros
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E. | Fuente: www.iveargentina.org
1. Naturaleza
Con la palabra “defecto” se designa entre otras cosas la propensión o proclividad a un determinado acto pecaminoso producida por la repetición frecuente del mismo acto.
Todos nacemos con predisposiciones naturales a ciertos actos buenos y a otros malos. Si la voluntad no se opone desde el principio a estas predisposiciones connaturales al mal, éstas adquieren pronto mayor vigor y se convierten en verdaderos defectos.
“Defecto dominante” en el hombre es aquella proclividad cuyo impulso es más frecuente y más fuerte, aunque no siempre se observe.
2. Efectos
El defecto dominante es un enemigo que llevamos siempre y en todas partes con nosotros y que a menudo nos lleva a cometer faltas o pecados.
Este defecto es tanto más terrible cuanto que es un arma poderosa de la cual se sirve el demonio para inducirnos al pecado.
Si el defecto dominante no es combatido enérgicamente irá cegando poco a poco la mente llevando al hombre a culpas cada vez más frecuentes y más graves.
3. Modos de combatirlo
Para combatir el defecto dominante es necesario ante todo conocerlo, lo cual no se consigue fácilmente; más aún, muchas veces parece que no hay cosa que nos repugne tanto o nos dé tanto miedo como conocernos a fondo.
Para conocer nuestro defecto dominante hemos de orar y examinarnos acerca de las infidelidades que más fácilmente y a menudo cometemos, indagando la causa íntima de estas culpas; es también conveniente observar el objeto a que se dirigen nuestros pensamientos y deseos espontáneamente, así como lo que más nos desagrada en los demás, que con frecuencia suele ser lo que domina en nosotros.
Otro medio de actuar es abrir sinceramente el corazón al confesor que de esta manera nos conocerá a fondo y podrá indicarnos nuestro defecto dominante.
También debemos tener en cuenta las reprensiones que se nos hacen, pues frecuentemente nos pueden servir para conocer el estado de nuestra alma.
Después de haber conocido nuestro defecto dominante es necesario trabajar sin tregua en extirparlo, especialmente con el ejercicio de las virtudes más directamente contrarias a él.
Para conseguir nuestro intento habremos de orar mucho y examinarnos sobre los progresos que hacemos. San Ignacio y otros santos aconsejan que se anoten las veces que durante el día o durante la semana cae uno en el defecto dominante, para poder darse cuenta del adelanto o del posible retroceso.
Para desarraigar el defecto dominante es un medio muy eficaz el excitarse internamente a dolor e imponerse una pequeña penitencia cada vez que se cae en tal defecto.
A veces se requieren varios años de dura lucha para desarraigar un defecto, pero no debemos creer que estos esfuerzos son inútiles: con la gracia del Señor se pueden reformar las naturalezas más rebeldes.
Tampoco nos hemos de creer vencedores hasta el punto de descuidar toda vigilancia durante el resto de nuestra vida.
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E. | Fuente: www.iveargentina.org
1. Naturaleza
Con la palabra “defecto” se designa entre otras cosas la propensión o proclividad a un determinado acto pecaminoso producida por la repetición frecuente del mismo acto.
Todos nacemos con predisposiciones naturales a ciertos actos buenos y a otros malos. Si la voluntad no se opone desde el principio a estas predisposiciones connaturales al mal, éstas adquieren pronto mayor vigor y se convierten en verdaderos defectos.
“Defecto dominante” en el hombre es aquella proclividad cuyo impulso es más frecuente y más fuerte, aunque no siempre se observe.
2. Efectos
El defecto dominante es un enemigo que llevamos siempre y en todas partes con nosotros y que a menudo nos lleva a cometer faltas o pecados.
Este defecto es tanto más terrible cuanto que es un arma poderosa de la cual se sirve el demonio para inducirnos al pecado.
Si el defecto dominante no es combatido enérgicamente irá cegando poco a poco la mente llevando al hombre a culpas cada vez más frecuentes y más graves.
3. Modos de combatirlo
Para combatir el defecto dominante es necesario ante todo conocerlo, lo cual no se consigue fácilmente; más aún, muchas veces parece que no hay cosa que nos repugne tanto o nos dé tanto miedo como conocernos a fondo.
Para conocer nuestro defecto dominante hemos de orar y examinarnos acerca de las infidelidades que más fácilmente y a menudo cometemos, indagando la causa íntima de estas culpas; es también conveniente observar el objeto a que se dirigen nuestros pensamientos y deseos espontáneamente, así como lo que más nos desagrada en los demás, que con frecuencia suele ser lo que domina en nosotros.
Otro medio de actuar es abrir sinceramente el corazón al confesor que de esta manera nos conocerá a fondo y podrá indicarnos nuestro defecto dominante.
También debemos tener en cuenta las reprensiones que se nos hacen, pues frecuentemente nos pueden servir para conocer el estado de nuestra alma.
Después de haber conocido nuestro defecto dominante es necesario trabajar sin tregua en extirparlo, especialmente con el ejercicio de las virtudes más directamente contrarias a él.
Para conseguir nuestro intento habremos de orar mucho y examinarnos sobre los progresos que hacemos. San Ignacio y otros santos aconsejan que se anoten las veces que durante el día o durante la semana cae uno en el defecto dominante, para poder darse cuenta del adelanto o del posible retroceso.
Para desarraigar el defecto dominante es un medio muy eficaz el excitarse internamente a dolor e imponerse una pequeña penitencia cada vez que se cae en tal defecto.
A veces se requieren varios años de dura lucha para desarraigar un defecto, pero no debemos creer que estos esfuerzos son inútiles: con la gracia del Señor se pueden reformar las naturalezas más rebeldes.
Tampoco nos hemos de creer vencedores hasta el punto de descuidar toda vigilancia durante el resto de nuestra vida.
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