Lo católico perfumado de orgullo reivindicativo
huele mal. Porque lo genuinamente católico se reviste de humildad y normalidad.
Hace unas
semanas, Pilar Rahola invitaba a jóvenes católicos a “salir del armario”. El
contexto en el que ella enmarcaba dicha invitación era favorable para el
catolicismo. Desde su perspectiva de persona no creyente pero buscadora de
Dios, alababa y fomentaba todo lo bueno que el catolicismo debe aportar al
mundo de hoy y que tristemente queda silenciado y arrinconado.
Con valentía arengaba a nuestros jóvenes, “la propuesta católica ha de escucharse más, tenéis que salir del armario y dar a conocer lo mucho bueno que enseña el catolicismo y que esta sociedad necesita, los diez mandamientos, etc.”.
Si ahondamos en la historia del cristianismo, hay un dato clarificador. Cuando en los primeros siglos comenzaron a constituirse las comunidades religiosas, surge la idea del hábito, pero lo más llamativo es que el hábito religioso en sus comienzos, no buscaba la distinción, ser diferente de los modos propios de vestir de la época, sino todo lo contrario, pasar desapercibidos, ser uno más. De ahí que las mujeres llevaran velo y éste ha perdurado en el tiempo, de ahí la forma de los hábitos en los monjes, etc. Por sentido de pobreza, la única variación radicaba en la elección del tejido.
Todo ello, por esa conciencia de “ser levadura en la masa y construir el Reino de los cielos”. Y querer pasar desapercibidos, ser ciudadanos del cielo en la tierra. Con el tiempo, aparecieron las modas y la sociedad evolucionó en las formas de vestirse,-propio de lo mundano-, y lo religioso se quedó con su originario hábito ya como forma de identidad. (Cfr. El hábito religioso. Historia-psicología-sociología, Matías Augé. Ed. Claretianas).
Volviendo a la invitación de la famosa periodista, admito que lo de “salir del armario” no me gusta nada, logra que todo el mundo comprenda lo que quiere decir, pero no es acertada. La expresión “salir del armario” posee una connotación radicalmente mundana y además, ha sido apropiada por la ideología totalitaria “de género” abanderada por el lobby gay, cuya máxima expresión ha venido a ser el famoso “orgullo gay”.
Lo católico perfumado de orgullo reivindicativo huele mal. Porque lo genuinamente católico se reviste de humildad y normalidad, -«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa»- sabemos que participamos de un don, no de un privilegio.
El reto radica en cómo mantenerse robustos como armarios de la más noble madera. En los últimos días se nos ofrecen magníficos ejemplos, porque enemigos de lo católico y del hombre, haberlos hay los por doquier, por dentro y por fuera, a saber: La nota de prensa del arzobispado de Getafe ante el abuso de la alcaldesa socialista de Ciempozuelos al retirar un vía crucis expuesto en la vía pública del pueblo “para no ofender a los musulmanes”. La sabia y contundente corrección del obispo de San Sebastián, D. José Ignacio Munilla, en su programa “Sexto continente” de Radio María, al descalabrado artículo del aún sacerdote Pablo D’ors titulado “¿Habrá en la Iglesia alguien que se atreva?”. El denominado “Santa Marta group”: una potente alianza de jefes de Policía y oficinas de obispos contra la trata de seres humanos. Y la lista es incontable, porque de hecho la Iglesia y sus gentes de bien llevan siglos dando la talla y la batalla, pero al estilo propio de los hijos de Dios.
No hay más que asomarse a los documentales de “Ayuda a la Iglesia necesitada”, por añadir otro ejemplo más, o las noticias de este portal de ReL. Amar, amar, amar, trabajar, trabajar, trabajar, sin hacer ruido, de cara a Dios.
Estos ejemplos rezuman humildad, contundencia y verdad, no reivindicación llena de orgullo de no se sabe qué. El estilo de lo verdaderamente católico es otro, porque el estilo de Dios es simple, y siempre será contradictorio para un mundo nervioso por la novedad, y contradictorio también para personas religiosas (consagrados o seglares) que con serias responsabilidades a su cargo no se atreven a cortar de raíz gravísimos escándalos que se ciernen a su alrededor. Se trata de un estilo que ha de aceptar ser relegado, hacer el bien sin llamar la atención, prevalecer la verdad con amor pero sin que tiemble el pulso, sin prepotencia, ni querer ser noticia, como la discreta levadura.
Nada de esto contradice la continua llamada del Papa a ser una iglesia en salida. Realmente, no tiene nada que ver. Lo nuestro va de ser querer ser sencillos y robustos como armarios de la más noble madera por amor a Dios, al ser humano y obedientes a Su Voluntad.
Con valentía arengaba a nuestros jóvenes, “la propuesta católica ha de escucharse más, tenéis que salir del armario y dar a conocer lo mucho bueno que enseña el catolicismo y que esta sociedad necesita, los diez mandamientos, etc.”.
Si ahondamos en la historia del cristianismo, hay un dato clarificador. Cuando en los primeros siglos comenzaron a constituirse las comunidades religiosas, surge la idea del hábito, pero lo más llamativo es que el hábito religioso en sus comienzos, no buscaba la distinción, ser diferente de los modos propios de vestir de la época, sino todo lo contrario, pasar desapercibidos, ser uno más. De ahí que las mujeres llevaran velo y éste ha perdurado en el tiempo, de ahí la forma de los hábitos en los monjes, etc. Por sentido de pobreza, la única variación radicaba en la elección del tejido.
Todo ello, por esa conciencia de “ser levadura en la masa y construir el Reino de los cielos”. Y querer pasar desapercibidos, ser ciudadanos del cielo en la tierra. Con el tiempo, aparecieron las modas y la sociedad evolucionó en las formas de vestirse,-propio de lo mundano-, y lo religioso se quedó con su originario hábito ya como forma de identidad. (Cfr. El hábito religioso. Historia-psicología-sociología, Matías Augé. Ed. Claretianas).
Volviendo a la invitación de la famosa periodista, admito que lo de “salir del armario” no me gusta nada, logra que todo el mundo comprenda lo que quiere decir, pero no es acertada. La expresión “salir del armario” posee una connotación radicalmente mundana y además, ha sido apropiada por la ideología totalitaria “de género” abanderada por el lobby gay, cuya máxima expresión ha venido a ser el famoso “orgullo gay”.
Lo católico perfumado de orgullo reivindicativo huele mal. Porque lo genuinamente católico se reviste de humildad y normalidad, -«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa»- sabemos que participamos de un don, no de un privilegio.
El reto radica en cómo mantenerse robustos como armarios de la más noble madera. En los últimos días se nos ofrecen magníficos ejemplos, porque enemigos de lo católico y del hombre, haberlos hay los por doquier, por dentro y por fuera, a saber: La nota de prensa del arzobispado de Getafe ante el abuso de la alcaldesa socialista de Ciempozuelos al retirar un vía crucis expuesto en la vía pública del pueblo “para no ofender a los musulmanes”. La sabia y contundente corrección del obispo de San Sebastián, D. José Ignacio Munilla, en su programa “Sexto continente” de Radio María, al descalabrado artículo del aún sacerdote Pablo D’ors titulado “¿Habrá en la Iglesia alguien que se atreva?”. El denominado “Santa Marta group”: una potente alianza de jefes de Policía y oficinas de obispos contra la trata de seres humanos. Y la lista es incontable, porque de hecho la Iglesia y sus gentes de bien llevan siglos dando la talla y la batalla, pero al estilo propio de los hijos de Dios.
No hay más que asomarse a los documentales de “Ayuda a la Iglesia necesitada”, por añadir otro ejemplo más, o las noticias de este portal de ReL. Amar, amar, amar, trabajar, trabajar, trabajar, sin hacer ruido, de cara a Dios.
Estos ejemplos rezuman humildad, contundencia y verdad, no reivindicación llena de orgullo de no se sabe qué. El estilo de lo verdaderamente católico es otro, porque el estilo de Dios es simple, y siempre será contradictorio para un mundo nervioso por la novedad, y contradictorio también para personas religiosas (consagrados o seglares) que con serias responsabilidades a su cargo no se atreven a cortar de raíz gravísimos escándalos que se ciernen a su alrededor. Se trata de un estilo que ha de aceptar ser relegado, hacer el bien sin llamar la atención, prevalecer la verdad con amor pero sin que tiemble el pulso, sin prepotencia, ni querer ser noticia, como la discreta levadura.
Nada de esto contradice la continua llamada del Papa a ser una iglesia en salida. Realmente, no tiene nada que ver. Lo nuestro va de ser querer ser sencillos y robustos como armarios de la más noble madera por amor a Dios, al ser humano y obedientes a Su Voluntad.
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