jueves, 16 de julio de 2015

LAS HOMILÍAS ¿SON EFICACES?


La homilía, si no atrae, pierde su eficacia y hasta puede resultar contraproducente. No por mucho hablar se convence más, sino diciendo escuetamente lo que deba decirse y en el momento apropiado para decirlo.

Voy a misa tanto como me es posible, y que procuro que me sea posible asiduamente. A veces cambio de lugar por algún motivo circunstancial. Bien porque es lunes y ese día descansa el párroco, o bien por cualquier otra causa fuera de lo habitual. Raro es que allí donde vaya el oficiante de turno no largue su sermoncito. Y más raro aún es que me resulte atractivo.

Entonces me da por ver y pensar en la buena gente que va a misa todos los días, en las mujeres en su mayoría de edad madura que no faltan nunca. También en algunos hombres que mantienen vivos sus hábitos piadosos. ¿Sacan algún provecho de las palabras del celebrante?

Si las lecturas han sido bien hechas, circunstancia igualmente poco frecuente porque no se cuida la instrucción de los lectores, la insistencia en los mismos temas está de sobra, porque lo que pueda decir el “sermoneador”, lo han dicho antes mucho mejor los evangelistas, San Pablo o el Antiguo Testamento. Y si se dicen mal, que es lo más corriente, una explicación añadida de los textos litúrgicos a cargo del sacerdote raramente enmienda lo que empezó con mal pie.

Hablar en público o dirigirse al público, no es, no ha sido nunca, nada fácil. No está al alcance de cualquiera, por mucho que se estudie en los seminarios, si es que todavía se estudia, retórica u oratoria. Lo expresa perfectamente el viejo adagio: “Lo que natura no da, Salamanca no presta”. Lo vemos en los propios obispos que, cuando quieren hablar con propiedad y precisión, escriben antes el texto. Cosa distinta es que luego lo lean con buena dicción, que esa es otra. Incluso el Papa, cuando improvisa, a veces se va por los cerros de Úbeda. Luego tiene que salir el padre Lombardi, jefe de Prensa del Vaticano, a “precisar” o “contextualizar” lo que quiso decir el Papa, aunque en ocasiones, en lugar de aclarar enreda todavía más lo dicho o sucedido. Imagínense lo que pueda decir un cura que improvisa a diario, aunque siga el guión de la Liturgia de la Palabra.

Pero imagínense también al pobre feligrés/feligresa que normalmente oye misa a diario en su propia parroquia, donde le ha tocado en suerte un párroco muy predicador, que no deja pasar una -eucaristía, exposición del santísimo, triduo, novena, funeral, catequesis, etc., etc.-, sin soltar sus parrafitos o parrafadas, más allá de lo que es la mera homilía. ¿No estará sufriendo -el feligrés/feligresa- un pequeño martirio cotidiano con tal sobrecarga de verbalismo?

La homilía, si no atrae, pierde su eficacia y hasta puede resultar contraproducente. No por mucho hablar se convence más, sino diciendo escuetamente lo que deba decirse y en el momento apropiado para decirlo. Eso lo tuvimos que aprender y transmitir quienes en algún momento fuimos encargados de impartir técnicas de comunicación a los peperos en agraz de la Comunidad de Madrid.

Queridos sacerdotes, por favor: no se excedan, no cansen, no espanten a la “clientela”, y piensen de continuo en la eficacia de su palabra.

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