Solo se puede desear…, aquello que sabemos que existe y los que somos
creyentes, sabemos que la santidad existe y no solo existe, sino que es
necesaria adquirirla y conservarla, primeramente para tenerla en este mundo y
luego para acceder a la gloria que nos espera. Tener la santidad en este mundo,
es vivir en gracias y amistad con el Señor, lo que determinará la inhabitación
Trinitaria en nuestra alma. Sabemos que cuando fuimos bautizados, al tiempo
obtuvimos no solo la condición de hijos de Dios, sino la inhabitación de la
Santísima Trinidad en nuestra alma. Desalojamos de nuestra alma a la Santísima
Trinidad, si ofendemos a Dios mortalmente, pero su gran misericordia nos
perdona si acudimos al sacramento de la penitencia, en cuyo caso recuperamos la
Inhabitación Trinitaria en nuestra alma.
La persona que habitualmente vive en la gracia y amistad de Dios, en
este mundo, son más de una. Ellas viven con una conducta adornada de virtudes,
que nos dan testimonio de su vida de santidad. Pero no me voy a referir en este
libro, a la santidad de los que aquí nos rodean, sino a la santidad que
nosotros necesitamos para alcanzar la gloria que nos espera. Y para alcanzar
esta santidad, que necesitamos para llegar al cielo, el primer paso necesario
que hemos de dar, es desearla, desear nuestra santidad. Porque el deseo, si es
que de verdad, si se quiere obtener algo, al que lo desee, le es imprescindible
poner en marcha su voluntad, porque el deseo en la persona, es la palanca que
mueve nuestra voluntad. Y si no movemos la palanca de la voluntad, el deseo se
convierte en una idea que termina por ser irrealizable.
Todos sabemos, que desear algo, sin movernos para obtenerlo, es no
obtenerlo jamás, si no nos movemos, no conseguiremos la realización de nuestro
deseo. Por ello para alcanzar la santidad lo primero de toda persona ha de
hacer, es tener un ardiente deseo de lograrla, porque cuanto mayor sea nuestro
deseo, mayor empeño tendremos en mover nuestra voluntad de lograr el deseo y
mayor será la gloria que alcancemos y lógicamente mayor será nuestra futura
glorificación en el cielo. En este caso, como siempre ocurre en el desarrollo
de la vida espiritual de las personas, no existe límite alguno en el tamaño de
nuestros deseos, porque la base de nuestro deseo, porque el objeto del deseo,
es Dios mismo y Dios es ilimitado en el mismo y en todas sus manifestaciones.
Pero antes de seguir profundizando en este tema sobre el deseo de la
santidad, lo primero de todo, es preguntarnos, acerca del contenido y
naturaleza de la santidad. Ante todo, la santidad es un don de Dios, y como don
de Dios, es todo lo que recibimos, sean estos bienes materiales o bienes
espirituales. Pero hay una notable diferencia en el trato que Dios da a
nuestras peticiones de dones, según sea el carácter de estos, ya sean de
carácter material o espiritual.
Dios nos ha creado y solo por amor y este amor suyo, le mueve a desear
fervientemente que todos nos salvemos, y no abandonemos su ámbito de amor, en el que todos nos encontramos, ya sea que le
amemos o le odiemos. Toda persona de este mundo, está en el ámbito de amor de
Dios. ÉL mantiene el principio, que en teología se conoce con el nombre de voluntad salvífica universal de Dios. Todo
el que abandone este mundo, amando a Dios, aunque haya sido en el último
momento de su vida terrenal, permanecerá dentro de su ámbito de amor, y se salvará. Pero aquel que no haya sido capaz de
aceptar, aunque sea en el último momento, el amor que el Señor le ha estado
ofreciendo a lo largo de su vida, saldrá del ámbito de amor de Dios y a partir de ese momento, habrá perdido
eternamente su capacidad de amar a Dios, que ahora si tiene, incluso aunque
odie a Dios.
Dentro de la condenación eterna, tiene mucha importancia, la salida del ámbito de amor del Señor, porque Dios es
la única fuente de amor y a los condenados y a los demonios, les es imposible
amar, lo suyo es la antítesis del amor, que es el odio. Esta es la razón por la
que a ellos, a todos los condenados, sean personas o demonios, les es imposible
arrepentirse, ya que el arrepentimiento es en sí, es un acto de amor y ellos al
carecer de capacidad de amar, carecen de capacidad para arrepentirse, porque en
si, el arrepentimiento es un acto de amor a Dios, y ellos los condenados al igual
que los demonios, han perdid la capacidad de amar a Dios, por lo tanto no
pueden arrepentirse.
Los condenados, al carecer de amor, por haber salido del ámbito de amor
del Señor, ni aman ni pueden ser amados entre sí por otro demonio, o por un
alma condenada. Lo cual añade un sufrimiento espiritual más al alma condenada,
pues ella fue creada con un deseo innato de amar y ser amada. El deseo de
santidad que una persona pueda tener, es un bien espiritual y por ello es mucho
más fácil de obtener que si se tratase de un bien material.
Dios con su omnisciencia absoluta ve, cuando nuestras peticiones son de
bienes materiales, que estos bienes que pedimos, muchas veces pueden atentar
contra nuestra vida espiritual y nuestra futura salvación, cosa que nosotros no
podemos ver y al no obtener lo solicitado, nos sentimos frustrados. Pero cuando
si se trata de bienes espirituales, Dios no los dona enseguida, y muchas veces
los recibimos sin ser conscientes de haberlos adquirido.
Pongamos un ejemplo. Una persona sin fe, ha visto por su parte,
cualquier testimonio de fe de un tercero y se siente llamada y se dirige al
Señor diciéndole: Señor yo no soy
creyente, nunca le he sido, pero ya me gustaría que me dieses la fe Pues
bien, sin darse cuenta, esta persona no creyente, deja en ese momento de ser no
creyente, desde el mismo instante, en que en pide fe, porque si pide fe es
porque reconoce aunque sea sin mucha convicción, pero al fin y al cabo
reconoce, la existencia de Dios. Desde luego, obtiene una fe muy pequeñita, es
una planta diminuta, pero si la cuida y persevera en su cuidado, llegará a ser
un gigantesco árbol, que incluso puede ser la envidia de los propios ángeles.
Porque no nos extrañemos, los ángeles y especialmente el ángel que nos
custodia y el que cada uno de nosotros tenemos adjudicado, sufre y goza con
nuestra conducta viendo cuando, no le damos amor al Señor y cuando le
demostramos amor al Señor. Y es que ellos jamás han tenido necesidad de fe,
pues desde su creación siempre han podido contemplar el Rostro de Dios, y por
ello se quedan maravillados cuando contemplan la fortaleza de fe que muchas
almas tienen y que circulan a nuestro alrededor y a las que por motivaciones
materiales no les damos importancia alguna. Porque todos juzgamos más a las
personas por su posición social y el dinero que tienen, sin tener en cuenta que
la lo peor tienen su alma ennegrecida
Por todo ello, el que deseemos la santidad, si tenemos fe es lo lógico.
El deseo inicial de querer ser santos, es una lógica consecuencia de la fortaleza
de nuestra fe y es fácil tenerlo, es más, casi todos lo tenemos, aunque no
seamos conscientes de tenerlo. Pero lo importante es conocer la fortaleza de
nuestro deseo de ser santos, que siempre será una consecuencia de la fortaleza
de nuestra fe.
Y es en este punto, donde la fe y el amor son dos factores muy
importantes, a considerar y de los que más adelante, más de una vez nos
ocuparemos.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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