martes, 13 de enero de 2015

DESEAR LA SANTIDAD


Solo se puede desear…, aquello que sabemos que existe y los que somos creyentes, sabemos que la santidad existe y no solo existe, sino que es necesaria adquirirla y conservarla, primeramente para tenerla en este mundo y luego para acceder a la gloria que nos espera. Tener la santidad en este mundo, es vivir en gracias y amistad con el Señor, lo que determinará la inhabitación Trinitaria en nuestra alma. Sabemos que cuando fuimos bautizados, al tiempo obtuvimos no solo la condición de hijos de Dios, sino la inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestra alma. Desalojamos de nuestra alma a la Santísima Trinidad, si ofendemos a Dios mortalmente, pero su gran misericordia nos perdona si acudimos al sacramento de la penitencia, en cuyo caso recuperamos la Inhabitación Trinitaria en nuestra alma.

La persona que habitualmente vive en la gracia y amistad de Dios, en este mundo, son más de una. Ellas viven con una conducta adornada de virtudes, que nos dan testimonio de su vida de santidad. Pero no me voy a referir en este libro, a la santidad de los que aquí nos rodean, sino a la santidad que nosotros necesitamos para alcanzar la gloria que nos espera. Y para alcanzar esta santidad, que necesitamos para llegar al cielo, el primer paso necesario que hemos de dar, es desearla, desear nuestra santidad. Porque el deseo, si es que de verdad, si se quiere obtener algo, al que lo desee, le es imprescindible poner en marcha su voluntad, porque el deseo en la persona, es la palanca que mueve nuestra voluntad. Y si no movemos la palanca de la voluntad, el deseo se convierte en una idea que termina por ser irrealizable.

Todos sabemos, que desear algo, sin movernos para obtenerlo, es no obtenerlo jamás, si no nos movemos, no conseguiremos la realización de nuestro deseo. Por ello para alcanzar la santidad lo primero de toda persona ha de hacer, es tener un ardiente deseo de lograrla, porque cuanto mayor sea nuestro deseo, mayor empeño tendremos en mover nuestra voluntad de lograr el deseo y mayor será la gloria que alcancemos y lógicamente mayor será nuestra futura glorificación en el cielo. En este caso, como siempre ocurre en el desarrollo de la vida espiritual de las personas, no existe límite alguno en el tamaño de nuestros deseos, porque la base de nuestro deseo, porque el objeto del deseo, es Dios mismo y Dios es ilimitado en el mismo y en todas sus manifestaciones.

Pero antes de seguir profundizando en este tema sobre el deseo de la santidad, lo primero de todo, es preguntarnos, acerca del contenido y naturaleza de la santidad. Ante todo, la santidad es un don de Dios, y como don de Dios, es todo lo que recibimos, sean estos bienes materiales o bienes espirituales. Pero hay una notable diferencia en el trato que Dios da a nuestras peticiones de dones, según sea el carácter de estos, ya sean de carácter material o espiritual.

Dios nos ha creado y solo por amor y este amor suyo, le mueve a desear fervientemente que todos nos salvemos, y no abandonemos su ámbito de amor, en el que todos nos encontramos, ya sea que le amemos o le odiemos. Toda persona de este mundo, está en el ámbito de amor de Dios. ÉL mantiene el principio, que en teología se conoce con el nombre de voluntad salvífica universal de Dios. Todo el que abandone este mundo, amando a Dios, aunque haya sido en el último momento de su vida terrenal, permanecerá dentro de su ámbito de amor, y se salvará. Pero aquel que no haya sido capaz de aceptar, aunque sea en el último momento, el amor que el Señor le ha estado ofreciendo a lo largo de su vida, saldrá del ámbito de amor de Dios y a partir de ese momento, habrá perdido eternamente su capacidad de amar a Dios, que ahora si tiene, incluso aunque odie a Dios.

Dentro de la condenación eterna, tiene mucha importancia, la salida del ámbito de amor del Señor, porque Dios es la única fuente de amor y a los condenados y a los demonios, les es imposible amar, lo suyo es la antítesis del amor, que es el odio. Esta es la razón por la que a ellos, a todos los condenados, sean personas o demonios, les es imposible arrepentirse, ya que el arrepentimiento es en sí, es un acto de amor y ellos al carecer de capacidad de amar, carecen de capacidad para arrepentirse, porque en si, el arrepentimiento es un acto de amor a Dios, y ellos los condenados al igual que los demonios, han perdid la capacidad de amar a Dios, por lo tanto no pueden arrepentirse.

Los condenados, al carecer de amor, por haber salido del ámbito de amor del Señor, ni aman ni pueden ser amados entre sí por otro demonio, o por un alma condenada. Lo cual añade un sufrimiento espiritual más al alma condenada, pues ella fue creada con un deseo innato de amar y ser amada. El deseo de santidad que una persona pueda tener, es un bien espiritual y por ello es mucho más fácil de obtener que si se tratase de un bien material.

Dios con su omnisciencia absoluta ve, cuando nuestras peticiones son de bienes materiales, que estos bienes que pedimos, muchas veces pueden atentar contra nuestra vida espiritual y nuestra futura salvación, cosa que nosotros no podemos ver y al no obtener lo solicitado, nos sentimos frustrados. Pero cuando si se trata de bienes espirituales, Dios no los dona enseguida, y muchas veces los recibimos sin ser conscientes de haberlos adquirido.

Pongamos un ejemplo. Una persona sin fe, ha visto por su parte, cualquier testimonio de fe de un tercero y se siente llamada y se dirige al Señor diciéndole: Señor yo no soy creyente, nunca le he sido, pero ya me gustaría que me dieses la fe Pues bien, sin darse cuenta, esta persona no creyente, deja en ese momento de ser no creyente, desde el mismo instante, en que en pide fe, porque si pide fe es porque reconoce aunque sea sin mucha convicción, pero al fin y al cabo reconoce, la existencia de Dios. Desde luego, obtiene una fe muy pequeñita, es una planta diminuta, pero si la cuida y persevera en su cuidado, llegará a ser un gigantesco árbol, que incluso puede ser la envidia de los propios ángeles.

Porque no nos extrañemos, los ángeles y especialmente el ángel que nos custodia y el que cada uno de nosotros tenemos adjudicado, sufre y goza con nuestra conducta viendo cuando, no le damos amor al Señor y cuando le demostramos amor al Señor. Y es que ellos jamás han tenido necesidad de fe, pues desde su creación siempre han podido contemplar el Rostro de Dios, y por ello se quedan maravillados cuando contemplan la fortaleza de fe que muchas almas tienen y que circulan a nuestro alrededor y a las que por motivaciones materiales no les damos importancia alguna. Porque todos juzgamos más a las personas por su posición social y el dinero que tienen, sin tener en cuenta que la lo peor tienen su alma ennegrecida

Por todo ello, el que deseemos la santidad, si tenemos fe es lo lógico. El deseo inicial de querer ser santos, es una lógica consecuencia de la fortaleza de nuestra fe y es fácil tenerlo, es más, casi todos lo tenemos, aunque no seamos conscientes de tenerlo. Pero lo importante es conocer la fortaleza de nuestro deseo de ser santos, que siempre será una consecuencia de la fortaleza de nuestra fe.

Y es en este punto, donde la fe y el amor son dos factores muy importantes, a considerar y de los que más adelante, más de una vez nos ocuparemos.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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