Queridos amigos y hermanos de
ReL: después de haber celebrado la Navidad y la Epifanía, el misterio salvífico
que le pone fin al tiempo litúrgico de la Navidad es el Bautismo del Señor.
Cristo ha venido a la tierra para
dar la salvación a todos los que creemos en Él. En el cumplimiento de esta
misión, se acerca al hombre por todos los caminos. En su Bautismo lo hace por
el camino más cercano al hombre: en apariencia de pecador.
Cristo no puede llegar más cerca
del pecado y del pecador. Anonadándose, hace posible que gracias a su bautismo
se abra el cielo, y se conceda el perdón de los pecados al mundo entero.
Él, que no tenía pecado, pasa sin
embargo como pecador, guardando su turno para recibir el bautismo de Juan,
dando a conocer así, el plan divino de la salvación. Así como Cristo, por amor
al hombre, pasó por la humillación de ser considerado pecador –aunque el
bautismo de Juan no perdonaba los pecados- , así nosotros no hemos de tener
vergüenza de confesar nuestros pecados, por amor a Cristo.
El gran enemigo de Dios y del
hombre, no es realmente el hecho de cometer un pecado, porque Dios está siempre
dispuesto a perdonarnos; sino el orgullo que lleva al hombre a no reconocerse
pecador, y si al fin lo admite, a justificarse por haberlo cometido y a no
aceptar en ningún caso la propia culpa.
Reconociendo con sencillez
nuestros errores y pecados, tendremos siempre la paz con Dios y con los hombres.
La mentira, el engaño, la calumnia, desaparecerán de nuestro espíritu, y
triunfaremos sobre el pecado, no obstante nuestra debilidad.
Demos gracias a Dios Padre que
hizo oír su voz desde el Cielo, para que creyéramos que su Hijo habitó y habita
entre nosotros. Este misterio del Bautismo del Señor nos hace reconocer que
libre del pecado, y siempre posible pecador, hijo de Dios, pródigo, ingrato y
siempre volviendo al hogar paterno, el cristiano descubre una gran realidad
interior: la presencia de la Santísima Trinidad en el alma.
Nos enseña el Papa Pablo VI que
“por la gracia del Bautismo ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo’, somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad,
aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna”.
Con el Bautismo la Santísima
Trinidad toma posesión del alma como encontró su habitación en el seno purísimo
de María. Que Ella nos enseñe a revalorizarlo y a vivir según nuestra mayor
dignidad, la de ser hijos de Dios.
Con mi
bendición.
Padre José Medina
Padre José Medina
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