La Resurrección es un hecho histórico, del cual la Iglesia es el mejor testimonio. La primera comunidad de creyentes no habría tenido fuerza ni organización sin la llegada de este acontecimiento renovador de la esperanza y del gozo.
Muy fácil
es decir “¡Cristo ha resucitado!” sin aceptar confiadamente el hecho histórico
de la Resurrección de Cristo. El hecho de interpretar la historia de la
Resurrección como un mito o cuento pone en riesgo la creencia de que Cristo es
verdadero Dios. Sin embargo, la fe de los cristianos tiene su pilar más
importante en la Resurrección, que fue un hecho histórico, no un mito ni
metáfora.
¿Resucitó
verdaderamente Cristo? Muchos arqueólogos e historiadores de las religiones
dirán que no; que la Resurrección es sólo una historia para justificar la
fundación del cristianismo. Otros dirán que es sólo una imagen de renovación
natural y humana, recuperada de las antiguas religiones orientales. ¿Carece
entonces la Resurrección de un fundamento histórico? Parece que esta pregunta
se puede resolver desde el ámbito social de la naciente Iglesia, pues la
Resurrección de Cristo no es una creencia impuesta por una autoridad religiosa
humana, sino que es un hecho que sorprende y da esperanza a toda una comunidad
decepcionada y dispersa.
LA IGLESIA, TESTIGO DE LA
RESURRECCIÓN DE CRISTO
Parece
que la Resurrección de Cristo es un mito hecho para legitimar la fundación del
Cristianismo. Sin embargo, hay un problema en esta propuesta, pues si la
Resurrección hubiese sido un mito formulado por una autoridad humana, la
Iglesia como comunidad habría durado poco, sin dar testimonios de vida en los
martirios y persecuciones.
Recordemos
la actitud de los apóstoles reportada en el Evangelio luego de la Crucifixión:
tenían miedo de salir de la casa donde se encontraban por miedo a los judíos y
a sufrir la misma suerte que Jesús. (Cfr. Jn 20, 19-23) Los discípulos estaban
confundidos y se sentían defraudados: su Mesías estaba muerto, Pedro había huido,
Judas se había colgado y casi todos habían mostrado su cobardía con su ausencia
ante los tormentos de Jesús. Quizás esta comunidad de hombres temerosos y
angustiados pudo haber inventado la creencia de que Jesús vivía y había salido
del sepulcro, a fin de dar sentido a los sufrimientos vividos y poder retomar
su itinerario luego del fracaso de la cruz.
Ante esta
posibilidad se presentan los testimonios de la primera Iglesia recogidos en los
Hechos de los Apóstoles. La comunidad de discípulos desencantados y temerosos
retoma su fuerza ante la presencia renovada de Jesús, a quien ya no sólo se le
da el título de Maestro, sino de Señor. La actitud de los Apóstoles se
transforma de la tristeza al gozo esperanzado, fundado en la presencia viva de
Jesús. Poco habría durado una creencia fundamentada en mitos humanos: los apóstoles
habrían visto que sus ideas no tenían ningún sentido si en verdad Jesús no
hubiera resucitado. Igualmente los nuevos discípulos habrían pedido pruebas,
pero la mayor de estas: el gozo en la verdad, se habría disipado desde los
inicios.
Además
resulta improbable que un grupo de hombres perseguidos se hubiera lanzado a la
predicación y al riesgo de perder la propia vida por el mensaje de un hombre
muerto, ya que su misma muerte sería una derrota, puesto que se había
proclamado rey y había muerto como un delincuente.
Por otra
parte, un reducido grupo no habría tenido seguidores si los mismos no hubiesen
visto signos de una fundamentación fuerte de las creencias que iban a tomar.
Sin embargo, los testimonios de los Hechos de los Apóstoles y de algunos historiadores
latinos como Flavio Josefo y Plinio el Joven indican que el cristianismo se
expandió rápidamente y con éxito por el Imperio Romano. Con razón decían los
sacerdotes judíos sobre los apóstoles cristianos “Por tanto, en este caso os
digo: no tengáis nada que ver con estos hombres y dejadlos en paz, porque si
este plan o acción es de los hombres, perecerá; pero si es de Dios, no podréis
destruirlos; no sea que os halléis luchando contra Dios.” (Hch 5, 38-39)
Es así
que, si la Resurrección ha sido propuesta por un reducido grupo para justificar
el cristianismo, éste no tendría fuerzas desde su inicio, debido a la falta de
testimonios fuertes y perdurables. Los testimonios se dieron, y con tal
magnitud que trascendieron martirios y persecuciones. Con base en estos
testimonios duros podemos creer en la resurrección de Jesús, manifestada a una
comunidad viva, la cual fue trasformada desde su raíz por la presencia viva de
Jesús.
Gabriel González
Nares
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