"Dicho esto, Jesús siguió su viaje
a Jerusalén. Cuando ya estaba cerca de Betfagé y Betania, junto al monte
llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos diciéndoles:
– Id a la aldea de enfrente, y al llegar
encontraréis un asno atado que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Si
alguien os pregunta por qué lo desatáis, respondedle que el Señor lo necesita.
Los discípulos fueron y lo encontraron todo como
Jesús se lo había dicho. Mientras desataban el asno, los dueños les
preguntaron:
– ¿Por qué lo desatáis?
Ellos contestaron:
– Porque el Señor lo necesita.
Se lo llevaron a Jesús, cubrieron el asno con sus
capas e hicieron que Jesús montara en él. Conforme Jesús avanzaba, la gente
tendía sus capas por el camino. Y al acercarse a la bajada del monte de los
Olivos, todos sus seguidores comenzaron a gritar de alegría y a alabar a Dios
por todos los milagros que habían visto. Decían:
– ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!
¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!
Entonces algunos fariseos que se hallaban entre la
gente le dijeron:
– Maestro, reprende a tus seguidores.
Pero Jesús les contestó:
– Os digo que si estos callan, las piedras
gritarán."
En esta festividad se leen dos fragmentos del
Evangelio. Uno en la bendición de los ramos y la Pasión de Jesús tomada del
evangelista Lucas. Para este segundo fragmento os invito a ir a la parte
derecha del blog, donde dice Comentario de la Liturgia de los domingos y
festivos. Allí encontraréis dos preciosos comentarios. Uno de las Hermanas
Benedictinas del Monasterio de Sant Benet de Montserrat y otro de María Asun.
Yo me centraré en el de la bendición de los Ramos.
Jesús se dirige a su Jerusalén, a su muerte, pero
lo hace entrando "triunfalmente" en Jerusalén. Lo escribo entre
comillas, porque no es Jerusalén quién sale a recibirlo y a vitorearlo, sino
sus seguidores. Otro evangelista nos dice que quienes lo aclaman son los niños.
Jesús entra montado en una cría de asno. Jesús
entra como el rey de los pobres. Le aclaman sus seguidores. Es decir, gente
sencilla, aquellos a los que había curado, los "pecadores" que comían
con Él, los niños de corazón puro. Lo aclaman como enviado de Dios. Lo aclaman
como aquél que puede sacarlos de su indigencia, que puede salvarlos.
El Jesús que entra hoy en Jerusalén no es un rey
poderoso. Los judíos ya han dictado su sentencia de muerte. Montado en aquél
borriquillo se encuentra el Amor. Aquél que dará su vida por todos. Jesús nos
dice, y el papa Francisco lo ha comprendido bien, que el verdadero poder, es el
poder del servicio. Él ha venido para los pobres, a sanar, a hacer que nadie se
sienta solo. Los sencillos lo entienden y lo aclaman. Los "sabios y
puros" se escandalizan.
Ante un Jesús así, nadie puede callar, porque si
nosotros callamos, las piedras gritarán.
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