viernes, 15 de marzo de 2013

«Hay que evitar la enfermedad espiritual de la Iglesia auto-rreferencial: cuando lo es, la Iglesia se enferma». En esa línea, convenció a los cardenales.

Antes de entrar en el Cónclave
Primera homilía del Papa: improvisada, habla del demonio, la Cruz y de no ser una ONG

Lombardi, asombrado como todos, revela las primeras horas y gestos del Papa Francisco

El Papa Francisco lleva flores a la Virgen y reza en la tumba de San Pío V, el Papa de Lepanto

«Que Dios les perdone», «tengo que pagar la cuenta» y cuál es el Francisco al que apunta su nombre

 
Por su interés, reproducimos una de las más recientes entrevistas realizadas por el aún cardenal, para «Vatican Insider».

El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio, estando en Roma en ocasión del reciente Consistorio concedió una entrevista al periodista Andrea Tornielli de «Vatican Insider», en la que se refirió al Consistorio, a las palabras del Pontífice y a otros aspectos actuales de la Iglesia universal.

–¿Qué le parece la decisión del Papa de instaurar un Año de la Fe y su insistencia en la nueva evangelización?

–Benedicto XVI insiste en indicar como una de las prioridades la renovación de la fe, y presenta la fe como un regalo que hay que transmitir, un don que hay que ofrecer, un acto gratuito que hay que compartir. No un proceso, sino una misión. Esta prioridad indicada por el Papa tiene una dimensión de memoria: con el Año de la Fe recordamos el don recibido. Y esto se apoya en tres pilares: la memoria de haber sido elegidos, la memoria de la promesa que nos han hecho y de la alianza que Dios ha establecido con nosotros. Debemos renovar la alianza, nuestra pertenencia al pueblo fiel a Dios.

–¿Qué quiere decir evangelizar, en un contexto como el de América Latina?

–El contexto es el que surgió de la quinta conferencia de los obispos de América Latina, que se llevó a cabo en Aparecida en 2007. Nos convocó a una misión continental, todo el continente se encuentra en estado de misión. Se hicieron y se hacen programas, pero, sobre todo, hay un aspecto paradigmático: toda la actividad ordinaria de la Iglesia se orientó teniendo en cuenta la misión. Esto implica una tensión muy fuerte entre centro y periferia, entre la parroquia y el barrio. Se debe salir de uno mismo, ir hacia la periferia. Hay que evitar la enfermedad espiritual de la Iglesia auto-rreferencial: cuando lo es, la Iglesia se enferma. Es cierto que al salir a la calle, como nos pasa a todos los hombres y mujeres, puede haber accidentes. Pero si la Iglesia permanece encerrada en sí misma, autorreferencial, envejece. Entre una Iglesia accidentada que sale a la calle y una Iglesia enferma de autorreferencialidad, no tengo ninguna duda: prefiero la primera.

–¿Cuál es su experiencia al respecto en Argentina y, en particular, en Buenos Aires?

–Buscamos el contacto con las familias que no frecuentan la parroquia. En lugar de ser sólo una Iglesia que ampara y que recibe, tratamos de ser una Iglesia que sale de sí misma y que va hacia los hombres y las mujeres que no la frecuentan, que no la conocen, que se fueron, indiferentes. Organizamos misiones en las plazas públicas, en las que se reúne mucha gente: rezamos, celebramos la misa, proponemos el bautismo, que administramos tras una breve preparación. Es el estilo de las parroquias y de la misma diócesis. Además de esto, tratamos de llegar a las personas que se encuentran lejos mediante los medios digitales, la red y los mensajes cortos.

–En el discurso del Consistorio y después en la homilía de la misa del 19 de febrero, el Papa insistió en el hecho de que el cardenalato es un servicio, y también en el hecho de que la Iglesia no se construye sola. ¿Qué piensa de las palabras de Benedicto XVI?

–Me llamó la atención la imagen que evocó el Papa, al hablar de Santiago y Juan y de las tensiones que tenían los primeros seguidores de Jesús, sobre quién tenía que ser el primero. Esto nos indica que ciertas actitudes, ciertas discusiones, estuvieron presentes en la Iglesia, desde su inicio. Y esto no debería escandalizarnos. El cardenalato es un servicio, no es un honor para enorgullecerse. La vanidad, el alardeo, son una actitud de espiritualidad mundana, que es el peor pecado de la Iglesia. Es una afirmación que se encuentra en las páginas finales del libro «Méditation sur l´Église» de Henri De Lubac. La espiritualidad mundana es un antropocentrismo religioso que tiene algunos aspectos gnósticos. El arribismo, la búsqueda del éxito, pertenecen plenamente a esta espiritualidad mundana. Lo digo a menudo, para ejemplificar la realidad de la vanidad: como el pavo real, ¡qué hermoso es cuando se ve desde enfrente!, pero si se da algún paso y se ve por detrás, se aferra a la realidad... Los que ceden a esta vanidad autorreferencial esconden, en el fondo, una miseria muy grande

–¿En qué consiste, pues, el auténtico servicio del cardenal?

–Los cardenales no son los agentes de una ONG, sino los siervos del Señor, bajo la inspiración del Espíritu Santo, que es Aquél que hace la verdadera diferencia entre los carismas, y que al mismo tiempo en la Iglesia les conduce a la unidad. El cardenal debe entrar en la dinámica de la diferencia de los carismas y, al mismo tiempo, mirar hacia la unidad. Con la consciencia de que el autor, tanto de la diferencia como de la unidad, es el mismo Espíritu Santo. Creo que un cardenal que no entre en esta dinámica no es cardenal, según lo que pide Benedicto XVI.

–Este Consistorio se desarrolló en un momento difícil, de tensión, por la fuga de documentos del Vaticano. ¿Cómo ayudan las palabras del Papa a ver esta realidad?

–Las palabras de Benedicto XVI ayudan a vivir esta realidad desde el punto de vista de la conversión. Me gustó que el último Consistorio se haya desarrollado en el umbral de la Cuaresma. Es una invitación para ver a la Iglesia santa y pecadora, a ver ciertas faltas y ciertos pecados sin perder de vista la santidad de tantos hombres y de tantas mujeres que actúan en la Iglesia de hoy. No debo escandalizarme, porque la Iglesia es mi madre: debo ver los pecados y las faltas como si viera los pecados y las faltas de mi mamá. Y cuando me acuerdo de ella, recuerdo sobre todo muchas cosas bellas y buenas que hizo, no tanto de las faltas o de sus defectos. Una madre se defiende con el corazón lleno de amor, antes de usar la palabra. Me pregunto si en el corazón de muchos de los que entran en esta dinámica de los escándalos habrá amor por la Iglesia.

–¿Puede decir cómo se ve la Curia romana desde el exterior?

–Yo la veo y la vivo como un organismo de servicio, un organismo que me ayuda y me sirve. A veces llegan noticias no tan buenas, a menudo ampliadas y a veces manipuladas con amarillismo. Los periodistas a veces corren el riesgo de enfermarse de coprofilia y fomentar de esta manera la coprofagia: que es el pecado que marca a todos los hombres y mujeres, es decir el de ver siempre las cosas malas y no las cosas buenas. La Curia romana tiene defectos, pero me parece que se subraya demasiado el mal y demasiado poco la santidad de tantísimas personas consagradas y laicas que trabajan allí.

Andrea Tornielli / Vatican Insider

No hay comentarios: