Ayer, 13 de febrero, domingo, en la misa el sacerdote pronunció una homilía sobre San Valentín, en ocasión de la fiesta que se celebra el 14.
Resulta obvio que la actual popularidad del Santo en realidad es un uso abusivo de su nombre y recordación litúrgica para fines comerciales, que además promueve todo lo contrario de lo que el santo predicaba. Pero, por favor, no nos olvidemos de Santo.
San Valentin bautiza a la hija de Asterio y a toda su casa.
Una breve reseña. Presbítero romano durante el siglo III, bajo el reinado del Emperador Claudio II, Valentín gozaba de una popularidad por sus valerosas prédicas que lo condujo ante el Emperador acusado de los cargos habituales: blasfemia contra los dioses del panteón oficial.
En este tiempo, los romanos ya no creían en sus dioses, y desde hacía varios siglos, a consecuencia de la incorporación otros, de los países conquistados, al panteón de la Ciudad, se gozaba de una amplia libertad religiosa. Libertad para adorar a todos, menos al Dios verdadero. Porque si los discípulos de Cristo hubiesen aprovechado los beneficios de esta "libertad" para la difusión de su doctrina, simplemente quemando un poco de incienso ante la estatua del Emperador, deidad estatal, nadie los hubiera perseguido… Claro que no habrían podido seguir siendo cristianos, porque hubiesen renegado de la doctrina: hubiesen sido unos falsos ecumenistas más.
Pero lo que nos interesa aquí es que los cristianos eran acusados de predicar contra los dioses en los que nadie creía, o apenas si el populacho más supersticioso, porque las clases ilustradas eran redondamente ateas. Ni que decir de la divinidad del Emperador, título honorífico, que nadie tomaba en serio.
San Valentín, en una de sus iconografías clásicas curando la ceguera.
Lo cierto es que este Claudio II, parece haber sido un hombre de cierta rectitud, aunque no la suficiente como para anticipar unas décadas lo que hizo su sucesor Teodosio. Porque al oír personalmente a Valentín el descargo de sus acusaciones en compañía de un principal funcionario de la corte, y de Calfurnio, Prefecto de la ciudad, se vio movido a declarar al presbítero inocente, y más aún, hondamente interesado en su prédica sobre Cristo.
Pero Calfurnio y demás cortesanos protestaron airadamente contra la prédica de Valentín, que, a diferencia de los clérigos de estos tiempos, no tenía pelos en la lengua. Y Claudio se asustó. ¡Vaya con el divino emperador que le teme a sus cortesanos!
Así pues, el Emperador envió a Valentín a su juez natural, aunque con la intención de salvarlo. Y casi ocurrió que el nuevo juez, Asterio, lo salvara. Dependiente del Prefecto, este magistrado padecía la desgracia de tener una hija joven ciega. Escuchó y creyó en las vivas palabras de Valentín y le pidió que curara a su hija, prometiendo él y su familia se convertirían si tal prodigio se obraba en nombre de Aquel que Valentín predicaba con valentía acorde a su nombre. Amor natural de padre que lo llevó, y más pronto de que hubiese creído, al amor del Padre.
Con su instrumento de martirio y el símbolo de la predicación del evangelio.
Valentín curó a la joven, por el poder de Jesucristo. Y Asterio se convirtió, junto con su casa. Claro, esto no era lo planeado por los acusadores de Valentín, de modo que tanto él como luego el bienaventurado Asterio fueron martirizados, este último junto con los miembros de su casa, como era de uso en la época.
No nos detendremos en la pasión de Valentín, horriblemente cruel, que terminó con una decapitación, por lo cual se lo representa con el evangelio de su prédica y el hacha, instrumento de su muerte. Pero a veces se lo representa también curando a la hija de Asterio de su ceguera. Su popularidad como patrono de los novios se acrecentó durante el tiempo y las explicaciones que dan hoy tienden a mezclarla con ciertas confusiones legendarias.
Pero el cura del sermón que rememoro y amplío un poco, dio una clave que parece ser suficientemente buena: nos tomará unas líneas y suficiente polémica posterior.
Valentín, además de que como presbítero habrá bendecido muchos matrimonios, es particularmente patrono de los novios, es decir, de los futuros esposos por otros motivos más profundos. En esa época de la vida en que se realizaban los matrimonios - en los tiempos cristianos y hasta no hace tanto tiempo - los contrayentes padecen lo que podría decirse una doble ceguera: la de la inexperiencia y la de la pasión.
Así pues, los noviazgos se concertaban en arreglo al consejo familiar, principalmente paterno, que tendía a suplir la primera y a ser seguro resguardo de los impulsos de la segunda. Por eso, los hijos en minoridad, y esto hasta la actualidad se refleja en la ley, no pueden contraer matrimonio sin autorización paterna. Antes, esta autoridad se extendía de un modo mucho más amplio.
No faltarán aquí protestas contra la tiranía paterna, y los arreglos patrimoniales, la primera inevitable a veces y la segunda conveniente si se usa prudencia y rectitud en las decisiones. Lo que si suele faltar es la suficiente información y criterio histórico como para ver la profunda sabiduría de estas costumbres.
Así como el bueno de Asterio, por amor de su hija corrió el riesgo de perder su cargo y su cabeza… y de hecho los perdió, así el amor paterno y materno ha sido en todos los tiempos, con sus más y sus menos, según costumbres, épocas y lugares, tierno y considerado. Aún entre los paganos.
Y la conciencia de carecer de criterios y experiencia de vida necesarios como para tomar sin consejo la elección matrimonial, era mucho más viva entre los jóvenes de otros tiempos que entre los actuales, viciados (como sus padres) de los criterios del liberalismo: a saber, no hay autoridad por encima de mí, particularmente en materia sentimental.
Pues bien, San Valentín, al curar a la joven de la ceguera, de algún modo se vuelve patrono de esos jóvenes en edad casadera que "ciegos" por la doble tiniebla de la ignorancia de la vida y el imperio del sentimiento apasionado, van por sí solos a elecciones de ciegos, como puede verse hoy en los tiempos que corren, cuando el criterio de selección es tan acrítico, como desastrosos los resultados, movidos por corazones inexpertos y pasiones desatadas, en la mayoría de los casos. Pasiones muchas veces producto de sentimientos desatados, propios de la edad y agravados por la escasa educación que los padres dan al control de los mismos hoy en día.
Bien, San Valentín, tan deshonrado por los mercachifles, al menos es recordado, y eso nos da la posibilidad de encaminar entre la gente de buena voluntad, el recuerdo de su heroica muerte y su testimonio ejemplar. Aclarar la naturaleza de su patrocinio. Y solicitarlo: los padres para que nos ayude a intervenir con criterio y recta intención en la elección de los futuros cónyuges de sus hijos; y los hijos para abrir la mente y el corazón a los consejos de los padres prudentes.
San Valentín, ruega por nosotros.
Marcelo González
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