ASÍ SE PRESENTA BERNARD NATHANSON ES UN MÉDICO ABORTISTA ARREPENTIDO DE SU PASADO QUE SE CONVIRTIÓ AL CATOLICISMO.
Bernard Nathanson, el «rey del aborto», es ya un hombre mayor y de salud quebrantada. Su exposición serena, sencilla, desnuda en los hechos, estremece cuando uno intenta visualizar las escenas, las personas, las cifras. Habla despacio. Da tiempo para imaginar.
Bernard Nathanson, un médico abortista arrepentido de su pasado y converso al catolicismo, se presenta a sí mismo como «un asesino de masas». «Soy el responsable de la muerte de 75.000 niños inocentes», asegura. Nathanson, que fue conocido como «el rey del aborto», explica que dirigía la «mayor clínica abortista de Occidente, en Nueva York. Tenía 35 médicos a mi cargo, con 85 enfermeras. Hacíamos 120 abortos cada día en 10 quirófanos. Durante los 10 años que fui director realizamos 60.000 abortos. Además, yo supervisé 10.000 y personalmente realicé 5.000. Tengo 75.000 muertes inocentes en mi haber».
«Yo tenía barcos, avionetas, fincas, mujeres... pero era todo en base a una gran mentira, la mentira de que la persona en el vientre materno no vale nada», prosigue.
Su primer aborto, su hijo Nathanson, hijo de un prestigioso médico judío especializado en ginecología que había abdicado de su fe, narra el camino que recorrió hasta llegar a esa situación: «Me crié judío, 3 veces a la semana iba a la escuela judía. Mi padre, educado como judío pero alejado de la fe, me preguntaba por lo que yo aprendía y se reía de mí y ridiculizaba lo que me enseñaban. A los 13 años, tras la ceremonia de entrada en la vida adulta judía, dejé de acudir a la sinagoga. Era un judío ateo», comenta el médico. «Tuve mi primera experiencia con el aborto en la facultad. Mi novia quedó embarazada, y nos parecía imposible casarnos. Mi padre me pasó dinero para pagar el aborto, ilegal, que se complicó. Ella casi murió. Yo la cuidaba, y me llenaba de indignación social contra el aborto ilegal. Años después otra novia mía quedó embarazada. Ella no quería abortar pero yo la persuadí. Quería el mejor abortista, y ése era yo: lo hice y así ejecuté a mi propio hijo, fríamente, sin sentimiento, otro procedimiento quirúrgico más para mí», prosigue. El médico explica además que fue fundador de una asociación abortista: «Junto a otro hombre creé la Liga de Acción Nacional por el Derecho al Aborto. Tuvimos éxito: en dos años conseguimos destruir la ley de Nueva York que penalizaba el aborto desde 1829. Pero el aborto legal no bastaba: debía ser "barato, seguro y humanitario"», comenta el ahora anciano médico. La tecnología evidencia la vida del feto «En esa época no sabíamos nada del feto, no teníamos forma de medirlo, ni verlo, ni confirmar su humanidad. Nuestro interés se centraba en la mujer, no en el bebé, pero cuando dejé la clínica y fui director de obstetricia en el Saint Luke Hospital de Nueva York, algo cambió», comenta. «Allí empezábamos a tener la tecnología con la que hoy contamos. Por primera vez pudimos estudiar al ser humano en el vientre y descubrimos que no era distinto de nosotros: comía, dormía, bebía líquidos, soñaba, se chupaba el dedo, igual que un niño recién nacido. La verdad era que esto era un ser humano con dignidad, dada por Dios, que no debía ser destruido o dañado», afirma Nathanson. «Tras 3 ó 4 años de estudiar al feto me hice provida; cuestioné el aborto con conferencias e hice dos películas. En una se veía un aborto real, un niño de 12 semanas aspirado hasta la muerte. Se veía cómo le succionaban brazos y piernas, se rompía el torax, etc, era muy fuerte. Los proabortistas dijeron que era un montaje. Yo les he animado siempre a que, si piensan así, que hagan ellos su propia película de un aborto real, con sus propias imágenes. Nunca lo han hecho, porque saben muy bien lo que se vería». Pero al cambio de Nathanson le faltaba todavía algo, según él mismo narra: «A principios de los 80 yo tenía dinero, propiedades, bodegas, tres matrimonios fracasados, un hijo trastornado y 75.000 víctimas. Negaba que hubiese otra vida, pero sabía que la había. Deprimido, pensaba en el suicidio. Conocí entonces a un sacerdote «provida» y empezó un diálogo de 7 años. Él fue mi guía, mi Virgilio en el infierno. Me convencí de la verdad, de que la gran mentira ya no dominaba mi vida. Ahora mi trabajo «provida» salía del corazón y del alma, no sólo del cerebro». «A menudo se plantea el tema del aborto como libertad de elección de la mujer. Pero una persona no puede elegir el quitar la vida a otra. No es posible hablar de derecho a elegir, porque se trata del mandamiento «no matarás», concluye.
Pablo J. Ginés
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