La Iglesia entera, la que vive aquí en la Tierra y la que ya ha cruzado las fronteras de la muerte, vibra de emoción y de alegría.
Cuando un corazón recapacita y abre los ojos ante la maldad del pecado, ante la ingratitud que se produce cuando ofendemos a Dios y a los hermanos.
Cuando un corazón descubre que Dios espera un día sí y otro también el regreso de un hijo que ha perdido el sendero.
Cuando un corazón escucha que hay fiesta grande en los cielos cada vez que un pecador rompe con el mal y vuelve a la casa del Padre.
Cuando un corazón siente un empuje profundo, que viene del mismo Dios, gracias al cual hace un examen de conciencia, denuncia sus pecados, se duele profundamente de ellos y acude a confesarse a una iglesia.
Cuando un corazón se deja lavar de todo pecado por la Sangre de Cristo, se abre a los consejos de la Iglesia, se decide a romper con sus faltas para vivir el Evangelio.
Cuando un corazón se convierte de veras, entonces se produce uno de los milagros más hermosos y más grandes: triunfa el Cordero, vence el Hijo encarnado, se alegra el Padre, es acogido el Espíritu Santo.
La Iglesia entera, la que vive aquí en la Tierra y la que ya ha cruzado las fronteras de la muerte, vibra de emoción y de alegría. Un hijo acaba de decir no al pecado y sí a la gracia. Dios ha vencido, nuevamente, en esa lucha continua y misteriosa entre el mal y el bien, entre la mentira y la verdad, entre el egoísmo y el amor.
Autor: P. Fernando Pascual LC
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