El amor al Señor requiere silencio y soledad, porque la soledad y el silencio, nos incita a la oración, nos incita al contacto con el Señor.
Las intimidades con el amado solo se pueden tener en la soledad y el silencio. Las intimidades con el Señor, las realizamos con nuestra oración personal. Existe la oración comunitaria, y ella tiene su espacio señalado para relacionarse con el Señor, pero en ella no hay intimidad. No es posible orar contemplativamente con una participación comunitaria.
Nada más íntimo en la vida de una persona, que la oración realizada, después de la Eucaristía, cuando al Amado se le tiene dentro de sí. Nadie realiza una oración comunitaria inmediatamente después de comulgar, cuando está dando gracias al Señor, cuando se está en plena intimidad con Él, aunque desgraciadamente haya clérigos, que con una absoluta falta de sensibilidad, se empeñen en romper esa intimidad, ya sea con cantos o con oraciones comunitarias, después de la comunión. Quizás sea porque ellos, no están acostumbrados a la oración en intimidad, a la oración contemplativa, y como dice el refrán, se cree el ladrón que todos son de su misma condición, piensan que es bueno el que se rece comunitariamente, y no respetan la intimidad de la oración de uno cuando está después de comulgar en el mejor momento del día.
De esta necesaria intimidad en la oración, nos dan cuenta en los Evangelios, cuando nos dicen: “Después de curar a la suegra de Pedro, mucho antes de que amaneciera, se levantó salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a orar”. (Mt 1,35). Era frecuente en el Señor, buscar la intimidad con el amor al Padre, en la soledad y en el silencio de la noche. El desierto evoca distanciamiento, despojo, horizontes inmensos, misterios, silencio, el no correr del tiempo, vida sutil, brisas suaves, tormentas espantosas, noches refrescantes, calor abrasador, maravillosas puestas del sol, luz cegadora,... El desierto pide y exige comunión con la naturaleza, comunión con uno mismo, y sobre todo comunión con el Padre. En una palabra el desierto es soledad. Todas estas experiencias fueron parte de la vida interior de Jesús, porque Él: “Él siempre se retiraba a un lugar solitario para orar”. (Lc 5,16).
El Señor, cuando elige a un hombre para confiarle una misión, comienza por hacer de él su amigo y confidente. Muy pronto lo lleva aparte, para murmurarle sus secretos en sus oídos, pues Dios no habla en el ruido. Al Señor hay que escucharlo siempre en el ruido que produce el silencio. En la Biblia, todo envío en misión va generalmente precedido de una retirada al Desierto. En el simbolismo bíblico, el desierto es una de las etapas en el camino que conduce hacia Dios. Todos aquellos que han sido llamados a la fe, tienen que pasar por esta etapa, bien sea de una forma real en un auténtico desierto o eremitorio, o de una forma simbólica, que el Señor, siempre se ocupa de proporcionarle al que de verdad le busca. Al que de verdad tiene sed de amor divino, no tiene que preocuparse de nada, sea en un desierto real o sea de otra forma inesperada y sorprendente para él, su Amado se preocupará de satisfacerle sus ansias de amor divino.
Cuarenta años en el desierto, le costó al pueblo elegido pasar por esta etapa. Porque en el silencio y en el sosiego se perfecciona el alma devota, y aprende los secretos de las Escrituras. El Desierto es el lugar perfecto para hallar la intimidad que requiere el amor al Amado, porque su gran virtud reside en la soledad y en el silencio que precisa la intimidad del amor. El desierto que para muchos es un lugar de muerte material, para otros que buscan denodadamente el amor del Señor, es una maravillosa fuente de vida espiritual, donde poder hallar la intimidad, con el Amado.
No es simplemente el desierto, un lugar solitario. Es sobre todo una realidad del corazón. En el desierto, Dios nos dispone y nos abre su ardiente y transformante corazón. El desierto simboliza ese continuo proceso interior del morir a uno mismo a fin de resucitar en Cristo… La soledad externa también es mucho más, que el simple hecho de estar físicamente solo. Es quedarse a solas para entrar en un contacto más directo e inmediato con Dios. El desierto, en fin, es un manantial desde donde saciar la sed de verse a solas con el Padre.
El desierto material, el Señor lo creó simplemente para ser él mismo, no para ser transformado por los hombres en alguna otra cosa…. Por lo tanto, el desierto es la morada lógica del hombre, que no busca más que ser él mismo, es decir, una criatura solitaria, pobre y dependiente únicamente de Dios, sin ningún gran proyecto que se alce entre él y su Creador. Es el sueño del hombre que ha logrado alcanzar su pobreza espiritual total y no ansía nada de este mundo, ni tiene en su mente proyectos de futuro, ni apago a nada de lo que aquí abajo puede obtener, solo tiene en su mente el ardiente deseo de ver colmado sus deseos de sed de amor divino, y observa que día a día cuanto más ama más desea amar. De hecho es en el desierto, donde el alma acoge frecuentemente, la más sublime inspiración. Allí es donde Dios ha formado a su pueblo; allí es a donde lo conduce, después del pecado, “para seducirle y hablarle al corazón” (Os 2,16). Allí es también donde el Señor después, de haber vencido al diablo, desplegó todo su poder y preludió su victoria pascual.
Los ascetas nos recuerdan que solo llegaremos a conocer al Señor, y a conocernos a nosotros mismos, en la soledad. Cuando no tengamos roles sociales que jugar, y seamos nosotros mismos. Cuando nos quitemos todas las máscaras públicas y empezamos a ver la verdad desnuda. Cuando se nos derrumben todos nuestros sistemas de apoyo, y acabemos de una vez por todas bajarnos, de ese pedestal de vanidad y afán de protagonismo que nos hemos creado y en el que nos hemos subido, entonces descubriremos si confiamos realmente en Dios.
Hacer un poco de desierto, dejar de en cuando en cuando a los hombres, buscar la soledad para rehacer en el silencio y en la oración prolongada el tejido de nuestra alma: esto es indispensable y este es el significado del “desierto” en nuestra vida espiritual. Una hora al día, un día al mes, ocho días al año, por un periodo más largo, si es necesario, debes de abandonarlo todo y a todos y retirarte a solas con Dios. Si no buscas esto, si no amas esto, no te engañes; no llegarás a la oración contemplativa; porque ser culpable de no querer aislarse, pudiendo hacerlo, para gustar la intimidad de Dios, es señal de que falta el primer elemento de la relación con el Omnipotente; el amor. Y sin amor no hay revelación posible.
La soledad, para los ricos de alma, para los que se están quemando de amor en el fuego de la zarza de Moisés, es premio y no una expiación. Es una antevíspera del bien cierto, una creación de la belleza interior, una libre reconciliación con todos los ausentes. Puede ocurrir que tú mismo desees la situación del desierto, en la que buscaras el silencio, el despojamiento y la presencia del Señor. Ya que, en la justa medida y en el momento oportuno, es Dios mismo quien despierta en la persona una inexplicable necesidad de ir al desierto, buscando algo de ese silencio auténtico y soledad real. Y cuando esto le sucede a una persona, y el Señor, no tiene un desierto material a mano para colocarnos en él, Él mismo se encarga de crear uno alrededor de nosotros. Estas son las pruebas cotidianas de santidad…. La monotonía de la vida y la rutina cotidiana son a menudo nuestra forma de desierto. Y te puedo asegurar lector, que esto es así, que si amas de verdad, Él se encarga de todo los demás.
Nosotros si nos sentimos llamados y siempre hemos de sentirnos llamados, porque el Señor, siempre nos está llamando, hemos de busca un lugar apartado, gustar estar a solas con uno mismo, evitar la conversación insustancial y elevar al Señor una plegaria fervorosa para que Él siempre nos mantenga en un estado de compunción y de pureza de conciencia, como nos recomienda el Kempis.
Hay exégetas, que nos dicen que lo que realmente importa es la soledad del corazón. Es una cualidad interior o una actitud que no depende de ningún tipo de aislamiento físico. En ocasiones este aislamiento es necesario para desarrollar esta soledad del corazón, pero puede ser triste y hasta peligroso el considerar como algo esencial a la vida espiritual lo que puede ser un accidente personal o un privilegio de monjes o eremitas. Porque a juicio de los que así opinan, la necesidad del desierto material, es una consecuencia del don eremítico, el cuál, el Señor solo lo da a muy contadas y privilegiadas personas.
En la mayoría de los casos, el Señor quiere que las personas, vivan para los demás y que esa presencia de cada uno de nosotros, sea auténticamente vivificante para la comunidad. La forma de estar presente cada uno de nosotros en nuestra comunidad, puede exigir tiempos de ausencia, de oración, de escribir o de soledad, y estos son también tiempos para la comunidad.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario