sábado, 12 de febrero de 2011

SONATA: CLARO DE LUNA


¿Quién no ha tenido en la vida momentos de intenso dolor? ¿Quién no ha tenido, en algún momento de su vida, el deseo de darse por vencido? ¿Quién no se ha sentido solo extremadamente solo, y tenido la sensación de haber perdido toda esperanza?

Ni siquiera la gente famosa, rica e importante está exenta de tener momentos de soledad y profunda amargura.

Eso fue exactamente lo que pasó con uno de los más importantes compositores de todos los tiempos, Ludwig Van Beethoven, quien nació en Bonn, Alemania en 1770, y murió en Viena, Austria en 1827.

Beethoven atravesaba uno de esos sombríos momentos y estaba muy triste y deprimido por la muerte de un príncipe alemán, quien era su benefactor y era, a la vez, como un segundo padre para él.

El joven compositor sufría de una enorme falta de afecto. Su padre era un borracho que lo golpeaba. Murió de alcoholismo en plena calle.

Su madre murió muy joven. Su hermano biológico nunca le ayudó y, sobre todo, sentía que su enfermedad iba empeorando. Los síntomas de sordera empezaron a afectarlo, convirtiéndolo en una persona nerviosa e irritable.

Beethoven solo podía oír utilizando una especie de cuerno. Siempre llevaba consigo un cuaderno, en donde la gente podía escribirle, y comunicarse con él, pero no tenían paciencia para eso, ni él para leer sus labios.

Dándose cuenta que nadie le entendía ni quería ayudarle, Beethoven se encerró en sí mismo, evitando a la gente. De ahí se ganó la fama de ser un misántropo. Por todas estas razones, el compositor cayó en una profunda depresión incluso hasta preparó su testamento, diciendo que quizá sería mejor para él, suicidarse.

Pero, como no hay niño que por Dios que sea olvidado, la mano salvadora que Beethoven necesitaba vino a través de una joven mujer ciega, que vivía en el mismo edificio que él, y que una noche le dijo, gritando a sus oídos: “Daría cualquier cosa por ver la luz de la luna”.

Escuchándola a ella... Beethoven rompió a llorar. Después de todo... ¡él podía ver!Después de todo... ¡podía componer música y escribirla sobre papel!

De repente, un fuerte deseo de vivir invadió a Beethoven y lo llevó a componer una de las más hermosas piezas de música de todos los tiempos: “Sonata Claro de Luna”.

En el tema central de la sonata, la melodía imita y reproduce los pasos lentos de gente, posiblemente del mismo Beethoven y de otras personas llevando el ataúd del príncipe alemán, su amigo, patrón y benefactor.

Observando el cielo, plateado por la luz la luna, y recordando a la joven mujer ciega, Beethoven parece preguntar por las razones de la muerte de su querido amigo y entra en ua profunda y enriquecedora meditación.

Algunos estudiosos de la música dicen que las notas que se repiten insistentemente, en el tema central del primer movimiento de la sonata, podrían ser las sílabas de la palabra “¿Warum? ¿Warum?” (¿por qué...? ¿por qué?...) o alguna otra palabra alemana de similar significado.

Años después de superar su angustia, su tristeza y su dolor, vino la incomparable “Oda de la Alegría” de la Novena Sinfonía, su obra magna: Con ello se coronaba la obra de un extraordinario compositor. Beethoven dirigió personalmente el estreno de la Novena Sinfonía, en 1824, estando ya completamente sordo... Pero pudo escuchar el aplauso de un público emocionado.

Uno de los músicos de la orquesta, gentilmente giró a Beethoven para que pudiera ver la sala y a los asistentes, llenos de emoción y alegría dando eufóricos aplausos y ondeando sus sombreros. Se dice que La Oda de la Alegría expresa la gratitud de Beethoven a la vida y a Dios, por no haberse suicidado.

Y todo esto gracias a esa joven mujer ciega, quien le inspiró el deseo de trasladar, en notas musicales, la luz de la luna: los rayos de luz de luna ondeando por sí mismos en una maravillosa y bellísima melodía.

Utilizando su sensibilidad, Beethoven, el compositor que no podía oír, retrató, a través de una hermosa melodía, la belleza de la luz de la luna, para que la viera una niña que no podía ver con sus ojos físicos.

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