Comenzaremos diciendo que eso de mirar atrás, desde luego es lo más propio de la llamada tercera edad.
A ningún niño o adolescente, se le ocurre ponerse a repasar su vida pasada, pero en la medida en que una persona crece, más en sentido común analítico que en años, se pone a pensar acerca de lo que pasó, ¿por qué me paso?, ¿cuál fue mi intervención en lo sucedido?, ¿pude evitarlo?, ¿precisamente fui yo quien lo provoqué?, ¿cuál fue mi reacción?, etc…
Un exégeta anglo sajón ha dejado escrito que: “Todas nuestras ansiedades se relacionan con el tiempo. El ser humano es la única criatura consciente del tiempo. Solo los seres humanos pueden tener en mente el pasado de manera que este pese sobre el momento presente con toda su herencia; y también puede introducir el futuro en el presente, para imaginar que sus ocurrencias son actuales..., el ser humano puede unir el pasado con el presente por medio de la memoria, y el futuro con el presente por medio de la imaginación. Toda desdicha, cuando no hay causa inmediata para la pena, proviene de la excesiva concentración en el pasado o de la extrema preocupación por el futuro”.
Desde luego que llegados a la tercera edad, los pensamientos e imaginaciones que se construyen en la mente sobre el futuro, varían mucho en las personas de acuerdo a su fe o a la carencia de ella. La carencia de fe, es indudable que tiene que amargarles la vida a los que nada esperan, generándoles muchas veces, ese ansia que muchos tiene de “acabar pronto”, lo que puede llevarles al suicidio, o por el contrario agarrase desesperadamente a esta vida, como el pasajero de un barco, que ve que este se le hunde irremisiblemente. Y es que donde no hay esperanza, nace la desesperanza. Por contrario en el caso del que tiene fe, la situación cambia y dentro de los que tienen fe las diferencias son enormes de acuerdo con el nivel de fortaleza de su fe, llegándose también a tener el deseo de “llegar pronto a ver el rostro de Dios”. Es curioso observar, que como ocurre en muchas circunstancias de la vida humana, aquí también por distintas razones, los extremos se tocan, y lo mismo se da el deseo de acabar pronto, en algunos de los que no tienen fe, como también en algunos de los que tienen una fuerte fe.
Pero centrándonos en el tema del pasado, en general no es bueno mirar a atrás, pero hay excepciones, de las que luego trataremos. Nouwen escribía hace unos pocos años diciendo: “La memoria es una de las mayores fuentes de felicidad y de sufrimiento humano. El pasado puede convertirse en una cárcel en la que uno se siente cogido para siempre, o una razón constante de autosatisfacción. Tu pasado puede hacerte sentir profundamente avergonzado o lleno de sentido de culpabilidad, pero también puede ser causa de orgullo y satisfacción”. En ambos casos, es de ver que para el fomento de una vida espiritual, ninguno de las dos situaciones coadyuva para acercarnos más al Señor.
La memoria es el almacén del pasado, pero un almacén dinámico, no estático, pues raramente nuestros recuerdos responden a una auténtica realidad, ellos se han ido modificando dentro de este almacén, la mayoría de las veces de acuerdo con nuestros más íntimos deseos y muchas veces lo malo fue terrible y lo bueno inmejorable, y las cosas no fueron así. Esto es lo mismo, que cuando un día vamos a un restaurante y pedimos un determinado plato de cocina, salimos entusiasmados de lo bueno que estaba aquel guiso y sin embargo meses más tarde volvemos al mismo restaurante, pedimos el mismo plato, y no nos resulta tan estupendo. ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Quién ha cambiado, la calidad y gusto del guiso o es que hemos cambiado nosotros? Somos nosotros lo que cambiamos continuamente y nuestros recuerdos se modifican de acuerdo con nuestros cambios y necesidades de nuestro ego. Así somos capaces de narrar un hecho del que solo fuimos espectadores, adjudicándonos el papel de actor único, y lo que es más grande, con el paso del tiempo terminamos creyéndonos nosotros mismos, que fuimos el actor del hecho.
Cuando miramos para atrás, generalmente por no decir siempre, miramos los hechos ya pasados con los ojos de nuestro cuerpo, es decir con vista natural humana, y ella nos hace incidir, si los hechos fueron negativos, en resentimientos, fobias y antipatías hacia los que consideramos culpable de nuestras desgracias. No solo no somos capaces de apagar el fuego de nuestra animosidad, sino que todo lo contrario, mirando para atrás, echamos más leña a un fuego que solo a nosotros mismos nos quema y tortura. Si por el contrario, lo que tratamos de mirar hacia atrás es algo que fue bueno, y positivo; de una cosa podemos estar absolutamente seguros y es que eso no se va a repetir, nunca se repite, aunque han sido muchos los intentos humanos de repetir una determinada función del teatro de la vida, los actores o desaparecen o si existen han cambiado, ya no son los mismos. En cuanto la materialidad del escenario, lo más seguro es que el local del teatro haya desaparecido comprado por un banco para poner allí una sucursal bancaria. ¿Qué es lo que entonces sucede?, pues que nace la nostalgia, la añoranza, la pena y la tristeza, por no poder dar marcha atrás a la moviola.
Por estas razones y otras varias todos los tratados de espiritualidad, recomiendan solo mirar al presente, no mirar ni al pasado ni al futuro. Tadeusz Dajczer nos dice: “Si te vuelves hacia el pasado o hacia el futuro y no vives el momento presente, pierdes las gracias del momento que Él, desea concederte”. El arzobispo vietnamita Nguyen Van Thuan, F. X. escribe: “El pasado y el futuro, en su abstracta dislocación son inexistentes y no tienen acceso a la eternidad; esta no converge sino hacia el momento presente, y no se da sino a quien se hace totalmente presente en ese momento. Solo en estos instantes se puede alcanzar y vivir en la imagen del presente eterno”. Cierto en la eternidad no tendremos el dogal del tiempo y todo será presente, el pasado y el futuro. Al Señor, nosotros podríamos decirle: Señor, Tu vives en la eternidad en el eterno presente. Nosotros si queremos avanzar hacia Ti, no debemos de mirar ni al pasado ni al futuro, sino mirar como Tú siempre al presente y si se nos ocurre mirar hacia atrás, que nunca olvidemos, que también todo lo que nos pasó fuese bueno o malo siempre fue y es adorable, como todo lo que proviene de Ti, Señor.
Es más, en esta línea de pensamiento San Juan de la Cruz sostiene que: “El espiritual tenga siempre este cuidado: no conserve en la memoria lo que vea, oiga, huela, guste, o toque. Olvídelo con el mismo interés que otros ponen en recordarlo. Que no le quede en la memoria ningún recuerdo de ello, como si no existiese. Deje libre la memoria y despojada. No la ate a ninguna reflexión del cielo ni de la tierra. Como si no tuviese memoria. Déjela libremente perderse en el olvido, como cosa que estorba. Ya que todo lo natural en orden a lo sobrenatural le estorba, en vez de ayudarle”. Y más adelante también en el mismo libro de “La subida al Monte Carmelo”, nos dice: “Que cuanto más se tiene, menor capacidad y posibilidad de esperar hay. Y por tanto menos esperanza. De acuerdo con esto, cuanto más libre deje el alma la memoria de formas y recuerdos que no son de Dios, tanto más podrá la memoria en Dios y más vacía la tendrá para esperar de Él la plenitud de su memoria”.
Pero, ya antes lo hemos anunciado que en determinados casos, es bueno mirar para atrás. Es buena la mirada para atrás, cuando la persona está dotada de visión sobrenatural, y es capaz de depurar los recuerdos exprimiéndolos para depurarlos de su lado puramente humano y recordando de ellos, que todos fueron adorables para nuestro bien, porque fueron enviados o permitidos por el Señor para que acudiésemos a Él. De adorable calificaba el místico jesuita francés Teilhard de Chardin, todo lo que a la persona le sucede porque todo está orientado a que volvamos nuestra mirada al amor del Señor.
En la glosa “Imaginación negativa en la vida espiritual” del 14-01-2011, recibí un par de comentarios de dos asiduas lectora, en los que muy claramente, se puede comprender lo expresado anteriormente.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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