Perdóname, los padres también olvidamos que los hijos crecen y toman sus propias decisiones.
Por: Silvana Ramos | Fuente: Catholic-link.com
Mi querida niña:
Ayer después de que hablamos quedé devastada.
Perdóname, pero el dolor y la ira pudieron más. ¿Dónde estaba yo?, ¿es que
nunca escuché lo que me contabas? Tantos reproches, tanta culpa por no haberte
cuidado más, por no haber sido más clara y sincera contigo. Asumí que ya sabias
las cosas, que todo lo tenías claro. Por algún motivo pensé que ya no
necesitabas a mamá.
Parece que me olvidé que cuando la pasión apremia y las buenas amistades están
ausentes, la soledad y la tentación son grandes por mucho que sepas de Dios y
de la vida. Quizás pensaste que todos lo hacían, que eras joven e
independiente y lo podías todo. Quizás solo quisiste vivir una aventura sin
medir las consecuencias, así como cuando te subes a una montaña rusa y luego
del vértigo sigues con tu vida normal. Era solo era un viaje del que pronto regresarías.
Te encontraste con la verdad de la manera más
dura, comprobaste que todos esos cuentos y todas esas “opciones” de vida de las
que te hablaban traen consecuencias y muy duras. El sexo sin amor es una mentira, de esas que uno prefiere creer porque la
realidad es muy difícil. Es de ingenuos pensar que uno puede controlarlo
todo. ¿Y si no hubiera sido un hijo?, ¿y si hubiera sido una enfermedad
incurable? ¡Cómo me reprocho el no haber estado más a tu lado!
Perdóname, los padres también olvidamos que los
hijos crecen y toman sus propias decisiones.
No pienses que te juzgo o que estoy decepcionada
de ti. Estoy enojada con el mundo y con esas tonterías de “vive el momento”, de
“haz con tu cuerpo lo que quieras”. ¡Falsos, mentirosos! Yo también he caído…
He soñado con tus hijos tantas veces, y créeme
que te he visto como la mejor de las madres, sé que lo serás, ya lo estás
siendo. Estoy orgullosa de la decisión que has tomado y de escuchar de tu boca
que jamás cruzó por tu mente deshacerte de tu hijo. Pero, si pasó y no me lo
has dicho, quiero que sepas que también lo entiendo, no es fácil la situación
que vives. Habla conmigo, no te dejaré sola.
Nunca
jamás hubiera querido que pases por una situación tan difícil y por un dolor
tan hondo. Tantos sueños y posibilidades que hoy se hacen
difusos. Posibilidades que desaparecen… pero ¡una vida más que se abre! Pero,
de pronto creciste y te has encontrado, de una manera inesperada, con aquello
con lo que tanto has soñado: un hijo.
Sé que el amor de Dios nunca disminuye, y en
este momento es lo que me ha dado fuerzas. Es lo que me lleva a tratar de verte
no solo con los ojos de tu madre dolida sino con los ojos de Jesús y poder
amarte aún más profundamente. Él está a tu
lado más que nunca. Agárrate de su mano y no pierdas la esperanza. Estamos
contigo y juntos pasaremos este momento que se dulcifica con la llegada de ese
niño, tu hijo, nuestro nieto. Veremos como tu cuerpo irá cambiando, como el
vientre te irá creciendo y a este pequeño le hablaremos y contaremos historias
con las que irá soñando.
Confía en nosotros, tus padres. Confía en que
estaremos a tu lado para ayudarte en cada momento, desde que nazca hasta el
momento en que tengas que contarle cómo fue concebido. No te hemos dejado nunca
de amar, no lo haremos jamás.
Te
amo, incondicionalmente.
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