Señorita,
señora:
Cuando usted en un arranque de emotividad, siente el impulso de lanzarse
al cuello del cura párroco y cogerlo a besos, o siente ganas de expresarle su
amor y gratitud, por favor, piénselo bien, evite la abrazadera, evite la
tocadera, eso, definitivamente no es sano ni conveniente.
No es tan
solo porque hay que guardar la distancia, compostura y las apariencias, sino
porque usted está ante un ministro del Señor y con su actitud, puede
convertirse en una tentación y la cáscara en el camino del presbítero.
Un
sacerdote merece reverencia, respeto y por amor, también un poco de distancia.
Tanto usted como él son humanos y pueden hacerse daño con estas y otras
emotivas manifestaciones afectivas.
La
distancia entre el sacerdote y el laico (en éste caso, la laica), así él sea su
confesor o usted sea su hija espiritual, es necesaria.
Por otra
parte, ni el padre deja de ser hombre ni usted mujer, así el interés primero
sea tan sólo el de acercar el alma hacia Dios.
No lo
llame por su apodo, tampoco le diga Carlitos a secas. El para usted, como para
cualquier otro se llama el padre Carlos, Juan o Andrés. No viva llamándolo como
si fuera su amigo íntimo, no lo acose, déjelo crecer en su unidad con Dios y no
divida su corazón.
Queremos
sacerdotes santos, pero también nosotros tenemos que actuar con santidad ante
ellos. Queremos sacerdotes célibes ¿Cierto? Entonces,
no los tentemos ni les hagamos daño con esas actitudes que van quebrantando su
voluntad y poniendo en riesgo su vida consagrada.
Por
último, por favor, ¡Use ropa decente! No es
necesario que se arregle y se maquille así para la Santa Misa. No es necesario
el uso de esos escotes pronunciados, ni ese colorete rojo encendido.
No ande
sonriéndole al padre mientras él da el sermón, ni le demuestre a las demás feligresas
que usted ocupa un lugar de predilección en su corazón.
Un cura
para ser amigo de nuestra alma, tendrá que guardar un poco de distancia con
nosotros, así lo queramos con todo el corazón y él nos aprecie de la misma
manera.
¡A
cuidar a nuestros sacerdotes! No son tan sólo las hienas de los medios de
comunicación las que los despellejan, a veces sin querer, son sus mismos
feligreses.
Dios
los bendiga.
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