Durante siglos, en concreto desde la instrucción Causarum
canonizationis aprobada en 1588 por el Papa Sixto V, los procesos de
canonización contaban con la figura del Promotor de la Fe, conocido
popularmente como el “abogado del diablo”, encargado de buscar todo aquello que
impidiera que una persona fuera declarada beata y luego santa.
Esta figura fue suprimida en el año 1983 por el Papa San Juan Pablo II
con la Constitución Apostólica Divinus
perfectionis magister y la
reforma del Código de Derecho Canónico para agilizar los procesos de
canonización.
En una entrevista concedida a EWTN, el postulador Andrea Ambrosi, quien
impulsa más de 30 causas en todo el mundo, señaló que el “abogado del diablo” era, en realidad, “aquel que debía buscar los defectos contra el Siervo de
Dios” en proceso de canonización.
Ambrosi, postulador también de la causa de beatificación del P. Michael
McGivney, afirmó que “mientras el abogado trabajaba
a favor, él [el promotor de la fe] trabajaba en contra. Y por eso se le llamaba
‘abogado del diablo’. Era el promotor general de la fe y era muy severo en sus
investigaciones. En ocasiones encontraba defectos en apariencia pequeños, pero
su función era encontrar argumentos, aunque fuera que de vez en cuando se bebía
un vaso de vino, para inmediatamente formular una acusación contra la
templanza. A veces eran muy severos”.
Sin embargo, esa figura ha cambiado mucho con la reforma de 1983. Ahora,
el proceso de fiscalización se realiza por medio de varias comisiones de
expertos. Existe una figura similar, el promotor de la justicia, pero su
función es más notarial.
En ese sentido, en función de si se trata de un proceso que afecta a un
Venerable fallecido recientemente, y del que existen testigos vivos, o si es un
proceso de una causa histórica, y por lo tanto no hay testigos directos, la positio -informe elaborado por el postulador
en la fase romana del proceso-, debe ser examinado “en
primer lugar un grupo de seis consultores historiadores, luego nueve
consultores teólogos, y después quince cardenales arzobispos”.
En la entrevista el postulador del P. Michael McGivney explicó también
la función de los postuladores en la fase diocesana del proceso de canonización
y la fase romana. “En la fase romana el postulador
asume el encargo de representar a los actores en todo el mundo, mientras que,
en la fase diocesana, al postulador lo nombra el obispo y trabaja únicamente en
aquella Diócesis por aquella causa”.
De hecho, “yo tengo muchos casos en Estados
Unidos, en Alemania y en otras naciones. Comienzo siempre con la fase diocesana
y luego, cuando llega a Roma, la Congregación para las Causas de los Santos me
avala, me reconoce el título que ya me había dado el Obispo”.
“El diocesano debe seguir la instrucción del
proceso. La instrucción consiste en conseguir testigos, aunque no está presente
en los interrogatorios, porque son secretos. Ayuda al tribunal eclesiástico
local en la confección de la lista de textos y, luego, aconseja a las
comisiones históricas y teológicas sobre el trabajo a hacer, pero siempre desde
fuera. No puede estar dentro del tribunal”.
Luego, “cuando se llega a Roma, se toma todo
este material y se elabora la positio, que la puede hacer el mismo postulador”.
Asimismo, destacó la importancia de que en la fase final del proceso el
postulador resida en Roma. “El hecho es que es
necesario estar cerca de Roma para estar cerca de la Congregación para las
Causas de los Santos”.
“Muchas veces la Congregación avanza en instancias
a las que hay que responder rápidamente y, si se está fuera de Roma, es más
difícil. Es verdad que está el correo electrónico, los medios de comunicación,
pero en Vaticano todavía se funciona con la comunicación presencial, el vis
a vis para hablar juntos y resolver problemas”.
Incluso, “todavía es más importante cuando
se trata de milagros, porque los médicos están todos, o casi todos, en Roma y
es necesario reunirse con ellos. Antes de interpretar un caso que parece
milagroso siempre acudo a interrogar a un médico”.
Redacción ACI Prensa
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