viernes, 22 de noviembre de 2019

QUIZÁ NO SEÁIS TAN LIBRES


El libre albedrío es la piedra angular de la Teología. Porque somos libres de escoger, porque fuimos libres de hacer bien o mal, se nos pedirán las debidas cuentas. Dicho esto pensemos en una minúscula criatura, creada por Dios dentro de un plan misterioso. A la criatura un adán de bata blanca la llamo Toxoplasma gondii. Es un protozoo (ser unicelular) parásito causante de la toxoplasmosis, enfermedad supuestamente leve que causa pavor en las embarazadas por el peligro que corren los fetos ante el contagio.

La vida del toxoplasma es ajetreada. Sintetizándolo muchísimo, su ciclo comienza en un felino (gatos domésticos, por ejemplo) y tras hospedarse en animales de sangre caliente (humanos, por ejemplo) intentan volver a un felino. Es un ciclo que debe ser completado constantemente. Claro que los huéspedes al no beneficiarse de ninguna manera de la presencia del protozoo no debieran colaborar en la consecución exitosa del ciclo; pero para ello nuestro muy familiar toxo (presente en un tercio de la población mundial aprox.) toma sus medidas. Medidas muy eficaces. Invade el cerebro del huésped y entre otras muchas cosas induce a que encuentre muy atractivo el olor a gato (el olor de la orina de gato resultará agradable a un ratón con toxo). Un ratón que se acerca al olor a gato es un ratón que pronto se servirá en los mejores restaurantes gatunos.
Pero no es la única manera que tiene el toxo de lograr su objetivo. Una de las medidas que adopta es la de volver a los ratones hiperactivos, y un ratón que no deja de moverse ni cuando está en una zona nueva y desconocida es un ratón que corre riesgos, un ratón con mayor probabilidad de ser cazado por un gato.
Pero todo esto ¿qué tiene que ver con los humanos? Pues bastante, por desgracia. El toxo no sabe si está en el cerebro de un ratón, de un pájaro o de un humano. Por ello su idea es la misma, invadir el cerebro y tratar de manipularlo. Y tiene relativo éxito. Parece ser que logra que a los humanos nos guste el olor a orín de gato, o al menos no nos desagrade con el orín de otros animales cuando estamos parasitados por él. Parece ser también que está detrás de numerosos casos de esquizofrenia, grave trastorno mental. Esta enfermedad se comenzó a diagnosticar coincidiendo con la moda de tener gatos como mascotas, allá por el siglo XIX. Y por último y es a donde quería llegar estaría el parásito detrás de multitud de muertes por accidentes, suicidios y otras conductas de riesgo. El toxo hace que la dopamina se dispare en nuestro cerebro (aunque no es la única sustancia con la que altera nuestro equilibrio químico cerebral) y provoque acciones no tan meditadas.
De manera que si el parásito es capaz de inducirnos a realizar acciones sin ser nosotros conscientes de ello, nuestra libertad no puede ser considerada tan grande si algo así puede afectar tanto a nuestras decisiones. Y esto que conocemos del toxoplasma gondii puede valer para tantos otros parásitos que pululan por nuestro cuerpo y nos afectan de maneras aún desconocidas.
Urko de Azumendi

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