Si a uno le dieran
la posibilidad de elegir entre vivir una situación placentera y una situación
dolorosa, lo más natural es que uno se incline por la primera opción. Esto, que
es lo más normal, tiene una particular relevancia para el ámbito de la sexualidad.
En efecto, Santo Tomás de Aquino señala que, a nivel físico, los placeres más
fuertes que puede experimentar el ser humano provienen de este ámbito.
Hay
frustración cuando uno no obtiene algo que desea tener. Por eso, la renuncia al placer sexual, que puede ser exigida por la
castidad, puede vivirse con frustración. Más aun, dada la intensidad del placer
al que se renuncia, la frustración puede llegar a ser grande.
Sin embargo, si bien en los
inicios puede darse una cierta resistencia, la
frustración es algo contrario a una auténtica vivencia de la castidad.
De hecho, uno de los tonos dominantes de la castidad, por naturaleza, debería
ser la alegría. Pero esto requiere una explicación.
1. FÁCIL, RÁPIDO Y CON PLACER
Todo hábito se adquiere
mediante la repetición de actos. Por ejemplo, para alguien que nunca ha tocado
un PlayStation, jugar Pro Evolution Soccer por primera vez puede llegar a ser algo incómodo.
Sin embargo, mientras uno más juega, más se va familiarizando con la ubicación
de los botones en el mando y con las combinaciones que tiene que apretar para
que los jugadores hagan lo que uno desea.
Cuando esto pasa, uno puede
decir que ha aprendido a jugar. Lo que pasa con Pro
Evolution Soccer pasa con todos
los hábitos. Mientras uno más va repitiendo ciertos actos y más se va
instalando el hábito, se producen tres cosas.
En primer lugar, uno va
adquiriendo facilidad para realizar esos actos. En segundo lugar, uno va
adquiriendo rapidez y efectividad, pues lo que tiene que hacer lo va haciendo
mejor. Y en tercer lugar, mientras mayor es su dominio, uno va experimentando
un mayor gusto, un mayor placer al hacer esas cosas. Por eso uno disfruta
cuando juega a la Play con sus amigos. Y ese disfrute produce alegría.
2. CASTIDAD COMO HÁBITO
La castidad también es un
hábito. Es un hábito cuyo acto propio es ordenar las fuerzas del mundo de la
sexualidad hacia el amor. La castidad es un «sí» al
amor. Implica una manera de mirar, de tocar, de relacionarse con
las personas del sexo opuesto.
Se trata de una actitud que
pone en el centro al amor, entendido este como la búsqueda del bien y lo mejor
para la otra persona. Se trata de un hábito en el cual la otra persona es
afirmada en todo su valor, y no reducida, por ejemplo, a un objeto de placer en
atención a su cuerpo.
Mientras esta actitud de poner
en el centro el amor se va concretizando de manera sostenida en los actos que
uno realiza, más se va instalando el hábito de la castidad. Y mientras más se
instala el hábito, más se experimentan los tres efectos señalados más arriba.
La dificultad poco a poco
desaparece, y lo relativo a la castidad se va haciendo cada vez más fácil. Los
actos propios de la castidad, uno los va haciendo cada vez mejor. Y además, esa
resistencia que se sentía al inicio va siendo reemplazada por un cierto placer.
El placer de la libertad, de
sentir que uno no es dominado por sus impulsos, el placer de sentirse dueño de
uno mismo. Y esto produce alegría.
3. EL SENTIDO DE LA RENUNCIA
La frustración, el pesar, o la
tristeza no pueden ser el tono dominante de la vivencia de la castidad. Si la
castidad se vive permanentemente con dificultad, muy probablemente se está viviendo
mal. Es cierto que
alguien que vive la castidad puede pasar por momentos difíciles, pues todos
tenemos nuestras altas y bajas. Pero en una vivencia auténtica de la castidad, la sensación dominante debe ser de alegría y de libertad interior.
Lo que en la castidad puede
experimentarse como una limitación, es en realidad un encauzamiento, una
ordenación al amor. Únicamente desde esta perspectiva tienen sentido las renuncias
que uno hace en este ámbito. Pero no son renuncias arbitrarias, sino que se
desprenden de las exigencias mismas del amor. En el fondo, la
castidad hace que uno se encuentre interiormente mejor dispuesto para el amor.
Escrito por Daniel Torres Cox
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