viernes, 1 de noviembre de 2019

LAS TRADICIONES ANCESTRALES EN EL DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS


Celebremos conscientemente nuestras tradiciones ancestral, no como espectadores de un ritual anual carente de sentido, sino con la convicción cristiana de renovar nuestra fe y esperanza en la eternidad que Cristo mismo nos ha prometido.

Por: Redacción | Fuente: Conferencia Episcopal Mexicana // SIAME // Catholic.net
Estamos por celebrar una de las fechas más significativas en el calendario religioso y civil, el próximo 2 de noviembre, la conmemoración de los fieles difuntos. Como cada año, miles de personas visitarán los lugares donde se encuentran los restos de los seres queridos que han terminado su misión en este mundo y que, desde nuestra fe, afirmamos que gozan ya de la presencia de nuestro Señor en el cielo. Esta tradición, tan arraigada en nuestro pueblo, es un momento para recordar a los difuntos, pero también debe ser una oportunidad para orar por su eterno descanso y también para reflexionar en la trascendencia de nuestra existencia ya que, aunque visitamos con devoción y respeto los panteones, debemos ser conscientes de que nuestra vida no termina ahí, sino que ese lugar es sólo el espacio en donde recordamos a quienes compartieron con nosotros parte de su peregrinar por este mundo. La fe cristiana, es una fe que mira más allá de una tumba, es una fe que cree en la vida eterna que Cristo nos ha alcanzado con su resurrección. Por lo que invito a todos los fieles, sobre todo a quienes acostumbran realizar actos de devoción en estos días, para que aprovechen la oportunidad y compartan con los niños y los jóvenes el significado de esta celebración.

Es necesario que valoremos la riqueza de nuestras tradiciones y que las sigamos transmitiendo a las nuevas generaciones. Aliento a quienes realizan los "altares de muertos" en parroquias, escuelas, museos y lugares de trabajo, como una tradición mexicana, para que sigan enriqueciendo la cultura y que esta celebración sea vivida con un espíritu conmemorativo. Es importante que no reduzcamos esta celebración al solo momento de la visita al campo santo y el depósito de las flores en una tumba, sino que profundicemos en la importancia de realizar acciones buenas en nuestra vida, que dejen huella en el corazón de quienes nos rodean, y así como ese día visitamos y hacemos un momento de oración en el lugar donde descansan los restos de un ser querido, que ha marcado de manera especial nuestra vida, así también, al término de nuestro camino, seamos recordados por quienes todavía peregrinarán más tiempo Nuestra fe en Cristo resucitado, nos alienta a vivir el mandamiento del amor con acciones tangibles, que nos fortalecen y motivan para no caer en la desesperanza de quien piensa que con la muerte todo se acaba. Mientras peregrinamos por este mundo, no debemos perder de vista la meta que nos ha sido trazada desde nuestro bautismo: la vida eterna. Celebremos conscientemente esta tradición ancestral, no como espectadores de un ritual anual carente de sentido, sino con la convicción cristiana de renovar nuestra fe y esperanza en la eternidad que Cristo mismo nos ha prometido.

Mons. Rogelio Cabrera López
Arzobispo
de Monterrey

TRADICIONES

La tradición de asistir al cementerio para rezar por las almas de quienes ya abandonaron este mundo, está acompañada de un profundo sentimiento de devoción, donde se tiene la convicción de que el ser querido que se marchó y pasará a una mejor vida, sin ningún tipo de dolencia, como sucede con los seres terrenales.

En Francia la gente de todos los rangos y credos decora los sepulcros de sus muertos en la Fête des morts.

MÉXICO: EL ALTAR DE MUERTOS

Las ofrendas de muertos las realizaban nuestros antepasados incluso antes de que llegaran los españoles y han logrado sobrevivir hasta nuestros días. Descubrimos su origen entre los pueblos prehispánicos. Los Aztecas, en particular, tenían dos fiestas para sus difuntos, cada una de ellas duraba un mes de 20 días, que corresponderían a nuestros meses de agosto y septiembre. La fiesta de los difuntos niños se llamaba Miccailhuitontli y la de los adultos Xocohuetzin. Puede ser que éste sea el origen de que mucha gente recuerde el 1 de noviembre a los difuntos niños y al día siguiente a los adultos.

Pero con la llegada de los españoles llegaron también los misioneros, y con ellos el Evangelio. La costumbre de festejar a los muertos prevaleció mezclada con la doctrina cristiana. ¿Cómo sucedió que los misioneros no la quitaron?

Sería absurdo decir que esta fiesta pasó desapercibida para ellos, pues de ellos recibimos noticias de cómo se celebraba. Debemos pensar, más bien, que reconocieron en ese rito pagano algunos valores que valía la pena conservar y cristianizarlos. No se trataba de un sincretismo (mezcla de dos religiones), sino de una cultura respetada y evangelizada.

La ofrenda a los difuntos y todos los ritos que la rodean encierran una gran riqueza simbólica que constituye un verdadero canto a la vida. No amamos la muerte, amamos la vida y al Dador de ella.

SIMBOLISMO

Flor de cempoalxóchitl: representa al sol, símbolo de Dios que hace florecer la vida de las almas. Proclama la vida eterna como don de Dios.

Cruz de cempoalxóchitl: la cruz florida sobre el altar significa que todos los caminos, los cuatro puntos cardinales, los brazos de la cruz, llevan a Dios, el centro donde se cruzan los brazos. Nos habla también de la redención de Cristo, vencedor de la muerte.

Velas: significan la iluminación del camino para que las almas lleguen a disfrutar de la luz divina. En una vela, la Iglesia simboliza la resurrección de Cristo en la Pascua.

Vaso de agua: es signo del agua viva para nunca tener sed. La gracia, participación de la vida divina, también se simboliza con el agua, de la cual tenemos sed.

Copal: une la tierra con el cielo. Con el incienso, la Iglesia simboliza la oración, la alabanza grata a Dios que llega a su presencia.

Comida: Es un signo de comunión con nuestros seres queridos. Una manera de expresarles que los recordamos y que
siguen siendo parte de nosotros.

Pan de muerto: nos recuerda el pan de maíz y amaranto, semilla de la alegría, hecho en forma de huesos, que comían nuestros antepasados para significar que los que morían daban vida a los que quedaban. Hoy comemos el Pan de Vida, la Eucaristía, presencia real de Cristo, que murió para que tuviéramos vida.

Plato con sal: referencia al Bautismo en el que se daba a los niños un poco de sal para saborear a Cristo.

Imágenes:
los retratos de los seres queridos a quienes se dedica la ofrenda y las imágenes religiosas manifiestan, una vez más, la comunión de los santos.

ECUADOR, PERÚ Y BOLIVIA: MISA Y GUAGUAS DE PAN

El Día de los Difuntos en estos
países andinos se celebra con una amalgama de tradiciones de las culturas aborígenes y ritos católicos que varían en cada uno de ellos. Personajes, vigilias, oraciones y una diversidad de platos forman parte de esta celebración.

Las vigilias en los cementerios marcan las noches y madrugadas del 1 y 2 de noviembre en muchos poblados.

Costumbres indígenas que incluyen ritos, oraciones y la colocación de alimentos en honor a los que ya partieron todavía se celebran en comunidades autóctonas.

Sin embargo, las ancestrales actividades que realizan estos pueblos en el transcurso de los años han variado, sumándose a ellas otros elementos del cristianismo introducido por los misioneros durante la evangelización.

Misas, vigilias y la colocación de arreglos florales en las tumbas de los cementerios son las actividades que más se realizan. La comida también forma parte importante de la celebración. Guaguas de pan, colada morada y una diversidad de platos se sirven el 1 y 2 de noviembre.

Las guaguas de pan (también conocidas en Bolivia como tantawawas), son hogazas o panes grandes, usualmente de trigo, moldeados y adornados con forma de niño pequeño o bebé, a veces rellenas de dulce.

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