Milán Hlavác sabía que
no podía romper sus cadenas.
El eslovaco Milan Hlavac hoy evangeliza y trabaja con niños
discapacitados, pero su juventud fue distinta.
“Memento mori”, recuerda
que vas a morir algún día, dice la frase latina. Pensar en la muerte ayuda a madurar, a ser realista, a tomarse en serio
la vida. Y así le sucedió a Milán Hlavác, un eslovaco que hoy es un apasionado
de la evangelización y el trabajo con discapacitados psíquicos, pero que en su
juventud era un juerguista
alcoholizado.
Familia católica en un país comunista
El pequeño Milán crecía en los años 70 en una familia católica tradicional de la Eslovaquia comunista. Todos sus parientes tenían una fe sencilla, de costumbre, y la familia acudía a la Iglesia cada domingo.
Una vez unos adultos a la puerta de la parroquia dijeron al niño que la forma correcta de saludar a las personas de edad avanzada era usar la fórmula tradicional: “Alabado sea Jesucristo”. Y el joven Milán usó esta frase con entusiasmo muchos años en una época en que estaba muy mal visto por las autoridades celosas del laicismo impuesto por el régimen dictatorial.
Sin embargo, la fe infantil basada en la mera costumbre no le alimentó al crecer, y a los 17 años se declaró ateo en una discusión con su padre: “Basta, ¡Dios no existe, Dios ha muerto!”, gritó. “Me había convertido en un ateo y ni siquiera sabía cómo”. Simplemente, repetir oraciones porque era lo que hacían los mayores ya no le bastaba.
El fin de semana, emborracharse en grupo
Convencido de su increencia estaba convencido también de ser un valiente rebelde… básicamente porque se dedicaba a fumar y beber en exceso. Fue su ritmo cotidiano durante cuatro años, de los 17 a los 21. “Me pasaba el fin de semana con amigos en distintos pisos, y nuestra principal actividad era el consumo de alcohol. Yo trabajaba, tenía bastante dinero y me lo gastaba en los amigos y la bebida”.
A partir de cierto momento ya entendió que tenía un problema grave con el alcohol. Intentó seguir una terapia para dejarlo, sin éxito alguno. “Mi deseo de beber era más fuerte que esa pequeña voz interna que me instaba a parar”.
Un libro sobre la muerte… y el sentido
Y llegó el verano de 1989, el año de la caída de los regímenes comunistas en Europa Oriental. Estaba con unos amigos de vacaciones en el campo, en teoría de pesca, en la práctica bebiendo y bebiendo.
Pero le gustaba leer y se había llevado un libro sobre experiencias cercanas a la muerte, testimonios de personas que habían vivido la muerte, o algo muy cercano, y habían sobrevivido. Todas hablaban del sentido de la vida, del por qué seguir viviendo. Y lo expresaban con una frase: “al final de todo… ¿has amado al prójimo como a ti mismo?”
A Milán aquello le sonaba: lo había oído en misa muchos años antes, era algo que había dicho Jesús. Amar al prójimo como a uno mismo… vivir con sentido, tener una vida que poder mirar con satisfacción al llegar los últimos momentos… He ahí una sabiduría válida, y venía de Jesús.
Para él fue un reencuentro con Jesucristo. Entendió que necesitaba a Jesús y su camino… y sin embargo no tenía fuerzas para dejar a sus malas amistades y la bebida. Prometió a Dios y a algunos seres queridos que dejaría el alcohol… pero no lo conseguía hacer. “Las cadenas eran más fuertes que yo”.
Cuando le echaron de casa
Un día llegó a casa completamente borracho y, según parece –él no recuerda cómo fue- pegó a su padre. Lo vio al día siguiente, con golpes en la cara, cuando entró en su habitación y le dijo, contundente: “Son las mueve y media; a las doce ten hechas las maletas y vete para siempre. Ya no eres mi hijo”.
Milán quedó perplejo: ni siquiera recordaba lo que había hecho. Pero sentía un enorme pesar y comprendía que si se hubiera mantenido sobrio no habría sucedido nada malo.
Allí, fuera de casa, se volcó en Cristo. “Fue un punto de inflexión, muy educativo. El Señor me liberó entonces de la esclavitud del alcoholismo. Mi padre, al cabo de un tiempo, me perdonó y me recibió de nuevo en casa. Desde entonces, nunca más me emborraché”, explica en la web de testimonios Moj Pribeh.
Buscando servir a Dios
Él se sabía salvado y sanado por Cristo, y quería trabajar para Dios de alguna manera. Primero probó como novicio en la Sociedad del Verbo Divino, pero entendió que no era su senda. Después empezó una relación con una chica, que no funcionó bien. Estaba algo desconcertado, buscando la voluntad de Dios.
Acudió en esos días al grupo de oración de estilo carismático de Tomás Pruzinec, en Bratislava, en el que participaban católicos y protestantes. Un amigo le había invitado muchas veces y por fin había accedido. Le gustó la oración de alabanza, y cuando Tomás Pruzinec apoyó sus manos en él y rezó a Dios pidiéndole que Milán experimentase plenamente el Espíritu Santo, que transformase su vida, supo que era el comienzo de un nuevo caminar.
Se avivó en él el deseo de servir a Dios. También creció su amor por los cristianos de otras congregaciones. “Todos, católicos, luteranos, baptistas y otros, sirven al mismo Dios y Señor Jesucristo”, escribe. Notó “el deseo de que pronto llegue el día en que todos los cristianos puedan unirse bajo la bandera de Cristo Jesús victorioso”.
Evangelizar… y aprender de los pequeños
Se casó con una chica de tradición luterana, y consideran “un gran regalo para nosotros la oración común”, en grupos de oración y en casa. Pensó en ser misionero en África, y estuvo un tiempo en la comunidad carismática ecuménica Chemin Neuf (Camino Nuevo) en Francia, para mejorar el idioma, y luego en la comunidad El Arca, fundada por Jean Vanier, varios años como voluntario en Francia y Canadá con discapacitados psíquicos. “Trabajar con estas personas me dio mucho, vi la intensidad con la que Dios vive en ellas: como dice el Señor Jesús: quien recibe a un niño como este, a mí me recibe”.
No ha ido a África, pero sigue siendo misionero y evangelizador allí con quien se trata. Sigue trabajando con niños con discapacidad psíquica. “Cada uno puede ser misionero exactamente donde está ahora. Sé que no es fácil, pero no me avergüenzo de anunciar el Evangelio. Es para la salvación de todos. No dejo que nadie me disuada: el Evangelio es la vida”, afirma hoy.
Familia católica en un país comunista
El pequeño Milán crecía en los años 70 en una familia católica tradicional de la Eslovaquia comunista. Todos sus parientes tenían una fe sencilla, de costumbre, y la familia acudía a la Iglesia cada domingo.
Una vez unos adultos a la puerta de la parroquia dijeron al niño que la forma correcta de saludar a las personas de edad avanzada era usar la fórmula tradicional: “Alabado sea Jesucristo”. Y el joven Milán usó esta frase con entusiasmo muchos años en una época en que estaba muy mal visto por las autoridades celosas del laicismo impuesto por el régimen dictatorial.
Sin embargo, la fe infantil basada en la mera costumbre no le alimentó al crecer, y a los 17 años se declaró ateo en una discusión con su padre: “Basta, ¡Dios no existe, Dios ha muerto!”, gritó. “Me había convertido en un ateo y ni siquiera sabía cómo”. Simplemente, repetir oraciones porque era lo que hacían los mayores ya no le bastaba.
El fin de semana, emborracharse en grupo
Convencido de su increencia estaba convencido también de ser un valiente rebelde… básicamente porque se dedicaba a fumar y beber en exceso. Fue su ritmo cotidiano durante cuatro años, de los 17 a los 21. “Me pasaba el fin de semana con amigos en distintos pisos, y nuestra principal actividad era el consumo de alcohol. Yo trabajaba, tenía bastante dinero y me lo gastaba en los amigos y la bebida”.
A partir de cierto momento ya entendió que tenía un problema grave con el alcohol. Intentó seguir una terapia para dejarlo, sin éxito alguno. “Mi deseo de beber era más fuerte que esa pequeña voz interna que me instaba a parar”.
Un libro sobre la muerte… y el sentido
Y llegó el verano de 1989, el año de la caída de los regímenes comunistas en Europa Oriental. Estaba con unos amigos de vacaciones en el campo, en teoría de pesca, en la práctica bebiendo y bebiendo.
Pero le gustaba leer y se había llevado un libro sobre experiencias cercanas a la muerte, testimonios de personas que habían vivido la muerte, o algo muy cercano, y habían sobrevivido. Todas hablaban del sentido de la vida, del por qué seguir viviendo. Y lo expresaban con una frase: “al final de todo… ¿has amado al prójimo como a ti mismo?”
A Milán aquello le sonaba: lo había oído en misa muchos años antes, era algo que había dicho Jesús. Amar al prójimo como a uno mismo… vivir con sentido, tener una vida que poder mirar con satisfacción al llegar los últimos momentos… He ahí una sabiduría válida, y venía de Jesús.
Para él fue un reencuentro con Jesucristo. Entendió que necesitaba a Jesús y su camino… y sin embargo no tenía fuerzas para dejar a sus malas amistades y la bebida. Prometió a Dios y a algunos seres queridos que dejaría el alcohol… pero no lo conseguía hacer. “Las cadenas eran más fuertes que yo”.
Cuando le echaron de casa
Un día llegó a casa completamente borracho y, según parece –él no recuerda cómo fue- pegó a su padre. Lo vio al día siguiente, con golpes en la cara, cuando entró en su habitación y le dijo, contundente: “Son las mueve y media; a las doce ten hechas las maletas y vete para siempre. Ya no eres mi hijo”.
Milán quedó perplejo: ni siquiera recordaba lo que había hecho. Pero sentía un enorme pesar y comprendía que si se hubiera mantenido sobrio no habría sucedido nada malo.
Allí, fuera de casa, se volcó en Cristo. “Fue un punto de inflexión, muy educativo. El Señor me liberó entonces de la esclavitud del alcoholismo. Mi padre, al cabo de un tiempo, me perdonó y me recibió de nuevo en casa. Desde entonces, nunca más me emborraché”, explica en la web de testimonios Moj Pribeh.
Buscando servir a Dios
Él se sabía salvado y sanado por Cristo, y quería trabajar para Dios de alguna manera. Primero probó como novicio en la Sociedad del Verbo Divino, pero entendió que no era su senda. Después empezó una relación con una chica, que no funcionó bien. Estaba algo desconcertado, buscando la voluntad de Dios.
Acudió en esos días al grupo de oración de estilo carismático de Tomás Pruzinec, en Bratislava, en el que participaban católicos y protestantes. Un amigo le había invitado muchas veces y por fin había accedido. Le gustó la oración de alabanza, y cuando Tomás Pruzinec apoyó sus manos en él y rezó a Dios pidiéndole que Milán experimentase plenamente el Espíritu Santo, que transformase su vida, supo que era el comienzo de un nuevo caminar.
Se avivó en él el deseo de servir a Dios. También creció su amor por los cristianos de otras congregaciones. “Todos, católicos, luteranos, baptistas y otros, sirven al mismo Dios y Señor Jesucristo”, escribe. Notó “el deseo de que pronto llegue el día en que todos los cristianos puedan unirse bajo la bandera de Cristo Jesús victorioso”.
Evangelizar… y aprender de los pequeños
Se casó con una chica de tradición luterana, y consideran “un gran regalo para nosotros la oración común”, en grupos de oración y en casa. Pensó en ser misionero en África, y estuvo un tiempo en la comunidad carismática ecuménica Chemin Neuf (Camino Nuevo) en Francia, para mejorar el idioma, y luego en la comunidad El Arca, fundada por Jean Vanier, varios años como voluntario en Francia y Canadá con discapacitados psíquicos. “Trabajar con estas personas me dio mucho, vi la intensidad con la que Dios vive en ellas: como dice el Señor Jesús: quien recibe a un niño como este, a mí me recibe”.
No ha ido a África, pero sigue siendo misionero y evangelizador allí con quien se trata. Sigue trabajando con niños con discapacidad psíquica. “Cada uno puede ser misionero exactamente donde está ahora. Sé que no es fácil, pero no me avergüenzo de anunciar el Evangelio. Es para la salvación de todos. No dejo que nadie me disuada: el Evangelio es la vida”, afirma hoy.
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