domingo, 1 de julio de 2012

Y YO... ¿DÓNDE ME ENCUENTRO?


Cuando uno anda con resolución, por el camino de la vida espiritual…, y lucha ascéticamente por avanzar en este camino, el problema radica entonces, en saber no ya si se salvará o se condenará, sino en cómo se salvará, con mayor o menor grado de santificación, pues el grado de santificación que se tenga, cuando Dios le llame a uno, ese será el grado de gloria que se habrá alcanzado y no podrá ser modificado en toda la eternidad. Ahora aún, aquí abajo estamos a tiempo de mejorar nuestro grado, después aunque nos salvemos no habrá posibilidad alguna ni de mejorarlo, pero tampoco de empeorarlo.

Es este un deseo, que toda alma que anda rectamente por el camino del Señor, el de querer saber dónde se encuentra uno espiritualmente hablando, es un deseo que siempre le nace al que se esfuerza en amar al Señor y es lógico que así sea, pues los humanos, al igual que los animales, somos seres muy curiosos, siempre queremos saber dónde estamos y que terreno pisamos. Ello es el fruto del ansia de seguridad que todos tenemos dentro de sí, tanto personas como animales. Somos desconfiados por naturaleza, y lo que es peor lo somos hasta con el Señor; queremos saber dónde nos encontramos, porque en cierto modo, se nos ve el plumero de nuestra falta de fe.

Pero en este tema de la vida espiritual, el Señor no está por la labor, y no nos da señales, ni nos dice nada. Uno lee y busca opiniones de maestros espirituales y santos, para averiguar donde se encuentra espiritualmente hablando, y nadie le concreta nada, así por ejemplo te dicen: La vida sobrenatural crece en nosotros misteriosamente y en silencio, pero imprime a la existencia de la persona en su conjunto, una dinámica de progresiva madurez humana y cristiana. Hay una correlación directa entre la expansión interior de esa vida y el desarrollo espiritual del creyente en su condición temporal. Es una semilla que toma cuerpo mediante el impulso de la gracia divina y con la acción virtuosa y constante de la persona. Dice el Evangelios:

“La tierra da el fruto por si misma: primero hierba, luego espiga, y después trigo abundante” (Mc 4,28)”.

Y uno se dice: Bueno todo esto está muy bien, pero a mí no se me aclara donde me encuentro, que es el deseo que siempre se tiene de saber donde uno se encuentra. Bueno este deseo, lo tiene el que se ocupa y preocupa en amar al Señor, que desgraciadamente no son todos los que deberían de ser. Pero, si no apreciamos progreso espiritual en la vida devota, como quisiéramos, no nos turbemos…. El labrador no será nunca reconvenido por no lograr pingüe cosecha, pero sí de no haber labrado y sembrado bien sus tierras, nos dice San Francisco de Sales.

Sí…, pero yo vuelvo a decir: todo esto está muy bien y es muy bonito, pero yo me sigo preguntando: ¿Dónde estoy yo? ¿Me falta mucho para llegar? El maestro Jean Lafrance, escribe a este respecto: “Cuanto más se avanza en la vida espiritual más se da uno cuenta de que se tienen muy pocos puntos de referencia. Ciertamente están los mandamientos de Dios y de la Iglesia; sabemos bien lo que hay que hacer y evitar. Pero sobre el detalle de nuestra vida, cotidianamente, minuto a minuto, en el fondo sabemos muy poco. Ahí es donde debemos dejarnos guiar, fieles a las mociones del Espíritu”.

Hay señales evidentes que podemos considerar, como es el hecho de haber prosperado en la oración e indudablemente; progresar en la oración es progresar en la vida espiritual, y progresar en nivel espiritual, es caminar más cerca del Señor, pero esta es una señal muy vaga, porque cuanto uno más avanza en la oración, menor es tu sentimiento de que progresas, más aún, algunos días te perece que retrocedes…. No hay vida de oración que no sufra la experiencia dolorosa del largo túnel y de la interminable noche oscura de la que nos habla San Juan de la Cruz y que con más o menos intensidad, el alma que busca el amor del Señor, para entregarse a Él, ha de pasar inexorablemente.

Se puede considerar otra señal, cual es la de pensar que hemos comenzado a conocer a Dios, pero ella como algunas otras es imprecisa. La señal de que has empezado a conocer a Dios, no se encuentra en las hermosas ideas que tienes sobre Él y mucho menos en el gozo que te procura la oración, sino en el ardiente deseo de conocerle más, tal como nos dice el maestro Lafrance. Entre otras muchas señales todas ella imprecisas, se puede señalar el hecho de que cuando un alma avanza en el desarrollo de su vida espiritual, mentalmente, las piezas de ese rompecabezas, que todo ser humano tiene en su cabeza, acerca de Dios y de su conocimiento, se le empiezan a encajar de una forma sorprendente, uno encuentra explicación lógica a muchas cuestiones que durante años se ha estado preguntando y nadie le ha sabido responder. Al menos esto es una experiencia propia, pero en concreto, tampoco esto quiere decir nada, o al menos una gran cosa.

Solo hay una cosa cierta y es que Dios no quiere que nadie sepa donde uno se encuentra, y no quiere por nuestro propio bien, ya que el conocimiento de esta circunstancia es indudable que merma nuestra humildad y aumenta nuestra soberbia.

Ante todo fomentemos nuestra humildad que bien falta que nos hace, al menos desde luego al que escribe. San Pedro de Alcántara, en relación a este tema escribía: “Para la presunción, de que uno está cerca del Señor, el remedio es considerar que no hay más claro indicio de estar el hombre muy lejos, que creer que está muy cerca, porque en este camino los que van descubriendo más tierra, ésos se dan mayor prisa por ver lo mucho que les falta; y por eso nunca hacen caso de lo que tienen en comparación de lo que desean”.

            Hay algo muy cierto, que siempre debemos de considerar. Quienes piensan que han llegado, han errado el camino. Quienes creen haber alcanzado su meta la han extraviado. Quienes piensan que son santos, son demonios. Y tengamos siempre presente que una parte importante de la vida espiritual está hecha, de ansia, espera, esperanza y expectación.

No hay que correr a la santidad más rápido de lo que Dios quiere que corramos. Él conoce nuestra flaqueza y fragilidad, nunca nos coloca en una prueba de fe demasiada difícil. No nos impacientemos por creer que vamos despacio, Él sabe muy bien cuál ha de ser nuestro ritmo de crecimiento, y hay que estar seguros, de que nunca nos sacará de este mundo, antes de haber dado de sí espiritualmente, todo lo que podamos llegar a dar. El desea más que nosotros la mayor gloria posible para cada una de sus almas.

El amor a la voluntad de Dios, es una señal evidente de progreso espiritual, y ella nos lleva a considerar que si la voluntad de Dios es que prosperemos en la oscuridad, de la misma forma que la fe es también oscuridad para los ojos de nuestra cara, pero no para los de nuestra alma, caminemos en oscuridad que el Señor sus razones tendrá y sabe mejor que nosotros lo que más nos conviene. ¡Esto es lo que el Señor desea para nosotros!

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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