Cuando uno
anda con resolución, por el camino de la vida espiritual…, y lucha
ascéticamente por avanzar en este camino, el problema radica entonces, en saber
no ya si se salvará o se condenará, sino en cómo se salvará, con mayor o menor
grado de santificación, pues el grado de santificación que se tenga, cuando
Dios le llame a uno, ese será el grado de gloria que se habrá alcanzado y no
podrá ser modificado en toda la eternidad. Ahora aún, aquí abajo estamos a
tiempo de mejorar nuestro grado, después aunque nos salvemos no habrá
posibilidad alguna ni de mejorarlo, pero tampoco de empeorarlo.
Es este un
deseo, que toda alma que anda rectamente por el camino del Señor, el de querer
saber dónde se encuentra uno espiritualmente hablando, es un deseo que siempre
le nace al que se esfuerza en amar al Señor y es lógico que así sea, pues los
humanos, al igual que los animales, somos seres muy curiosos, siempre queremos
saber dónde estamos y que terreno pisamos. Ello es el fruto del ansia de
seguridad que todos tenemos dentro de sí, tanto personas como animales. Somos
desconfiados por naturaleza, y lo que es peor lo somos hasta con el Señor;
queremos saber dónde nos encontramos, porque en cierto modo, se nos ve el
plumero de nuestra falta de fe.
Pero en este
tema de la vida espiritual, el Señor no está por la labor, y no nos da señales,
ni nos dice nada. Uno lee y busca opiniones de maestros espirituales y santos,
para averiguar donde se encuentra espiritualmente hablando, y nadie le concreta
nada, así por ejemplo te dicen: La vida sobrenatural crece en nosotros
misteriosamente y en silencio, pero imprime a la existencia de la persona en su
conjunto, una dinámica de progresiva madurez humana y cristiana. Hay una
correlación directa entre la expansión interior de esa vida y el desarrollo
espiritual del creyente en su condición temporal. Es una semilla que toma
cuerpo mediante el impulso de la gracia divina y con la acción virtuosa y
constante de la persona. Dice el Evangelios:
“La tierra da el fruto por si misma:
primero hierba, luego espiga, y después trigo abundante” (Mc 4,28)”.
Y uno se
dice: Bueno todo esto está muy bien, pero a mí no se me aclara donde me
encuentro, que es el deseo que siempre se tiene de saber donde uno se encuentra.
Bueno este deseo, lo tiene el que se ocupa y preocupa en amar al Señor, que
desgraciadamente no son todos los que deberían de ser. Pero, si no apreciamos
progreso espiritual en la vida devota, como quisiéramos, no nos turbemos…. El
labrador no será nunca reconvenido por no lograr pingüe cosecha, pero sí de no
haber labrado y sembrado bien sus tierras, nos dice San Francisco de Sales.
Sí…, pero yo
vuelvo a decir: todo esto está muy bien y es muy bonito, pero yo me sigo
preguntando: ¿Dónde estoy yo? ¿Me falta mucho para llegar? El maestro Jean
Lafrance, escribe a este respecto: “Cuanto más se avanza en la vida
espiritual más se da uno cuenta de que se tienen muy pocos puntos de
referencia. Ciertamente están los mandamientos de Dios y de la Iglesia; sabemos
bien lo que hay que hacer y evitar. Pero sobre el detalle de nuestra vida,
cotidianamente, minuto a minuto, en el fondo sabemos muy poco. Ahí es donde
debemos dejarnos guiar, fieles a las mociones del Espíritu”.
Hay señales
evidentes que podemos considerar, como es el hecho de haber prosperado en la
oración e indudablemente; progresar en la oración es progresar en la vida
espiritual, y progresar en nivel espiritual, es caminar más cerca del Señor,
pero esta es una señal muy vaga, porque cuanto uno más avanza en la oración,
menor es tu sentimiento de que progresas, más aún, algunos días te perece que
retrocedes…. No hay vida de oración que no sufra la experiencia dolorosa del
largo túnel y de la interminable noche oscura de la que nos habla San Juan de la
Cruz y que con más o menos intensidad, el alma que busca el amor del Señor,
para entregarse a Él, ha de pasar inexorablemente.
Se puede
considerar otra señal, cual es la de pensar que hemos comenzado a conocer a
Dios, pero ella como algunas otras es imprecisa. La señal de que has empezado a
conocer a Dios, no se encuentra en las hermosas ideas que tienes sobre Él y
mucho menos en el gozo que te procura la oración, sino en el ardiente deseo de
conocerle más, tal como nos dice el maestro Lafrance. Entre otras muchas
señales todas ella imprecisas, se puede señalar el hecho de que cuando un alma
avanza en el desarrollo de su vida espiritual, mentalmente, las piezas de ese
rompecabezas, que todo ser humano tiene en su cabeza, acerca de Dios y de su
conocimiento, se le empiezan a encajar de una forma sorprendente, uno encuentra
explicación lógica a muchas cuestiones que durante años se ha estado
preguntando y nadie le ha sabido responder. Al menos esto es una experiencia
propia, pero en concreto, tampoco esto quiere decir nada, o al menos una gran
cosa.
Solo hay una cosa cierta y es que Dios no quiere que nadie sepa donde uno se encuentra, y no quiere por nuestro propio bien, ya que el conocimiento de esta circunstancia es indudable que merma nuestra humildad y aumenta nuestra soberbia.
Ante todo fomentemos nuestra humildad que bien falta que nos hace, al menos desde luego al que escribe. San Pedro de Alcántara, en relación a este tema escribía: “Para la presunción, de que uno está cerca del Señor, el remedio es considerar que no hay más claro indicio de estar el hombre muy lejos, que creer que está muy cerca, porque en este camino los que van descubriendo más tierra, ésos se dan mayor prisa por ver lo mucho que les falta; y por eso nunca hacen caso de lo que tienen en comparación de lo que desean”.
Hay
algo muy cierto, que siempre debemos de considerar. Quienes piensan que han
llegado, han errado el camino. Quienes creen haber alcanzado su meta la han
extraviado. Quienes piensan que son santos, son demonios. Y tengamos siempre
presente que una parte importante de la vida espiritual está hecha, de ansia,
espera, esperanza y expectación.
No hay que
correr a la santidad más rápido de lo que Dios quiere que corramos. Él conoce
nuestra flaqueza y fragilidad, nunca nos coloca en una prueba de fe demasiada
difícil. No nos impacientemos por creer que vamos despacio, Él sabe muy bien
cuál ha de ser nuestro ritmo de crecimiento, y hay que estar seguros, de que
nunca nos sacará de este mundo, antes de haber dado de sí espiritualmente, todo
lo que podamos llegar a dar. El desea más que nosotros la mayor gloria posible
para cada una de sus almas.
El amor a la
voluntad de Dios, es una señal evidente de progreso espiritual, y ella nos
lleva a considerar que si la voluntad de Dios es que prosperemos en la
oscuridad, de la misma forma que la fe es también oscuridad para los ojos de
nuestra cara, pero no para los de nuestra alma, caminemos en oscuridad que el
Señor sus razones tendrá y sabe mejor que nosotros lo que más nos conviene. ¡Esto
es lo que el Señor desea para nosotros!
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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