UNA GOZOSA Y MARAVILLOSA EXPERIENCIA DE DIOS
Por el P. Ángel Peña Benito, Agustino Recoleto
Dedicatoria:
Al Espíritu Santo, el inspirador de este librito y a Santa Teresita del Niño Jesús cuyo caminito de infancia espiritual ha inspirado y guiado mi vida.
Nihil obstat: P. José Ilayes
Puede imprimirse: Monseñor Fernando Vargas, Arzobispo de Arequipa.
Arequipa, Perú, 1991
LOS MISTERIOS DE DIOS
“En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios... En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron... Y el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros... De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia... la gracia y la verdad vinieron de Jesucristo” (Jn 1, 1-11).
Palabras hermosas sobre la Palabra divina, el Verbo de Dios, Jesucristo. “A cuantos lo recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1, 12) Y tú ¿te sientes hijo del Padre Dios? ¿Te sientes como un niño pequeño en los brazos del Padre? “Hemos recibido el espíritu de adopción por el que clamamos Abba, Papá. El Espíritu mismo (el Espíritu Santo) da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios y, si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos con Cristo” (Rom. 8, 15-17).
¿Te sientes hermano y amigo de Jesús, especialmente de Jesús Eucaristía? ¿Qué significa para ti el Amor y el poder santificador del Espíritu Santo? ¿Lo amas, lo invocas y le pides sus dones y carismas o es para ti un gran desconocido? Padre, Hijo y Espíritu Santo forman la Trinidad santa, un solo Dios, que existe desde siempre y para siempre.
Y Dios creó a los ángeles... y muchos de ellos se rebelaron contra Dios y quedaron convertidos en demonios. Y Lucifer (fuente de luz), la criatura más hermosa creada por Dios, se convirtió en el Dragón. “Y fue arrojado el Dragón grande, la antigua serpiente, llamada diablo y Satanás... Miguel y sus ángeles pelearon contra el Dragón y peleó el Dragón y sus ángeles y no pudieron triunfar y no pudo haber lugar para ellos en el cielo” (Apocalipsis 12, 7-9).
Y aquí comienza también el drama de la humanidad. Adán y Eva creados por Dios con los dones preternaturales de la inmortalidad, impasibilidad, integridad y ciencia infusa, por instigación del diablo pecaron contra Dios y quedaron privados de estos dones. Desde entonces toda la Historia humana se desarrolla como una gran batalla (Dios, ángeles, hombres, Satanás, demonios). Así lo expresa el Apocalipsis y el capítulo 6 de la Carta a los Efesios: “Confortaos en el Señor y en la fuerza de su poder; vestíos con la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo, que no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los malos espíritus..., estad, pues, alerta” (Ef 6, 10-14). “Sed sobrios y vigilad que vuestro adversario el Diablo como león rugiente, anda rondando, buscando a quién devorar” (I Pedro 5, 8). “Resistid al diablo y huirá de vosotros” (Sant. 4, 7).
LA VIDA
Vive tu vida con alegría. La vida es un don maravilloso. Fuimos creados para el gozo y la alegría de vivir con Dios, pero el pecado trastornó los planes divinos y desde entonces la vida es una lucha constante, una prueba, una gran batalla. Para ganarla debemos obedecer a Dios, que, como buen Padre, sabe mejor que nosotros los que nos conviene. Debemos amarlo con todo el corazón y seguir sus mandamientos.
No olvidemos que sólo se vive una sola vez. Por eso, debemos aprovechar bien el tiempo de vida que Dios nos dé. Vivamos de cara a la eternidad que nos espera. Demos más importancia al alma que al cuerpo, a las cosas espirituales que a las materiales. Si empleáramos tanto tiempo en el cuidado del alma como el que empleamos en el cuidado del cuerpo, qué bien nos iría. Pero, con frecuencia, nos olvidamos de Dios y de las cosas espirituales y vivimos abocados totalmente al cuerpo y a las cosas de este mundo. Perdemos de vista la perspectiva del más allá y olvidamos que esta vida es pasajera. No queremos darnos cuenta de la gran realidad de la muerte, que puede venir en cualquier momento.
Por ello, debemos vivir conscientes, con la mirada en alto, siempre preparados, sin olvidar que la vida es demasiado frágil y que puede romperse en cualquier momento. Aprovechemos cada minuto de sesenta segundos que nos lleven al cielo. Como decía el fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá de Balaguer: “Este mundo se nos va de la mano, no podemos perder el tiempo, hay que administrarlo bien, con sentido de la responsabilidad. Pero no debemos desear morir antes de tiempo. Debemos desear vivir hasta haber cumplido fielmente nuestra misión. Hemos de desear vivir para trabajar por nuestro Señor, para hacer el bien a los hermanos”.
Vivir es recibir con ilusión la luz de cada día, es tener a Dios como compañero de camino, sin olvidar a nuestros hermanos santos y ángeles. Vivir es enfrentarse sin temor al día de mañana, es comer con gozo el pan ganado con el sudor de cada día. Vivir es abandonarse plenamente en los brazos de Dios y confiar en Él, pase lo que pase. Es tener paz en la conciencia y poder dormir sin sobresaltos ni temores cuando llega la noche. En una palabra, vivir es amar y tener la vida de Dios en nuestro corazón. Por eso, la vida se desarrolla y se enriquece cuando aumenta el número de instantes que están llenos de amor. El que desprecia un instante no llegará jamás a la plenitud de la vida. Sepamos, pues, decir ¡Sí! a Dios en cada instante. Vivamos el presente en plenitud y responsabilidad.
Si lees, lee plenamente; si comes, hazlo como quien experimenta un regalo con agradecimiento; si hablas con alguien, dedícate a escucharlo. Hazlo así en todas las cosas, en el trabajo, en el sueño, en el tiempo libre, en la oración. Y así en medio de la vida, encontrarás el camino hacia lo profundo de ti mismo y encontrarás a Dios y serás feliz. Como decía San Agustín: “Dios es más íntimo que lo más íntimo de ti mismo y más superior que lo más supremo de ti mismo”.
Te recomiendo que no seas mediocre, que aspires siempre a las alturas, que des sentido a cada momento de tu vida, haciéndolo todo por amor a Dios. No importa lo que seas ni lo que hagas, hazlo todo con amor y por amor, porque Dios no mira tanto lo que hacemos cuanto el amor con que lo hacemos. Haz bien lo que haces y no olvides la eternidad. Se nos dice en el Eclesiástico: “Acuérdate de tus postrimerías y nunca jamás pecarás”. Acuérdate de que después de la muerte hay un juicio y después viene una eternidad feliz o infeliz. Toma tu vida con ambas manos y ofrécesela a Dios con amor, y confía en Él sin temor.
Para meditar en la fugacidad de la vida, puedes visitar un cementerio y pensar en los que fueron y ya no son. Puedes imaginarte que tienes cáncer y sólo te quedan dos meses de vida o que te vas a quedar ciego o paralítico. ¿Qué harías? ¿Cómo vivirías el tiempo que te queda de vida? Imagina tu muerte y tu funeral. Dentro de cien años, ¿dónde estarás? Medita y ora y no temas. Dios está a tu lado y te ama y te quiere hacer feliz por toda la eternidad. Ponte en sus manos como un niño y confíale tus problemas, tus pecados y tus necesidades. Sonríe, DIOS TE AMA. Y trata de vivir con alegría y cumplir fielmente la misión que te ha encomendado. Como decía el Cardenal Newman: “Dios me ha confiado un trabajo que no ha encomendado a ningún otro. Tengo una misión en la vida. De algún modo, yo soy necesario para su propósito y no puedo defraudarlo”. Para conseguirlo debes orar mucho.
LA ORACIÓN
Decía Sta. Teresita del Niño Jesús: “Cuán grande es el poder de la oración. Diríase que es una Reina que tiene siempre libre entrada en el palacio del Rey, pudiendo obtener todo lo que le pide... Para mí la oración es un impulso del corazón, una simple mirada al cielo; es un grito de agradecimiento y de amor que elevamos al cielo, lo mismo en medio de la tribulación que en el seno de la alegría. En fin, es algo elevado y sobrenatural, que dilata el alma y la une a Dios”. Ella misma nos dice que cuando no podía rezar, recitaba muy despacio el Padrenuestro y el Avemaría y sentía que alimentaba espiritualmente su alma. Y ¿qué podemos decir del Rosario meditando en los misterios de la vida de Jesús y de María, que tantas veces nos recomienda María, nuestra Madre? ¿Y del rezo del Oficio Divino, la oración pública de la Iglesia? Pero por encima de todas las oraciones, está la santa Misa, la oración misma de Jesús. Porque es Jesús quien sigue ofreciéndose al Padre por la salvación del mundo como lo hizo en la cruz. Y nosotros debemos vivir la Misa y hacer de nuestra vida una misa continua, viviendo nuestra propia misa. ¿Cómo? Ofreciéndonos en cada momento y ofreciendo todo lo que somos, hacemos o tenemos con Jesús por la salvación del mundo. Es importante hacerlo todo en unión con la Sangre de Jesús, en el Nombre de Jesús, en unión con cada misa que se celebra en el mundo o asistiendo a cada sagrario del mundo y adorar a Jesús Eucaristía en unión con los ángeles y los santos que lo acompañan.
¡Cuántas veces he pensado en el valor de la Eucaristía! En tan pocos minutos, una Misa bien celebrada tiene un valor infinito que hay que aplicar por la salvación actual del mundo. Pero qué importante es celebrarla bien y asistir con amor y devoción para recibir a Jesús mismo en la Comunión. ¡Cuánto vale también el sacramento de la confesión para quedar limpios de nuestros pecados! Por eso, alabemos a Jesús por los sacramentos que nos dejó en su Iglesia. Démosle gracias por su Iglesia Católica con el Papa, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos. Todos debemos sentirnos orgullosos de pertenecer a esta Iglesia de Jesús y todos debemos sentirnos Iglesia.
Si hubiéramos nacido siglos antes de Cristo o en otros países no cristianos, no habríamos podido disfrutar del conocimiento ni del amor de Cristo ni de tantas bendiciones que nos ha dejado en su Iglesia. Igualmente el hecho de haber nacido en países cristianos con muchos santos, es una fuente de bendición para nosotros, ya que su intercesión nos ayuda enormemente. Las tumbas de los santos son lugares de luz y de bendición para nosotros, y su recuerdo estimula a sus devotos. ¡Cuánto vale también el tener objetos e imágenes bendecidas en nuestras casas! ¡Qué poder encierra la bendición del sacerdote! Con frecuencia, cuando voy a algún lugar, pido a Jesús que lo cubra de su Sangre y lo proteja de todo poder del Maligno y sé que mi oración es escuchada. La casa de mis padres la bendije muchísimas veces. ¡Cuántas bendiciones habrán recibido, sin saberlo, los que la compraron! Y, al revés, podríamos decir lo mismo. ¡Cuánta influencia negativa habrán recibido los que viven en lugares donde se ha practicado el espiritismo, brujería, satanismo, etc.
¡Qué importante es la oración! ¡Qué importante el orar unos por otros! ¡Cuántas bendiciones habremos recibido de personas desconocidas que han orado por nosotros, o cuyas oraciones Dios nos las ha aplicado para nuestro bien! Al respecto, decía Sta. Teresita: “Cuántas veces he pensado que muchas de las gracias extraordinarias con las que Dios me ha colmado se las debo a algún alma humilde a la que sólo conoceré en el cielo”.
Una de las principales maneras de orar es la consagración, consagrarle u ofrecerle a Dios lo que somos y tenemos, empezando por nosotros mismos. Podemos consagrarnos a la Trinidad, al Padre, Hijo y Espíritu Santo en particular, a María nuestra Madre, a San José y a cada uno de los santos y ángeles de nuestra especial devoción para que ellos tomen un cuidado y protección especial de nosotros. También podemos consagrar a Dios los objetos que poseemos, nuestros familiares, nuestra vida, nuestras cualidades, etc. Es muy importante que los padres consagren a Dios su matrimonio y sus hijos por medio de María, incluso los niños abortados para sentirlos miembros vivos de la propia familia.
Hagamos de nuestra vida una continua oración. La oración es la fuerza de la vida, porque es hacer presente a Dios que nos ayuda en nuestro caminar. San Agustín decía que “la oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”.
Por esto yo he tomado la costumbre de pedir oraciones a todos los que puedo, a muchos conventos de religiosas de clausura, a mis familiares, a mis feligreses, a las personas a quienes doy limosna o hago un favor y a todos mis amigos y conocidos. ¿Cuántas gracias habré recibido a través de la pequeña oración silenciosa de tantas personas a lo largo del mundo? Dios lo sabe. Tú, hazte niño para acercarte mejor a Dios.
INFANCIA ESPIRITUAL
Sta. Teresita del Niño Jesús es la Maestra de la infancia Espiritual, que consiste en hacernos niños para llegar más fácilmente a Dios. Sentirnos como hijos pequeñitos que no pueden nada ni valen nada, pero que se dejan amar y solamente saben dar pequeños besitos a su padres. Los padres no exigen grandes cosas a sus hijos pequeños ni los castigan con excesivo rigor. Saben que son niños y los quieren como tales y son felices de tenerlos así. Pues bien, hagámonos como Sta. Teresita, los niños de Dios, no nos preocupe demasiado el hacer grandes ayunos o penitencias, los niños no pueden hacerlas. Sta. Teresita buscaba un camino corto para ir al cielo, buscaba un ascensor para subir sin mucho esfuerzo y lo encontró en los brazos de Jesús. ¡Ojalá que sepamos vivir siempre como niños en los brazos de María y de nuestro Papá-Dios! Por ello nos dice: “Oh, si todas las almas débiles e imperfectas como la mía sintieran lo que yo siento, ninguna desesperaría de llegar a la cumbre de la montaña del amor, puesto que Jesús no pide acciones extraordinarias, se contenta con que le demostremos confianza y gratitud... De tal manera comprendo que sólo el amor es capaz de hacernos agradables a Dios, que es lo único que ambiciono... Soy como un pobre pajarillo cubierto solo de ligero plumón, no soy un águila, únicamente poseo sus ojos y el corazón. Quisiera imitar a las águilas, pero sólo sé agitar mis alitas y no puedo volar. Pero soy feliz de verme así pequeña y débil, mi corazón goza de dulce paz... Quisiera ser el juguetito de Jesús... quisiera divertir al Niño Jesús y entregarme a sus caprichos infantiles... Oh, Jesús mío, os amo... mi vocación es el AMOR. Sí, hallé el lugar que me corresponde en el seno de la Iglesia. En el corazón de mi Madre, la Iglesia, yo seré el AMOR. Así se realizarán todos mis sueños... no soy más que una niña débil e impotente, mas esta misma debilidad me comunica la audacia de ofrecerme como víctima de vuestro amor... Quisiera ser misionera, no solo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y continuar siéndolo hasta la consumación de los siglos...”
Como vemos el caminito de Sta. Teresita es el camino de la infancia, el camino de la confianza y abandono total en Dios, sin reservas ni condiciones. Ahora bien, por el hecho de sentirnos pequeños debemos sentir también la necesidad de pedir ayuda a nuestros hermanos mayores, los santos y ángeles e incluso a las Almas del Purgatorio. Dejarnos llevar de la mano de estros hermanos mayores nos reportará infinidad de gracias y beneficios espirituales.
Yo me imagino a un niño, que es incapaz de caminar por largos y difíciles caminos y mucho menos de exponerse a peligros insospechados o a los animales salvajes. Un niño que es incapaz de soportar el frío, el calor, el hambre, la sed. Pero un niño que debe hacer un largo camino hacia el cielo y para ello se hace acompañar de hermanos mayores, que lo pueden llevar en brazos cuando se canse, que se preocuparán de que no le falte el agua o la comida a su tiempo y que lo defenderán de todos los peligros. ¿Qué diríamos de este niño inteligente, que sabe aprovecharse de la ayuda de sus hermanos? Y ¿qué diríamos de otro que, por soberbia o por ignorancia, no quiere recibir ayuda y él solo quiere hacer todo el trayecto, exponiéndose a tantos peligros y a tantas dificultades? Sin duda alguna, el primero llegará más rápido y seguro, no por sus propios méritos, sino por los méritos y ayuda de sus hermanos.
De ahí que Sta. Teresita para ir al cielo descubrió el gran ascensor de los brazos de Jesús. Podía estar cansada o caminar en la oscuridad y entre peligros, en los brazos de Jesús estaba segura y caminaría más aprisa y llegaría con seguridad a la meta. Dejémonos también nosotros ayudar por los santos y ángeles y pongámonos confiados en los brazos de Jesús y de María nuestra Madre.
Sta. Teresita nos cuenta en su Autobiografía cómo recibió ayuda en sueños de la Venerable Madre Sor Ana de Jesús y afirma: “Después de acariciarme con más amor del que jamás puso en acariciar a su hijo la más tierna de las madres, la vi alejarse... Mi corazón estaba henchido de gozo... y yo creía, estaba segura de que existía un cielo y de que este cielo está poblado de almas que me quieren y que me miran como a una hija suya”.
Allí en el cielo, tendremos la gran alegría de conocer y amar no sólo a nuestros contemporáneos, sino a todos los hombres salvados de todos los tiempos y conocer sus vidas y con ello dar gloria a Dios. Allí no habrá barreras, como aquí, de lenguas, razas o religiones. Allí todos nos hablaremos con el gran lenguaje del amor. Allí todos nos sentiremos hermanos. Allí no habrá ancianos, niños o jóvenes. Todos seremos iguales ante Dios con la única diferencia del grado de amor. Pero todos amaremos conforme a nuestra capacidad y seremos inmensamente felices por toda la eternidad. Y nadie será capaz de quitarnos nuestra gloria.
Que el cielo sea la meta de nuestros deseos y aspiraciones. Vivamos en plenitud estas dos grandes y hermosas realidades de la infancia espiritual y la Comunión de los santos para que disfrutemos de la gran alegría de sentirnos miembros de la gran familia de Dios. Y un día escuchemos a Jesús que nos dice: “Venid, benditos de mi Padre a gozar del Reino eterno que os he preparado desde la creación del mundo”. ¡Seamos Santos!
HACIA LA SANTIDAD
Todos estamos llamados a la santidad. Por tanto, todos podemos y debemos ser santos. Desde toda la eternidad Dios nos ha llamado a ser santos e inmaculados ante Él por el amor (Ef 1). Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿Por qué hay tanta diferencia entre unos santos y otros? En primer lugar, Dios no hace dos personas iguales o repetidas. Cada santo tiene una individualidad particular y manifiesta en su vida de modo sobresaliente una característica de la vida de Jesús: su pureza, pobreza, obediencia, amor a María, su oración, penitencia, lucha contra el Maligno, su trabajo, vida oculta, etc.
Ahora bien, ¿por qué Dios hace diferencias y a unos llama a grandes grados de santidad y a otros no tanto? A esto responde Sta. Teresita: “Jesús se dignó ilustrarme acerca de este misterio. Puso ante mi vista el libro de la naturaleza y vi que todas las flores por Él creadas eran hermosas; que el esplendor de la rosa y la blancura de la azucena no menguan en nada a la sencillez hechizadora de la margarita. Comprendí que si todas las florecitas quisieran ser rosas, perdería la naturaleza su galanura primaveral y ya no estarían los campos esmaltados de florecitas. Lo mismo ocurre en el jardín animado del Señor, en el mundo de las almas, pues a semejanza de las rosas y azucenas, le pareció bien crear los grandes santos; mas también creó otros más pequeños que se contentarán con ser humildes margaritas o sencillas violetas. Comprendí otra cosa... y es que el amor de Ntro. Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que en la más sublime. Si todas las almas se asemejasen a las de los santos Doctores parece que Dios no descendería bastante llegándose a ellas. Pero ha creado también al niño desvalido, que no sabe más que gemir débilmente; ha creado al pobre salvaje y hasta estos corazones se digna bajar también”.
Personalmente, creo que hay también otra razón en la que he pensado muchas veces. Quizás se deba en parte a la oración de sus antepasados, aunque esto entre dentro de los misterios inescrutables de Dios. ¿Qué sabemos nosotros de los misterios de Dios y del poder eficacísimo de la oración, sobre todo, si se repite de generación en generación? Los padres de Sta. Teresita pedían a Dios insistentemente un santo misionero y, aunque sus dos hijos hombres murieron, ¿no se lo concedió Dios abundantemente en la misma Sta. Teresita, Patrona de las Misiones? La oración nunca queda vacía y la oración de los padres o antepasados por sus hijos nunca deja de ser oída, aunque sea de otra manera, según el plan de Dios.
Por todo esto, es muy recomendable que los padres oren por sus hijos desde que están en el vientre de la madre. Que reciban con mucho amor incluso a sus hijos anormales. Que invoquen y se reconcilien con sus hijos abortados, con sus familiares difuntos a quienes hayan ofendido. Es muy importante que nos sintamos obligados a orar por nuestros familiares difuntos, que pueden estar todavía en el Purgatorio. Tenemos con ellos una obligación de justicia. Y no olvidemos, como dice el libro segundo de los Macabeos (cap. 12) que “es un pensamiento santo y piadoso orar por los difuntos para que sean liberados del pecado”.
Oremos para que Dios nos conceda la gracia de cumplir fiel y plenamente la misión que nos ha encomendado. Oremos por todos los hombres del mundo, sintiéndonos solidarios con todos los hombres. Oremos por todos nuestros hijos espirituales, aquellos que de un modo especial nos ha encomendado y ha puesto en el camino de nuestra vida. Oremos siempre por la Iglesia, por todos nuestros familiares, amigos y conocidos. Oremos por todos los pecadores, que se han apartado del plan de Dios, sin olvidarnos de los más pobres, enfermos, ancianos y necesitados en el cuerpo y en el alma. Normalmente, como humanos que somos, vemos más las apariencias: el dinero, la belleza, la juventud, la salud, las cosas materiales, pero Dios mira el corazón. Y todos tienen un alma que hay que salvar. ¡Qué decepción recibiríamos, si viéremos el alma de las personas! Cuántos, que son alabados humanamente por el mundo entero, aparecerían ante nosotros horriblemente feos espiritualmente y cuántos, que son despreciados, aparecerían bellos y puros ante Dios.
¿A cuántos hemos ayudado a salvarse e ir al cielo? Con frecuencia, he pensado que muchas personas que se han condenado eternamente se podrían haber salvado, si las personas a quienes fueron encomendadas hubieran sido más fieles y hubieran cumplido bien su misión. Ellas, por supuesto, se han condenado por su propia culpa y con justicia; pero cuántas gracias extraordinarias hubieran podido recibir si sus padres, tutores, hubieran orado más y les hubieran dado mejor ejemplo. Son misterios de Dios incomprensibles para nosotros, pero que debemos tomar en cuenta para no fallarle a Dios y salvarnos con todos los que nos ha encomendado, aspirando a la Santidad.
VIVENCIAS DE LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
Muchas veces he dado gracias a Dios por haber nacido en una familia católica, en un país católico e incluso por haber nacido en este siglo XX, después de tantos siglos de cristianismo con tantos grandes santos que hay en el cielo y que pueden ayudarme en la medida en que los invoco. Hay una gran solidaridad entre los santos y los hombres de la tierra. Escuchemos lo que nos dice Sta. Teresita del Niño Jesús: “Después de mi muerte haré caer sobre el mundo una lluvia de rosas. Entonces comenzará mi destino de hacer amar a Dios como yo le amo, de enseñar mi caminito a las almas.
Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra... Soy feliz al morir, porque siento que esa es la voluntad de Dios y que allá arriba seré más útil que aquí abajo... Cuando mi hermano (el P. Bellière) vaya al África le seguiré no sólo con el pensamiento y la plegaria; estaré siempre con él y por su fe podrá descubrir la presencia de una hermanita que Jesús le dio para ser su sostén, no durante apenas un par de años, sino hasta el último día de su vida... Pienso en todo el bien que podré hacer después de mi muerte: hacer bautizar niños, ayudar a los sacerdotes, a los misioneros, a la Iglesia entera”. Y al P. Roulland le escribía: “Con satisfacción le anuncio mi cercana entrada en la gloria. Lo que más me atrae a la patria celestial es la esperanza de amar a Dios como lo he deseado siempre y el pensamiento de que podré hacerlo amar de una multitud de almas que le alabarán eternamente”.
Como vemos los santos no tienen miedo a la muerte, sino más bien la desean, porque la ven como la puerta de entrada en la felicidad sin fin. Por eso, debemos nosotros vivir desde ahora ese maravilloso dogma de la Comunión (común unión) con Dios y nuestros hermanos mayores del cielo.
Sta. Teresita del Niño Jesús es mi santa predilecta, pero procuro vivir en unión con todos los santos y ángeles del universo; le pido a Dios que me consagre a ellos y me una a ellos con la Sangre preciosa de Jesús para que tengamos una íntima unión para siempre. Todos los días invoco especialmente al santo del día y le pido que me acompañe. También recuerdo con cariño a los ángeles de Jesús, José y María y a sus buenos antepasados, así como a los míos. Cuando paso por un cementerio siempre invoco a las almas benditas. Todos los días las recuerdo en la Misa y les ofrezco todos los méritos del día.
La Eucaristía es el momento más importante del día y al celebrarla invoco a todos mis hermanos mayores para que me acompañen. Me uno a los que adoran a Jesús en los Sagrarios o en las Misas que se celebran en el mundo entero. Asimismo, deseo unirme a todos los santos a través de sus reliquias esparcidas por el mundo. Procuro visitar frecuentemente a Jesús Eucaristía y lo siento como un amigo querido que me ama y me espera para ayudarme, perdonarme y bendecirme. Por supuesto, amo entrañablemente a María y le ofrezco todos los días el Rosario completo y otras especiales devociones. Creo firmemente en el poder de la oración y procuro orar mucho y pedir oraciones por mí.
El Ángel de mi guarda es mi gran amigo, a veces lo envío a que bendiga a personas lejanas. En ocasiones, al escribir cartas, pongo saludos para su ángel. Cuando converso con una persona, pienso en su ángel y le manifiesto buena voluntad, aunque no se lo merezca, y le sonrío. Cuando paso por la calle, pienso en los ángeles de las personas y me siento rodeado de tan buenos amigos míos. ¡Cómo se arreglarían nuestros asuntos, si antes de conversar con los interesados, invocáramos a sus ángeles!
Muchas veces al celebrar la misa, antes de comenzar, dirijo una mirada general a los asistentes y pienso en sus ángeles y los invoco para que preparen el corazón de los oyentes. Para mí la experiencia de la amistad con mi ángel ha sido siempre muy gratificante y enriquecedora. Por eso, desde niño le he tenido mucha devoción y le he rezado su oración.
Ahora quisiera preguntarte, hermano, ¿qué es para ti el dogma de la Comunión de los Santos? ¿Has pensado alguna vez en serio en esta común unión con toda la creación y con todos los seres del universo? ¿Has orado por tus hijos espirituales? ¿Intentas vivir plenamente la misión que Dios te ha encomendado? ¿Aspiras a ser santo? ¿Cómo vives la Misa en tu vida? ¿Te ofreces con Jesús al Padre por la salvación del mundo? ¿Qué importancia tiene para ti la presencia real de Jesús en la Eucaristía? ¿Cuáles son tus Santos predilectos? ¿Cuál es tu Santo patrón? ¿Tienes un nombre cristiano?
Te recomiendo que vivas intensamente la presencia de Dios, Uno y Trino, dentro de tu corazón. Como decía la Beata Isabel: “El cielo es Dios y Dios vive en tu alma”. Tienes el cielo de Dios en tu corazón, no lo olvides. Así pues, que Jesús Eucaristía sea el mejor amigo de tu vida y lo visites, lo beses en sus imágenes, le pidas perdón en la confesión, lo escuches en la Escritura y lo recibas en la Comunión. Que el Espíritu Santo sea tu Director espiritual, tu Maestro y Guía, invócalo y pídele sus dones y carismas. Dile siempre ¡SÍ! a Dios y no desprecies nada de lo que Él ha creado para tu servicio. Pídele que conceda a tu familia buenos y santos sacerdotes y religiosas. Sé siempre agradecido y nunca ofendas a Dios con los dones que te ha regalado. No olvides que perteneces a la gran familia de Dios.
PARÁBOLA DEL NIÑO POBRE
Había una vez un niño pobre, sin estudios, que no había conocido a sus padres e iba por el mundo mendigando un poco de pan para vivir. La mayoría de la gente le despreciaba y nadie se preocupaba por él. Un día fue a pedir limosna a casa de un hombre muy rico, un Rey poderoso que tenía muchos hijos, siervos y muchas posesiones. El Rey tuvo misericordia de él y lo adoptó como hijo. La Reina lo cuidó y lo llenó de amor. Fue encomendado para su educación a un gran Maestro, de manera que poco a poco, con el tiempo, llegó a ser un hombre grande y poderoso en su Reino. Vivía feliz y, como era bueno, todos los pobres y enfermos, ancianos y necesitados acudían a él para pedir ayuda. Y el Rey le nombró administrador de sus bienes para los pobres. Se hizo muy amigo del hijo primogénito del Rey, el príncipe heredero, y amaba con cariño a todos los siervos y siervas del Rey. Cuando murió lo enterraron en un gran mausoleo a donde acudían a visitarlo los pobres y necesitados, a quienes tanto había ayudado y para quienes era un ejemplo, cuyo recuerdo los animaba en el camino del deber y del amor agradecido a su Rey y Señor.
Hermano, tú puedes ser ese niño. Tú eres un hijo adoptivo de Dios. Dios es el Rey, su Hijo heredero es Jesús, el Espíritu Santo es el gran Maestro que te educa, María es la Reina que te cuida y te llena de su amor, los hijos del Rey son los Santos, los ángeles son sus siervos y siervas, los pobres y necesitados son las Almas del Purgatorio y los hombres de la Tierra. Y tú puedes llegar a ser santo e hijo de Dios. Dios no necesita de tus méritos, porque te ama infinitamente y ya te ha adoptado como hijo. Él espera de ti que le ayudes a salvar a tus hermanos y les distribuyas sus bienes, que Jesús nos ganó en la Cruz, y que ayudes también a los que esperan en el purgatorio. Tú puedes ser un ejemplo para las generaciones venideras. Tú `puedes ser un buen administrador de los tesoros de Dios. Tú puedes ser un gran hombre a los ojos de Dios. Basta que te hagas como niño y te dejes ayudar. María te ama y te llenará de su amor y tus hermanos mayores están dispuestos a ayudarte si tú se lo pides. ¡Ojalá lo consigas!
PARÁBOLA DEL HOMBRE SOLITARIO
Había una vez un hombre, que vivía triste y solitario en una cabaña muy pobre. Tenía tierras inmensas de su propiedad, pero solamente vivía al día de la pesca y de la caza. Un día perdió su red y su escopeta y, como no podía pescar ni cazar, apenas si podía sobrevivir por algunos días. Entonces tomó una importante decisión para el resto de su vida. Decidió salir de su soledad, de sus tierras, donde siempre había vivido solo, e ir a buscar ayuda a la gran ciudad, a la capital del Reino. Allí se fue a buscar al Rey para contratar un ayudante para cultivar sus tierras. El Rey le concedió, no un obrero cualquiera, sino a uno de sus mejores empleados, un joven inteligente, bueno y preparado, y no sólo por unos días, sino para el resto de su vida.
Este joven le enseñó a criar peces en los estanques propios, le enseñó la cría de animales domésticos y el cultivo de la tierra. Con su ayuda construyeron una casa mejor y empezaron a prosperar. Ya tenían la vida asegurada y demasiada comida para ellos solos en frutos de la tierra, animales y peces. Entonces decidieron ir a buscar gente pobre para compartir con ellos tantos bienes que poseían. El joven salió a los caminos y ciudades vecinas y llamó a todos los que encontró para que fueran a recibir alimentos. Muchos pobres fueron, recibieron ayuda y se fueron, pero otros quisieron quedarse para siempre y construyeron sus casitas a su lado y empezó así a surgir una gran ciudad. Todos se constituyeron en siervos y empleados del hombre rico, al que construyeron un magnífico palacio y al que cultivaban sus tierras y cuidaban sus animales.
Y aquel hombre, antes triste, huraño y solitario, ahora era inmensamente feliz de poder ayudar a tanta gente pobre, a quienes consideraba como hermanos y amigos. Cuando murió su fama se extendía hasta los confines del mundo y de todas partes vinieron a honrar su memoria. En su tumba colocaron esta inscripción: “Aquí yace un hombre que supo vivir y ser feliz, porque supo recibir ayuda y ayudar a los demás”.
Esta es la parábola. El hombre solitario y triste puedes ser tú, aunque tengas inmensas cualidades recibidas de Dios. El joven bueno e inteligente que te ayuda es tu ángel custodio. Él te va a dirigir por el camino del bien y te va a enseñar a hace fructificar las cualidades que has recibido. Él te va a enseñar a compartir tus riquezas materiales y, sobre todo, espirituales con tantos hermanos necesitados de la tierra y del purgatorio. Los que reciben ayuda y se van son los egoístas y desagradecidos que no quieren prosperar. Los buenos se quedan y prosperan a la sombra de este hombre, que llega a ser santo y tiene infinidad de hijos espirituales (sus siervos y siervas, que se quedan a ayudarlo). Su fama al morir se extiende hasta los últimos confines del mundo, pues de todas partes lo invocarán y le pedirán ayuda después de su muerte. ¡Aprende a dejarte ayudar de tu ángel custodio y de tus hermanos mayores del cielo para llegar a la santidad!
HECHOS MARAVILLOSOS
Veamos ahora algunos hechos maravillosos de común unión y colaboración con los ángeles, los santos, las almas del purgatorio y los hombres buenos de la Tierra.
A) Don de la bilocación
Hay muchos santos que han tenido este don para trasladarse a lugares lejanos y ayudar a otros que se encontraban en peligro o en gran necesidad. En la vida del Padre Pío de Pietrelcina (hoy San Pío de Pietrelcina) se cuenta que, estando en su convento de San Giovanni Rotondo, se le vio en la Plaza de San Pedro el día de la canonización de Santa Teresita del Niño Jesús. Por otra parte, en una carta que escribió el día 10 de Octubre de 1914 afirmaba: “El Señor me concedió hacer una visita a Giovina y por mi medio le dio muchas gracias el buen Jesús”. Con frecuencia se hacía presente en ciertos lugares por medio de un perfume divino, que llenaba de paz.
De San Antonio se cuenta que mientras predicaba en Padua, fue visto en Lisboa defender ante el tribunal a su propio padre, acusado de homicidio.
San Alfonso Mª de Ligorio estando en Norcia dei Pagani fue visto en Roma a la cabecera de la cama de Clemente XVI moribundo.
La Beata Sor Ana de los Ángeles fue vista con frecuencia por los campos de Arequipa, ayudando a los indígenas, estando encerrada en su convento de clausura.
Según los documentos de canonización del Archivo Secreto del Vaticano, volumen 1292, folio 386, los testigos fray Jacome de Acuña y fray Antonio José de Pastrana, certifican de San Martín de Porres: “Que estando en la hacienda de Limatambo, en algunas ocasiones, en los días de Comunión se transportaba e iba a socorrer a los pobres enfermos y necesitados del Japón, Argel, China y Berbería... y por casos que se averiguaron estuvo también en Bayona de Francia en un hospital que hay en dicha ciudad y dispuso y fundó otro en Barbería para los cristianos cautivos y estuvo en el Japón consolando a los nuevos convertidos”.
¡Ojalá que la Comunión de los Santos comience con la oración de unos por otros y la ayuda mutua de los que vivimos aún en la tierra!
B) Presencia de los Santos
Los santos no viven aislados en su mundo celestial, sino que nos aman, nos ayudan y se preocupan de nosotros. Según los Anales de la Propagación de la Fe, desde 1898 se anotan muchos casos palpables de la intercesión de Sta. Teresita del Niño Jesús en países de Misión. El P. Roulland (su hermano espiritual) decía: “Yo puedo atestiguar que en nuestras misiones del Japón, de la China y de las Indias no sólo está muy extendida la confianza en la santidad y en el poder intercesor de Sta. Teresita, sino también que ella ejerce una influencia admirable en la conversión de las almas y en su adelanto en la virtud. Particularmente en el Japón hay muchas religiosas trapenses que dicen deben su vocación a la acción de Sor Teresita, cuya vida han leído”.
También en África se ha dejado sentir su presencia. Uno de los Padres Blancos escribía en Diciembre de 1910: “En casi todas las chozas de nuestros cristianos hemos colocado imágenes de la joven santa... Pues bien, los paganos vienen al catecismo en masas compactas de forma tal que el domingo el patio de esta misión rebosa de gente”. En la primera guerra mundial se hizo con frecuencia presente visiblemente entre los soldados franceses, que la invocaban en medio del peligro, de modo que la llegaron a llamar la “hermanita de las trincheras”. Uno de ellos afirma: “Se manifiesta siempre blanca, luminosa, sonriente lo mismo a los encantadores ojos de inocentes niños que a los viejos soldados corrompidos, que quieren lavarse con sus lágrimas. Ella deja, en habitaciones del todo cerradas, rosas maravillosas y se siente un perfume misterioso, indeciblemente dulce”. Fueron incontables las balas detenidas por una reliquia, medalla, estampa o folleto de Teresita. Muchos de estos escudos milagrosos se encuentran actualmente en el Carmelo de Lisieux y en ellos puede verse la señal del proyectil desviado o aplastado. Y esto no sólo para los franceses, sino también para algunos católicos del ejército alemán, que le invocaron con fe. Un prisionero alemán estaba moribundo y cuenta cómo se le apareció durante la noche y lo curó milagrosamente. El P. Bourjade, héroe de la aviación francesa y después Misionero del Sagrado Corazón, tenía el retrato de Sta. Teresita en las alas de su avión y atestigua haber sido salvado de una muerte segura en más de 10 ocasiones. Sobre éstos y otros casos puede consultarse el libro “Santa Teresa del Niño Jesús” (según los documentos oficiales del Carmelo de Lisieux) de Mons. Laveille.
Esto mismo podríamos decir de todos los santos, que nos ayudan en la medida en que los invocamos. Es conocido y famoso el caso de la sangre de San Jenaro en Nápoles y de San Pantaleón en Madrid, que desde el año 305 en que murieron los mártires, la sangre se licúa cada año el día de su fiesta. Como si quisieran decirnos con este milagro inexplicable que están vivos y se hacen presentes entre nosotros para ayudarnos. La beata Ana Catalina Emmerick nos cuenta entre otras muchas cosas la visión de San Ignacio de Loyola y dice: “Me consoló mucho y me prometió que sería mi amigo, que me ayudaría en mis trabajos y me aliviaría en mis enfermedades”.
¿Y qué podríamos decir de tantas bendiciones recibidas por los devotos ante la tumba de los santos o a través de sus reliquias? ¿Cuántos milagros y conversiones conseguidos por su intercesión? Ya desde Tertuliano se afirmaba que la sangre de los mártires era semilla de nuevos cristianos. Con frecuencia se da el caso de la conversión o acercamiento a Dios de familias enteras a la muerte de la madre.. Una buena madre es una bendición no sólo en esta vida, sino también después de su muerte. Un obispo me habló en una ocasión de la devoción que tenía a su madre difunta y cómo la invocaba en todos sus problemas y la ayuda que recibía de ella. Y esto lo puedo asegurar por experiencia personal.
Como vemos, los santos son felices y se acercan como amigos para ayudarnos y compartir con nosotros su felicidad.
C) La Almas del Purgatorio
Todos los santos han creído en el purgatorio y han orado intensamente por las almas que allí están necesitadas. Santa Catalina de Génova tiene todo un tratado sobre el Purgatorio y sus experiencias personales. La beata Ana Catalina afirma en sus Obras: “Siendo ya mayor iba a Misa temprano a Koesfeld y para orar mejor por las Ánimas benditas tomaba un camino solitario. Muchas veces las veía de dos en dos delante de mí como brillantes perlas. El camino se me hacía claro y yo me alegraba de que las ánimas estuvieran en torno mío y me ayudaran, porque las amaba mucho”... “Con frecuencia mi ángel me exhortaba a ofrecer por ellas mis sufrimientos y yo lo enviaba a mover los corazones de los enfermos para que también ellos ofrecieran sus sufrimientos por estas almas necesitadas”.
Santa Gema Galgani escribe en su diario: “Hoy deseo padecer por los pecadores y en especial por las almas del purgatorio, en particular por N.N.--- Me ha dicho mi ángel custodio que esta tarde Jesús quiere hacerme sufrir algo más por un alma del purgatorio”. Igualmente Santa Verónica Giuliani en su Diario escribe: “Mi ángel me obtuvo que una de estas almas me hablase y me dijo: Tened compasión de mí. No hay criatura viva que pueda penetrar lo atroces que son estas penas. Tened compasión de mí. La encomendé a la Virgen y me pareció ver la dicha de esa alma que me dijo: Ahora he sabido que presto saldré de aquí por vuestra caridad. Gracias... Al poco tiempo la vi libre de las penas y toda bella y gloriosa con un grandísimo esplendor. Parecía un nuevo sol y puesta junto al sol natural, ella habría sido más luminosa, y el sol mismo, junto a ella, parecía tinieblas”.
Santa Margarita María de Alacoque en carta de abril de 1683 dice: “Nuestra Madre me permitió pasar toda la noche del Jueves Santo a favor de las Almas del Purgatorio delante del Santísimo Sacramento y allí estuve rodeada de estas pobres almas con las que he contraído una estrecha amistad, y a las que llamo mis amigas pacientes”... En su autobiografía escribe: “Estando un día ante Jesús Sacramentado, de repente se me presentó una persona rodeada de llamas por todas partes y me dijo: Le ruego me aplique por espacio de tres meses los méritos de todas sus obras y oraciones... Así lo hice y al cabo de tres meses la vi de nuevo resplandeciente de gloria y subir al Cielo, prometiéndome ser mi protector ante Dios”. En carta de 2 de Mayo de 1683 nos dice que “esta mañana, domingo del Buen Pastor, dos de mis buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el momento de despertarme. Una de ellas era la buena Madre Monthoux y la otra Juana Catalina Gascón, que me repetía sin cesar: El amor triunfa, el amor goza... Como yo les rogara que se acordasen de mí, me han dicho que la ingratitud jamás ha entrado en el cielo”.
Estas almas benditas, no sólo quieren nuestra, sino que también nos pueden ayudar si las invocamos. En la vida de la Beata Sor Ana de los Ángeles, gran devota de estas almas, cuenta la testigo Sor Juana de Sto. Domingo que un día tenía hambre y Sor Ana le dijo que le trajera el breviario para rezar juntas por las almas del Purgatorio para que les enviaran alimentos. Pues bien, antes de terminar de rezar el Oficio de Difuntos, mandaron llamar a la portería a Sor Ana y ésta le dijo a Sor Juana: ¿No te he dicho que las almas nos mandarían de comer? Vete tú misma a la portería y recibe lo que traen. Allí se presentó un joven de buen aspecto que les traía panes, quesos, harina y mantequilla”. Y ¡cuánto más nos podrían ayudar, si les pidiésemos ayuda!
D) Los Ángeles
¿Quién no ha leído en la vida de algunos santos los continuos servicios que les prestaba el Ángel de la guarda? A San Raimundo de Peñafort lo despertaba para la oración; a la Beata Francisca de los Cinco Llagas, con ocasión de tener una mano enferma, le partía el pan en la mesa; a Sta. Rosa de Lima le servía de recadero y, estando enferma, le preparó una buena taza de chocolate; a la Beata Crescencia de Hos le encendía el fuego y cuidaba las ollas para que pudiera permanecer más tiempo en oración; a San Isidro Labrador le araba los campos, cuando éste iba a asistir a la Misa...
Por todas partes estamos rodeados de ángeles. Hay ángeles custodios de las naciones, como el que se apareció a los tres pastorcitos. Hay ángeles que cuidan las Iglesias, las diócesis, los pueblos... Cuando se celebra la Misa hay muchos que están presentes y lo mismo adorando continuamente al Santísimo Sacramento. San Juan Crisóstomo vio repetidas veces la Iglesia llena de ángeles durante la misa. San Bernardo recordaba a su monjes que el Oficio divino se recita en presencia de Dios y sus Ángeles... Santa Margarita María de Alacoque tenía la gracia de ver frecuentemente a su ángel y dice que no le soportaba ni la más pequeña falta de modestia o de respeto delante del Santísimo Sacramento y que siempre lo veía postrado en el suelo y deseaba que ella hiciera lo mismo.
El P. Germán de San Estanislao, director espiritual de Santa Gema Galgani, dice que muchas veces estando conversando con ella, le preguntaba si su ángel estaba a su lado y ella lo miraba y quedaba extasiada, mientras lo contemplaba. Por la noche, al echarse a la cama le pedía su bendición y que la cuidase durante la noche y al despertarse lo encontraba de nuevo allí junto a ella. A veces le daba encargos para el Señor, para la Virgen o sus Santos protectores, entregándole cartas cerradas y selladas y efectivamente le traía la contestación. Con frecuencia hasta el echaba las cartas al correo, que le llevaba o traía bajo la forma de pajarillo. En una ocasión le escribió: “Después de comer me sentí mal; entonces el ángel me trajo una taza de café, al que echó unas gotas de un líquido blanco. Estaba tan rico, que me sentí curada. Después me hizo descansar un rato y me abrazó y me besó varias veces. Me ayudó a levantarme y acariciándome me dijo: Jesús te ama mucho, ámale tú también”.
En la autobiografía de San Juan Bosco nos cuenta el caso curioso del perro Gris: “Una tarde oscura algo tarde volvía solo a casa, no sin algo de miedo, cuando veo junto a mí un gran perro, que, a primera vista, me espantó; pero, al no amenazarme con actos de hostilidad, sino haciéndome mohines como si yo fuera su dueño, nos pusimos pronto en buenas relaciones y me acompañó hasta el Oratorio. El mismo hecho se repitió otras muchas veces, de modo que puedo decir que el Gris me ha prestado importantes servicios... Nunca me fue dado conocer su dueño. Yo sólo sé que aquel animal fue para mí una verdadera providencia en los muchos peligros que encontré”. Hasta aquí las palabras de San Juan Bosco. Este perro se le apareció por espacio de 30 años y nunca lo vio comer, tenía pelo gris y medía un metro de altura con la figura de un lobo... Muchos autores han entendido que se trataría de su ángel custodio, a quien tenía una gran devoción.
San Francisco Javier, para la evangelización de los países del Extremo Oriente, puso su confianza en Jesús, la Virgen y los nueve coros angélicos, especialmente en San Miguel y afirmaba: “No espero poco del arcángel San Miguel a cuyo cuidado he encomendado este gran reino del Japón. Cada día me encomiendo a todos los ángeles custodios de los japoneses”. Del Santo Cura de Ars se cuenta que al divisar por primera vez el pueblo al que iba a ser destinado se arrodilló y se encomendó al ángel custodio de la parroquia.
Otra santa bendecida abundantemente con la visión de su ángel custodio fue la sierva de Dios Sor Mónica de Jesús. Con frecuencia le llevaba la comunión, cuando estaba enferma, y le daba pláticas espirituales. En carta del 8 de Mayo de 1918 a su Director el P. Cantera le decía: “En mi día, muy temprano, vino primero el “hermano mayor” (su ángel) y al poquito rato vino Jesús. ¿Y sabe lo que le hizo el hermano mayor? Siempre, cuando viene Jesús, se postra un poquito retirado, pues en mi día no hizo eso. Me tomó de la mano y me presentó a Jesús. Después vino la Madre de Jesús e hizo lo mismo. Después vino nuestra Madre Santa Mónica y me presentó también... Cuando se fue Jesús y su Madre, se quedó el hermano mayor dándome noticias. Me dijo que se habían confesado cinco almas, que hacía tiempo se lo estaba pidiendo, y que me lo hacía de regalo”.
Y ahora un caso real que nos puede pasar a cualquiera de nosotros. Lo cuenta Giovanni Siena en su libro: “Padre Pío, ésta es la hora de los ángeles. Se trata de Atilio de Sanctis, abogado, hombre ejemplar y buen cristiano, de la provincia de Pésaro en Italia. El 23 de Diciembre de 1949 debía ir de Fano a Bolonia en su Fiat 1100 con su mujer y dos hijos (Guido y Juan Luis) para recoger a su hijo Luciano, que estaba estudiando en el colegio “Pascoli” de Bolonia. Hicieron el viaje sin contratiempos y al regresar ocurrió el suceso. “Eran las dos de la tarde y, después de haber cedido el volante a Guido, quise probar a manejar de nuevo. Noté cierto cansancio y pesadez de cabeza. Quise después de un rato ceder de nuevo el volante a Guido, pero éste estaba durmiendo. Recuerdo que hice poco después alguna que otra reverencia y nada más sé lo que sucedió. A un cierto momento recobré el conocimiento, despertando bruscamente por los rumores ensordecedores del auto, como si hubiese apretado el acelerador, miré adelante y sólo faltaban dos kilómetros para Imola. Fuera de mí por la consternación, pregunté: ¿Quién ha conducido el auto? ¿Qué ha pasado? Ellos me respondieron: ¿A qué viene esa pregunta? Les expliqué lo sucedido. Había recorrido unos 27 kilómetros totalmente dormido y, como prueba, les dije que me sentía bien, libre del peso del sueño. Ellos reconocieron que había estado inmóvil un largo rato y que no había respondido a sus preguntas ni intervenido en la conversación. A veces, dijeron, parecía que el auto iba a chocar con algún otro, pero había girado hábilmente. Había cruzado muchos camiones entre los cuales el conocido comisionista Renzi... Totalmente conmocionado por este suceso, que le podía haber costado la vida a mi familia fui a San Giovanni Rotondo el 20 de Febrero y le conté al P. Pío (ahora San Pío de Pietrelcina) lo que me había pasado y él me contestó, después de haber estado un poco absorto: “Tú dormías, pero tu ángel custodio guiaba el auto”. Después apoyando su mano en mis hombros, añadió: “Sí, tú dormías y tu ángel custodio velaba por ti y guiaba el auto”.
¿De cuántos peligros del alma y del cuerpo nos habrá librado nuestro ángel? ¿Se lo hemos agradecido alguna vez? No olvidemos que así como existen los ángeles existen los demonios, que tratan de destruirnos física y espiritualmente. Por eso es muy importante rezar todos los días la oración de San Miguel, usar el agua bendita, tener imágenes religiosas bendecidas en nuestro hogar y hacer mucha oración. La beata Ana Catalina tenía el gran don de la hierognosis (conocimiento de lo sagrado). Distinguía perfectamente la hostia consagrada de la que no lo estaba, las reliquias auténticas de las que no lo eran, las imágenes benditas de las que no lo estaban. Ella dice: “Es tan grande la virtud de la bendición sacerdotal que penetra y consuela hasta en el purgatorio. Cuando era niña yo percibía como rayos los efectos de la bendición sacerdotal. Veía cómo el sonido de las campanas benditas ahuyentaban a los demonios. Cuando algún sacerdote pasaba cerca de mi casa, corría a su encuentro y le pedía una bendición. Si me encontraba apacentando las vacas, las dejaba al cuidado del ángel de mi guarda y acudía a recibir la bendición”.
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