Y así es: se nos dice que si queremos tener vida después de la muerte…, hemos de amar a quien no vemos. Esto es duro, muy duro si solo nos circunscribimos al plano puramente humano y material, así resulta imposible aceptar lo que se nos propone. Pero es el caso que los seres humanos somos además de materia, espíritu y este espíritu es nuestra alma y no nuestro cuerpo la que se relaciona con el Señor, porque la relación con el Señor que es espíritu puro, nunca es nunca una relación material, no es nuestro cuerpo el que busca al Señor, ni es nuestro cuerpo el que puede ver al Señor, porque materialmente con los ojos de la cara nadie ha visto al Señor ni lo verá jamás. El problema para aquellos que no creen en Dios, es que quieren el imposible de verlo con los ojos de su cara.
Es nuestra alma y solo ella, la que tiene la posibilidad de relacionarse con Dios, porque Él cuando crea un alma y la insufla en la materialidad de un cuerpo, engendrado por sus padres, deja en esa alma una serie de improntas, que la persona llevará siempre impresas en su ser. Se trata de varias clases de instintos como puede ser, el de supervivencia, o el de convivencia en sociedad, pues el hombre es siempre sociable y su instinto le lleva a vivir en sociedad, o bien el instinto de buscar a su Creador, que todo hombre lleva dentro de si. Este último instinto, es el que aquí no interesa.
El hombre puede tener la suerte de haber nacido, abrigado por unos padres que le señalan el camino para encontrar a su Creador, o desgraciadamente de unos padres que no solo no le ayuden sino que le nieguen la existencia de ese Creador. En el primer caso, puede ser que los padres le muestren el camino correcto para llegar a Dios, pero también hay padres que, la mayoría de las veces por seguir la tradición de la familia y pertenecer a una sociedad apartada de la Verdad, se le enseñe la búsqueda del Creador por un camino errado. En todo caso la fuerza de la impronta que Dios pone en las almas les lleva a muchos a buscar el camino de la Verdad, aun habiendo sido educado en otro camino. Y también se da el caso de que habiendo sido educado en el camino de la Verdad, menosprecia este, para abrazar un desenfrenado hedonismo.
Aunque hayamos tenido la suerte de haber sido educados en el camino de la Verdad y lo hayamos aceptado sin buscar atajos u otros caminos equivocados, la idea o noción que vamos teniendo de Dios se va modificando con el tiempo. Por supuesto Dios es inmutable, somos nosotros los que variamos. Inicialmente se tiene una idea muy difusa de quien es Dios, pero si la persona de que se trate, se preocupa un poco de ir desarrollando su vida espiritual, llegará un momento en que no solo sabrá quien es Dios, sino que lo habrá captado perfectamente con los sentidos de su alma, entre ellos los ojos del alma y puede ser que haya entrado a vivir en el fuego de amor del Señor.
Para comprender, porqué la idea o el concepto que tengamos de Dios, así como la intensidad de nuestra relación con Él, variará con el transcurso del tiempo, a pesar de que Dios es inmutable y siempre es el mismo, esto tiene su fundamento en la dicotomía cuerpo alma que tenemos. La vida del hombre es una eterna lucha entre las apetencias del cuerpo o de la carne y los deseos del alma. San Pablo escribía a los romanos diciéndoles: “En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual. Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. Por eso, los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios”. (Rm 8,5-8).
Por otro lado nuestra alma es inmortal, y nuestro cuerpo es mortal. Nosotros tenemos la posibilidad de fortalecer y engrandecer nuestra alma, mediante el desarrollo de nuestra vida espiritual, pero nuestro cuerpo, por mucha gimnasia y deporte que se haya hecho, con el transcurso del tiempo, el cuerpo se va debilitando y derrumbándose. Pero al contrario la vida espiritual del alma se va incrementando, con el paso del tiempo el dominio del alma sobre el cuerpo va siendo cada vez mayor. Esto es lo que ocurre en un orden lógico de personas. Aunque hay personas que con ochenta años aún no son conscientes del derrumbamiento de sul cuerpo. Ellos siguen creyéndose que están en plena adolescencia y tomando pastillas relacionadas con su ya extinta vida sexual, y ellas gastando el dinero en potingues y cirugías estéticas. Pero si se trata de personas normales y con una vida interior más o menos desarrollada, saben si viven en paz y gracia de Dios, que el Señor inhabita n su alma y ellos o ellas son templos vivos del Espíritu Santo.
Los años finales de la vida, para personas normales en su vida interior, suelen ser siempre los más felices, así lo manifiestan muchas personas, que nunca pensaron en profundidad sobre sus últimos años. Lo que ocurre en la generalidad de los casos, es que el alma ve más cerca la realización de sus deseos más íntimos y ve como ha logrado más o menos dominar al cuerpo y sobre todo a las apetencias de este que han sido durante muchos años una valla que le impedía acercarse al Señor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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