viernes, 27 de julio de 2012

HISTORIAS SOBRE MARÍA XXV




En las crónicas de San Francisco se dice que yendo dos religiosos de esta Orden a visitar un Santuario de la Virgen, se les hizo de noche cuando se hallaban en lo intricado de un espeso bosque, por lo cual, confusos y afligidos no sabían que hacer.

Pero caminando un poco más, les pareció que entre la oscuridad divisaban una casa. Llegan a ella, tientan las paredes, buscan la puerta, llaman y oyen que desde dentro se les pregunta ¿quién llama? Respondieron que eran dos pobres religiosos perdidos aquella noche por el bosque, y que pedían un albergue a lo menos para no ser pasto de las fieras.

Y he aquí que luego oyen abrir la puerta, y ven a dos pajes ricamente vestidos que les recibieron con gran cortesía. Los religiosos preguntaron quién habitaba en aquel palacio. Contestaron los pajes que la propietaria era una Señora muy piadosa.

-Desearíamos saludarla – dijeron ellos - y darle las gracias por la caridad de habernos acogido.

-Vamos luego allá – respondieron los pajes – porque la Señora también quiere hablarles.

Suben la escalera, hallan las habitaciones todas iluminadas, adornadas con magnificencia, respirándose en ellas un olor que parecía celestial. Finalmente entran a donde estaba la dueña de la casa, y hallan a una Señora majestuosa y hermosísima, que les acogió con suma benignidad, y luego les preguntó a dónde se dirigían. Respondieron ellos que iban a visitar una Iglesia de la Bienaventurada Virgen.

-Pues siendo así – dijo la Señora – cuando partan quiero darles una carta mía que les será de mucha utilidad.

Y mientras aquella Señora les hablaba, se sentían inflamados en el amor de Dios, y bañados en un gozo inexplicable.

Se fueron después a dormir, si en realidad pudieron conciliar el sueño en medio de tanto gozo, y en la mañana se presentaron otra vez a la Señora para despedirse de ella, darle las gracias y tomar al propio tiempo la carta, que recibieron con gran agradecimiento, y partieron.

Más a poco de haber salido de casa, advirtieron que la carta no tenía sobre escrito, por lo que retroceden, registran, buscan por los alrededores, y ya no encuentran casa alguna.

Finalmente abren la carta y hallan que María Santísima les escribía a ellos mismos y les daba a entender que ella era la Señora que habían visto aquella noche, y que por la devoción que le tenían, les había proveído de casa y hospedaje en aquel bosque, dijo además, que continuaran amándola y sirviéndola, que Ella les recompensaría siempre con sus gracias y les socorrería en la vida y en la muerte. Y al pie de la carta leyeron la firma que decía YO MARÍA VIRGEN.

Aquí hay que considerar, qué acciones de gracias no darían aquellos religiosos a la Divina Madre, y cuanto más vehemente fue su deseo de amarla y servirla por toda la vida.

San Alfonso María de Ligorio – Doctor de la Iglesia

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