jueves, 26 de julio de 2012

DOS METEORITOS EN PLENO SIGLO XXI




El 16 de junio de 2002, hace justamente diez años, Juan Pablo II canonizó al Padre Pío de Pietrelcina, el sacerdote que tuvo los estigmas del Señor en manos, pies y costado durante cincuenta años consecutivos.

Hablar sólo de amistad entre ambos “es muy poco”, como advertía el capuchino Elías Cabodevilla; por eso mismo, desvelamos ahora la comunión espiritual profunda entre dos santos.

Juan Pablo II nació el 18 de mayo de 1920 y el Padre Pío murió el 23 de septiembre de 1968. Compartieron, pues, 48 años de existencia terrenal.

Hace poco más de un año publiqué Padre Pío: los milagros desconocidos del santo de los estigmas (LibrosLibres), el libro que sigue ayudando a conocer a este gran santo en España y que lleva ya camino de siete ediciones.

Juan Pablo II y el Padre Pío se conocieron en abril de 1948.

Recién ordenado sacerdote, mientras estudiaba teología dogmática en el Angelicum de Roma, Carol Wojtyla se desplazó a San Giovanni Rotondo para conocer en persona al capuchino de los estigmas.

El 5 de abril de 2002, 54 años después de aquel primer encuentro, el ya Pontífice redactó su testimonio a petición de los capuchinos de San Giovanni Rotondo con la condición de que, en caso de divulgarse, se hiciese sólo después de su muerte.

TESTIGO DIRECTO

He aquí, completo, el impresionante documento:

“Reverendo Padre Guardián – escribió Juan Pablo II -, el Padre Pío se me grabó profundamente en mi memoria. Recuerdo aquel día del año 1948 cuando, al atardecer de un día de abril, como alumno del Angelicum, fui a San Giovanni Rotondo para ver al Padre Pío y participar en su Misa y, si resultaba posible, confesarme con él. Y justo entonces tuve la suerte de ver en persona al hombre cuya fama de santidad se extendió por todo el mundo. Y en aquel momento pude intercambiar unas palabras con él.

“Al día siguiente pude participar en la Misa, que duró bastante tiempo, y durante la cual se veía en su rostro que sufría mucho. Veía que en sus manos - que celebraron la Eucaristía - los lugares de sus estigmas estaban tapados con una costra negra; con todo, esto se me grabó como algo inolvidable.

“Daba la impresión de que en el altar de San Giovanni Rotondo se cumplía el sacrificio del mismo Cristo, el sacrificio sin sangre, pero al mismo tiempo aquellas heridas en las manos hacían pensar en el sacrificio, en el Crucificado.

“Esto es lo que recuerdo hasta el día de hoy; lo tengo delante de mis ojos. Durante la confesión resultó que el Padre Pío ofrecía un discernimiento claro y sencillo, dirigiéndose al penitente con gran amor. Este primer encuentro con él, vivo y ya estigmatizado en San Giovanni Rotondo, lo considero el más importante; y de modo particular doy gracias por él a la Providencia”.

LA ESPIRITUALIDAD DEL SANTO

Casi cuarenta años después, en mayo de 1987, el Sumo Pontífice visitó la tumba del Padre Pío con motivo del primer centenario de su nacimiento. Ante más de 50.000 personas, Su Santidad proclamó:

“Quiero agradecer con vosotros al Señor por habernos dado al querido Padre Pío, por habérnoslo dado en este siglo tan atormentado”.

No era la primera vez que Carol Wojtyla visitaba San Giovanni Rotondo: además de estar allí en 1948, como hemos visto, regresó en noviembre de 1974, siendo ya cardenal.

El mismo fraile que vaticinó el futuro Papado de Juan Pablo II, fue elevado por éste a los altares el 16 de junio de 2002, en la ceremonia de canonización más multitudinaria en toda la Historia de la Iglesia.

Durante la homilía, Juan Pablo II quintaesenció así la espiritualidad del nuevo santo:

“La imagen evangélica del “yugo” evoca las numerosas pruebas que el humilde capuchino de San Giovanni Rotondo tuvo que afrontar. Hoy contemplamos en él cuán suave es el “yugo” de Cristo y cuán ligera es realmente su carga cuando se lleva con amor fiel. La vida y la misión del Padre Pío testimonian que las dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de santidad, que se abre a perspectivas de un bien mayor que sólo el Señor conoce… ¿No es precisamente el “gloriarse en la cruz” lo que más resplandece en el Padre Pío? ¡Cuán actual es la espiritualidad de la cruz que vivió el humilde capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo necesita redescubrir su valor para abrir el corazón a la esperanza”.

Otro Papa, Benedicto XV, había proclamado ya al Padre Pío como “un hombre extraordinario enviado por Dios para convertir a las almas”.

Incluso el postulador general de los Pasionistas, Padre Besi, admitió que el capuchino de los estigmas “era un privilegiado de Dios, como Gemma Galgani, o todavía más”.

PRODIGIOSA CURACIÓN

Cuarenta años antes de canonizarle, en noviembre de 1962, el entonces vicario capitular de Cracovia en el Concilio Vaticano II, Carol Wojtyla, había recurrido al Padre Pío para curar de un cáncer a una paisana suya, la doctora Wanda Pòltawska.

El futuro Papa envió dos cartas, en latín, al fraile de San Giovanni, acuciado entonces por un problema en la vista que le impedía leer con normalidad; su administrador, Angelo Battisti, le recitó en voz alta ambas epístolas, conservadas hoy en la Casa Alivio del Sufrimiento de San Giovanni Rotondo.

La primera, fechada en Roma el 17 de noviembre de aquel año, dice así:

“Venerable Padre: te ruego hagas una oración por una madre de cuatro hijas, de 40 años, de Cracovia, en Polonia. Durante la última guerra estuvo en un campo de concentración en Alemania; ahora su salud y su vida están en peligro gravísimo debido a un cáncer. Ruegue a fin de que Dios, por intercesión de la Beatísima Virgen, muestre su misericordia con ella y su familia. In Christo obligatissimus, Carolus Wojtyla”.

Tras meditar un rato en silencio, el Padre Pío dijo resuelto a Battisti:

-¡A esto no se puede decir que no!

Finalmente, añadió:

-Angelo, conserva esta carta porque un día puede ser importante.

Tan sólo once días después, el 28 de noviembre, monseñor Wojtyla escribió esta otra misiva al Padre Pío:

“Venerable Padre: la señora médico de Cracovia, en Polonia, madre de cuatro hijas, recuperó instantáneamente la salud el 21 de noviembre, antes de la operación quirúrgica. Deo gratias. A Vd. también, Padre, doy devotamente las más rendidas gracias en su nombre, su marido y toda su familia. In Xto. Carolus Wojtyla”.

Wanda Pòltawska no había oído hablar jamás del Padre Pío hasta el mismo instante de su curación. Siendo incluso octogenaria, su buena salud le permitió desarrollar una importante labor apostólica en Polonia, Italia y Norteamérica. La mujer devolvió así al Señor la enorme gracia recibida, volcando su amor en los más necesitados, como siempre hicieron Juan Pablo II y el Padre Pío, dos grandes meteoritos en pleno siglo XXI.

José María Zavala

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