martes, 17 de julio de 2012

INTENCIONALIDAD DEL ACTO HUMANO



Son varios los factores que por desconocimiento…, apartan al hombre de Dios. Existe un principio básico y este es que el conocimiento genera amor y el amor genera deseos de conocer. En el orden humano, por ejemplo, si una persona desea estudiar un idioma, enseguida nace ella el deseo de conocer el país donde se habla ese idioma. Y en la medida en que se va avanzando más en el conocimiento de este idioma, nace en esta persona, el deseo de conocer, la cultura, la historia o la geografía de este país. Por ello en la medida que conozcamos más a Dios, aumentará siempre en nosotros, si ser conscientes de ello, el deseo de amar más al Señor.

Y uno de los factores principales para tener en cuenta, en el conocimiento de Dios y comprender sus determinaciones, es la intencionalidad. El hombre en sus actuaciones, puede actuar correctamente sin ninguna intención oculta o puede engañar, teniendo una oculta intensión, generalmente es una intención malsana en su conducta, que a simple vista calificada de correcta. Pongamos un ejemplo, una persona está explicando a otra como es la categoría de una finca que posee. La intención correcta, puede ser la de informar a quien le escucha, pero puede haber una intencionalidad torticera, pues está exagerando las cualidades de la finca, porque piensa que tiene ante sí un posible comprador, al que hay que engañarle para vender a un mejor precio. El deseo e engaño o el afán vanidoso del que habla, lo lanza muchas veces a una intencionalidad torticera en lo que dice.

Nosotros carecemos de la posibilidad de leer la mente del que nos habla, pero el Señor, capta inmediatamente la intencionalidad humana sea esta buena o mala, porque también cabe la posibilidad de decir algo con una doble intencionalidad pero de carácter positivo, es bueno porque supone un acto de amor al prójimo. En todo caso, este supuesto es distinto del que conocemos como mentira piadosa. Que aunque se quiera calificar de piadosa, no deja por ello de ser una mentira. Lo decisivo en el acto humano, a los ojos de Dios, no es el acto humano en sí sino la intención que nace de la mente del que lo ejecuta. “Si la intención es recta, el acto es puro. Si la intención va enfilada al centro del yo, automáticamente el acto queda corrompido”, nos dice Larrañaga.

Pero es el caso, de que sin cometer el acto de intencionalidad negativa, sino solo con el deseo de tener intención de cometerlo, el hombre ya ofende al Señor, porque Él lee el pensamiento de la mente humana. Ejemplo de esto lo tenemos en las palabras del Señor, cuando dijo: “Habéis oído que fue dicho: No adulteraras. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adultero con ella en su corazón". (Mt 5, 27-28). Nos dice Santa Catalina de Siena que: “Dios ve primero que nada los deseos de nuestro corazón y solo en segundo lugar ve nuestra obras”. Si nosotros tuvimos tiempo de realizarlas, también las ve. Pero ¿qué pasa con nuestras aspiraciones para la realización de las cuales, no tuvimos tiempo? Si no tuvimos el tiempo no tiene mucha importancia, ¡Dios no tienen tanta necesidad de nosotros ni de nuestras obras!, somos nosotros quienes tenemos necesidad de Él, porque como nos dice San Agustín: “Dios no te pide palabras sino tu corazón”.

La actuación humana cara a la galería como vulgarmente se dice, no es lo propio de un cristiano y en este sentido en San Mateo, podemos leer: “Estar atentos a no hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; de otra manera no tendréis recompensa ante vuestro Padre, que está en los cielos”. (Mt 6,1). A este respecto San Agustín nos dice: “Si tu corazón se pega a la tierra, esto es, si en el obrar te propones como fin de tus actos, el ser visto de los hombres, ¿cómo puede ser puro lo que se contamina con cosas bajas?”.

Escribe el sacerdote francés Adolphe Tanquerey: “La intención es lo principal de nuestros actos, es el ojo que los clarifica y los dirige hacia su fin, el alma que los inspira y les da su valor a los ojos de Dios. “Si tu ojo es sencillo – dice Nuestro Señor - todo tu cuerpo estará iluminado; pero si tu ojo es malicioso todo tu cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!” (Mt 6,22-23). En otras palabras, si tu intención es como el ojo de tu alma, es simple y recta, todo el conjunto de tus acciones será meritorio”.

La intencionalidad, cuaje o no en una realidad, es más importante para el Señor que la propia realidad resultante de nuestros actos, los cuales deben de estar plenos siempre de una pureza de intención, que significa que estos siempre han de encontrarse impregnados del deseo de que aumente la gloria de Dios, sin pensar en nuestro pedestal de vanidad.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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