Ejemplo.
En 1859, un hipnotizador famoso que acababa de recorrer con éxito muchas ciudades de Francia, llegó a T..., con la intención de realizar algunas sesiones públicas.
En 1859, un hipnotizador famoso que acababa de recorrer con éxito muchas ciudades de Francia, llegó a T..., con la intención de realizar algunas sesiones públicas.
Llevaba consigo a una joven sonámbula, con quien lucraba mucho en sus exhibiciones. La primera sesión se realizó en una iglesia antigua y amplia, profanada hacía mucho tiempo. Una inmensa multitud, atraída por el anuncio, concurrió a la sesión; pero sus esperanzas quedaron frustradas, porque ese día el hipnotizador no pudo obtener nada de la pobre sonámbula, y se vio forzado a restituir el dinero de la entrada a los espectadores quejosos. Nuevos carteles anunciaron otra sesión que se realizaría en la prefectura; pero también ese día la decepción fue completa. El hipnotizador, que había debido soportar todos los gastos, partió rápidamente del lugar, dejando a los diarios locales la tarea de polemizar sin fin acerca de las causas del malogro, tales como el excesivo calor, o el brillo excesivo en la iluminación de gas, etc.
En realidad, había pasado lo siguiente: una religiosa tomó conocimiento del proyecto en cuestión, y sabiendo que la Iglesia condena la práctica del hipnotismo, juzgó conveniente combatir las operaciones del hipnotizador en lo que podían tener de diabólico. Se limitó a colgar la medalla de San Benito en la ventana de su celda, recomendando el caso al santo Patriarca. La victoria no podía dejar de darse, y el príncipe de las “potencias del aire”, como dice San Pablo, fue vencido.
Otro Ejemplo.
Un conocido nuestro se encontraba, en 1858, en un distrito del departamento de Vienne. En una reunión de amigos, se habló sobre las mesas giratorias, y varias personas presentes contaron que el año anterior experiencias de ese género habían tenido éxito. Como había participantes incrédulos, combinaron una de aquellas sesiones para el mediodía siguiente. A pesar de los remordimientos de conciencia de algunos, todos se reunieron a la hora señalada, y no sin temeridad pusieron manos a la obra, observando exactamente las condiciones acostumbradas. Después de dos largas horas de tentativas, se desvaneció la última esperanza de lograrlo y los amigos estaban a punto de separarse, buscando encontrar la causa de tan inusual mutismo.
Un conocido nuestro se encontraba, en 1858, en un distrito del departamento de Vienne. En una reunión de amigos, se habló sobre las mesas giratorias, y varias personas presentes contaron que el año anterior experiencias de ese género habían tenido éxito. Como había participantes incrédulos, combinaron una de aquellas sesiones para el mediodía siguiente. A pesar de los remordimientos de conciencia de algunos, todos se reunieron a la hora señalada, y no sin temeridad pusieron manos a la obra, observando exactamente las condiciones acostumbradas. Después de dos largas horas de tentativas, se desvaneció la última esperanza de lograrlo y los amigos estaban a punto de separarse, buscando encontrar la causa de tan inusual mutismo.
La Srta. X..., que había participado de la reunión, comentó entonces que las medallas que algunos llevaban, especialmente la de San Benito, podrían tener relación con el fracaso. Se combinó entonces otra sesión para el día siguiente, a las ocho de la noche. Esta vez la Srta. X... dejó en casa todas sus medallas, pero, así desarmada, no quiso tomar parte en la sesión, manteniéndose apartada en un rincón de la sala.
Al cabo de media hora, como máximo, se hicieron sentir algunos estremecimientos y la mesa comenzó a crujir, lo que hacía prever que pronto se movería por sí misma. Un médico propuso que cuando quisiera hablar, diese con la pata dos golpes para decir “sí”, y uno para decir “no”. No tardó en levantarse por el aire, con gran satisfacción de los asistentes, que comenzaron a interrogarla, al principio sobre temas frívolos, y después respecto a su silencio de la víspera.
Pregunta:
-“¿Por qué no quisiste responder ayer? ¿Sería porque la Srta. X... tenía la medalla de Nuestra Señora?”
Respuesta:
-“No”.
Pregunta:
-“¿Porque llevaba la de San Benito?”.
Respuesta:
-“Sí” (dos golpes bien fuertes).
Pregunta:
-“¿La medalla de la Virgen no podría impedir que vinieras?”
Respuesta:
-“No”.
Es necesario señalar que en efecto casi todos los circunstantes llevaban puestas medallas de la Virgen o escapularios.
Pregunta:
-“¿Por qué no quisiste responder ayer? ¿Sería porque la Srta. X... tenía la medalla de Nuestra Señora?”
Respuesta:
-“No”.
Pregunta:
-“¿Porque llevaba la de San Benito?”.
Respuesta:
-“Sí” (dos golpes bien fuertes).
Pregunta:
-“¿La medalla de la Virgen no podría impedir que vinieras?”
Respuesta:
-“No”.
Es necesario señalar que en efecto casi todos los circunstantes llevaban puestas medallas de la Virgen o escapularios.
Se pasó a otras preguntas:
Pregunta:
-“¿Cómo te llamas?”
La mesa fue parando, como se había convenido, sobre cada una de las letras del alfabeto correspondiente a la palabra que quería expresar, indicando sucesivamente S. A. T. Estas letras despejaron cualquier duda, y todos adivinaron satanás antes de que terminara la palabra. Muchas personas se retiraron de la rueda, llenas de terror; otras, más temerarias, prosiguieron las interrogaciones.
Pregunta:
-“¿Cómo te llamas?”
La mesa fue parando, como se había convenido, sobre cada una de las letras del alfabeto correspondiente a la palabra que quería expresar, indicando sucesivamente S. A. T. Estas letras despejaron cualquier duda, y todos adivinaron satanás antes de que terminara la palabra. Muchas personas se retiraron de la rueda, llenas de terror; otras, más temerarias, prosiguieron las interrogaciones.
Se le dirigieron algunas preguntas religiosas o científicas a la mesa, sobre las que guardó completo silencio; dos veces se apoyó por completo en el suelo con un movimiento espontáneo; después siguió girando.
Alguien preguntó:
-“¿Volverás mañana?”
La mesa respondió afirmativamente, y la misma persona preguntó a qué hora; la mesa dio doce golpes.
Pregunta:
-“¿Al mediodía?”
Respuesta:
-“No”.
Pregunta:
-“¿A media noche?”
Respuesta:
-“Sí”.
-“¿Volverás mañana?”
La mesa respondió afirmativamente, y la misma persona preguntó a qué hora; la mesa dio doce golpes.
Pregunta:
-“¿Al mediodía?”
Respuesta:
-“No”.
Pregunta:
-“¿A media noche?”
Respuesta:
-“Sí”.
Éstas y muchas otras respuestas, que sería demasiado largo transcribir aquí, impresionaron vivamente a los asistentes, quienes desecharon cualquier duda acerca del misterioso agente que se expresa a través de las mesas giratorias. La sesión se había prolongado hasta las once de la noche y todos se retiraron, tomando cada uno la resolución de llevar siempre, de allí en adelante, la medalla de San Benito.
Otro Ejemplo.
En 1840, el Consejo municipal de la ciudad de S..., deseaba ensanchar una vía pública que, por otro lado, ya satisfacía plenamente las necesidades de la circulación, y decidió expropiar gran parte de una iglesia dedicada a la Santísima Virgen, que atraía gran cantidad de peregrinos. Para ello, se comenzó a construir una pared interna de sostén, a lo largo de toda la iglesia. Se sacrificaba así, pues, a una irrelevante cuestión de tránsito, la capilla de Nuestra Señora. La pared ya se elevaba varios metros y la iglesia, ocupada por los trabajadores, estaba repleta de materiales.
En 1840, el Consejo municipal de la ciudad de S..., deseaba ensanchar una vía pública que, por otro lado, ya satisfacía plenamente las necesidades de la circulación, y decidió expropiar gran parte de una iglesia dedicada a la Santísima Virgen, que atraía gran cantidad de peregrinos. Para ello, se comenzó a construir una pared interna de sostén, a lo largo de toda la iglesia. Se sacrificaba así, pues, a una irrelevante cuestión de tránsito, la capilla de Nuestra Señora. La pared ya se elevaba varios metros y la iglesia, ocupada por los trabajadores, estaba repleta de materiales.
Un viajero, que presenciaba la triste profanación, se propuso atar la medalla de San Benito al pie de la estatua de la Virgen, que había sido trasladada provisoriamente a la parte conservada de la iglesia. Pocos días después, el ingeniero a quien se le había ocurrido la desafortunada idea de mutilar la casa de Dios, murió a causa de una súbita enfermedad. Su sucesor, al visitar por primera vez el lugar de las obras, reconoció muy sorprendido que la mutilación, de suyo tan odiosa, era completamente inútil, y por lo tanto mandó a los trabajadores parar inmediatamente la obra. Al día siguiente presentó un informe largo y detallado, y obtuvo permiso del Consejo municipal, ya mejor informado, para demoler la pared casi concluida, y restaurar la iglesia a su primitivo estado.
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