Un día como hoy no debe pasar desapercibido. El 13 de octubre de 1917 el sol bailó ante miles de testigos. Y Portugal se estremeció.
No en vano el 13 de octubre será recordado como el día del milagro del sol. Y así lo sintieron las portadas de periódicos portugueses de la época. Desde un primer momento la gente pedía un milagro para poder creer en las apariciones de Fátima. Y la pequeña Lucia así lo demandaba a la Señora, apenada de que ante mensaje tan grave de conversión solicitado por la misma Madre de Dios, pocos fueran los que creyeran. “Haga un milagro, para que todos crean”. “Sí, lo haré”. Y ese día fue el 13 de octubre. Y entonces bailó el sol, cambiando de colores, para después ante una atemorizadas multitud lanzarse en zigzag en caída libre sobre la tierra. Pero se detuvo, para alivio de todos, y nuevamente zigzagueando recuperó su posición original.
Tanto da cómo ocurrió aquello, en qué consistió el milagro. Lo milagroso no sólo rompe las reglas ordinarias, sino que las descabala. Ningún observatorio astronómico percibió alteración en el sol, ni las órbitas de los planetas se vieron afectadas. Pero una multitud inmensa de personas (de 70.000 a 100.000 según los medios) llegó empapada por la pertinaz lluvia de octubre (cuando en octubre llovía) y en cuestión de minutos el astro sol no sólo jugó con su vista sino que secó casi instantáneamente sus ropas. Espectáculo sorprendente debió ser. Hasta los masones que lo presenciaron no pudieron dejar de admirarse. Luego llegaría aquella psicología barata a la que se acude para explicar lo inexplicable: delirio colectivo. Tanto da. El milagro se hizo para fortalecer la fe. Y lo consiguió. Luego fue el boca a boca, la prensa, las tertulias de café. Y los testigos que no olvidarían nunca lo que vieron.
Pero hoy en Fátima luce el mismo sol que en Vila Nova do Ourem. Nada queda de aquello. El 13 de octubre sólo queda en nuestra memoria como recuerdo de una confirmación, de un asombroso epílogo para unas apariciones inigualables. Por eso hay ciertas cosas que desconciertan, más aún, que no parecen encajar.
Vayamos al año 1978. Un cardenal llamado Albino Luciani escribirá un artículo en el que glosará uno de sus encuentros con la vidente carmelita. Sor Lucia tiene prohibido publicar, hacer declaraciones, recibir visitas sin permiso. Pero los obispos y cardenales están exentos de esa prohibición y Luciani fruto de esa prerrogativa ha visitado a la vidente varias veces. Poco después de ser nombrado Papa corre el rumor de que la vidente le confirmó en una de aquellas visitas que saldría él elegido Papa. Su circulo familiar ha sido el culpable de expandir el rumor, pues no olvidarán cómo regresó tras una de aquellas visitas. Su silencio, su “no os puedo decir lo que me ha contado sor Lucia”, su “no me preguntéis sobre ello”, su gravedad, preocupación y silencio. Por ello, años después de todo aquello, sorprende el contenido de ese artículo en el que relata y glosa su último encuentro con sor Lucia.
“De las apariciones, sor Lucia no me ha hablado. Yo solo le he preguntado algunas cosas sobre la famosa danza del sol. Ella no la presenció. Setenta mil personas, durante diez minutos seguidos, el 13 de octubre de 1917, vieron como el sol cobraba distintos colores, rotaba sobre si mismo 3 veces y descendía velocísimamente sobre la tierra. Lucia, junto sus dos compañeros, veía al mismo tiempo el sol detenido, a la Sagrada Familia y luego, en cuadros sucesivos, a la Virgen Dolorosa y Virgen del Carmen”.
Nada extraño, todo familiarmente narrado, al estilo literario del que gustaba Luciani. La misma naturalidad del encuentro, de los datos, de lo sucedido. Como si tal cosa. La naturalidad de la fe de la que darían cuenta sus cartas publicadas bajo el título de Ilustrísimos señores. Pero algo no cuadra.
Luciani ha tenido conversaciones previas con la vidente. El contenido de aquellas conversaciones se desconoce. Pero es hecho constatado que Luciani ha venido de uno de aquellos encuentros profundamente afectado. Y en su última conversación ¿hablan sobre el milagro del sol? Bien, asumamos esa conversación como real. Si Luciani está interesado sobre ese concreto milagro él mismo reconocerá que no es sor Lucia el mejor testigo al que acudir. Sor Lucia no vio el milagro del sol. Ni ella ni sus primos. Nada podría decirle. Pero para Luciani hay algo más, algo que trae causa en el milagro, pero que le sobrepasa.
Para Luciani el milagro del sol era un signo, un símbolo de algo más profundo. Y por ello, seguía diciendo Luciani en aquel escrito de 1978: “creo que es lícito referirse (con fe humana) al signo del 13 de octubre de 1917 testificado hasta por los incrédulos y los anticlericales”. Llamará al milagro signo, señal, porque para él “tras el signo, es oportuno tener en cuenta las cosas subrayadas por este signo”.
“Mirad al sol”, gritó Lucia. Y el gritar y asombrarse de la gente fue todo uno. Porque aquel extraño milagro de entrada dejó secas, en cuestión de minutos, las empapadas ropas de una asustada multitud que creyó caer muerta ante tal hecho. Pero Lucia no quería que miraran un sol danzando, cosa que por otro lado ella no veía, sino a un discurrir de visiones.
“Aparecieron, al lado del sol, San José con el Niño Jesús y Nuestra Señora del Rosario. Era la Sagrada Familia. La Virgen estaba vestida de blanco, con un manto azul. San José también estaba vestido de blanco y el Niño Jesús de rojo claro. San José bendijo a la multitud, haciendo tres veces la señal de la Cruz. El Niño Jesús hizo lo mismo. Siguió la visión de Nuestra Señora de los Dolores y de Nuestro Señor agobiado de dolor en el camino del Calvario. Nuestro Señor hizo la señal de la Cruz para bendecir al pueblo. Nuestra Señora no tenía espada en el pecho. Lucía veía solamente la parte superior del cuerpo de Nuestro Señor. Finalmente apareció, en una visión gloriosa, Nuestra Señora del Carmen, coronada Reina del cielo y de la tierra, con el Niño Jesús en los brazos”.
Luciani en aquel encuentro indagará con la vidente especialmente sobre las visiones y su significado, pero todo ello envuelto en un discurrir milagroso del sol que ocurre paralelamente, de modo que el signo del milagro, debe ser explicado a la luz de las visiones. En este sentido se ha querido ver en las visiones una confirmación: el 13 de octubre la Señora se presenta, dice finalmente su nombre: “Soy la Virgen del Rosario”, por lo que esas visiones descritas no hacen sino confirmar tal afirmación, pues ¿acaso no se asiste a un transcurrir de misterios del Rosario? Pero para Albino Luciani había algo más, un significado más profundo. Para Luciani el milagro del sol de Fátima alertaba contra la apostasía silenciosa, y recordaba cómo la oposición al rosario dentro de la misma Iglesia era símbolo de pérdida de fe de quienes debían conservarla y enseñarla a los otros. Más aún, el milagro del sol también alertaba de esa iglesia en autodemolición que parecía querer destruir la fe del pueblo, la fe de la misma Iglesia.
Pero, sinceramente, ¿qué relación puede tener las visiones descritas por Lucia y las visiones percibidas por miles de testigos con la interpretación de Luciani? Aparentemente ninguna, y eso es lo que no encaja.
Decíamos al principio que el 13 de octubre de 1917 ha pasada al recuerdo de los creyentes como el día del milagro. Simplemente. Pero resulta que para un cardenal, un cardenal que durará 33 días en el trono de Pedro, es el 13 de octubre un día fundamental para entender el mensaje de Fátima. ¿Por qué?
La persecución oficial a los pastorcitos tuvo causa primera en unos secretos recibidos el 13 de julio. Días después los masones dan inicio a una serie de actuaciones tendentes a conocer el contenido de ese secreto y, cómo no lo consiguen, a desacreditar las apariciones. Pero el móvil de todo ello son unos secretos que se les escapan de las manos. Y no sólo a ellos, la misma persecución sufrirá sor Lucia en la Iglesia, años después, a causa de aquel contenido misterioso. El mismo Juan Pablo II deberá sufrir las burlas y desprecio de muchos por su amor a Fátima y su deseo de hacer de Fátima centro de su Pontificado. Pero hete aquí que el cardenal Luciani pasa de puntillas por sobre el secreto, en aquellos años todavía no revelado, y se centra en la curiosidad del milagro, olvidando el 13 de julio y las persecuciones, para centrarse en la danza del sol. Es más, para deducir de ahí que todo ello no es más que el signo de algo como la apostasía y la autodemolición. Algo parece no encajar. Parece faltar alguna pieza, hasta el punto de que o bien Luciani guardaba un as en la manga - sabía más de lo que decía y conocía más de lo que callaba - o bien el 13 de octubre exige una profundización.
En cierto modo la primera opción es más atractiva, periodísticamente hablando. De modo que vendría a confirmar que Luciani había recibido de labios de sor Lucia información relevante, personal en cuanto a su futuro como Papa, y sobre el destino futuro de la Iglesia. Cierto que esta opción no es descartable. Y el mismo Bertone, tratando de negarlo, casi la confirma en su entrevista con De Carli. Pero, en mi opinión, la segundo opción es la relevante: el 13 de octubre encierra un significado que ha pasado desapercibido y que Lucinani vio con meridiana claridad.
Hagamos un juego, un simple paralelismo entre lo que vieron los niños y lo que vieron los peregrinos aquel 13 de octubre.
Lucia y sus primos ven en el centro del sol la primera imagen, la Sagrada Familia, y grita aquel mirad el sol, entendiendo que aquello lo pueden ver todos. Pero no, cuando la multitud mira al cielo, el sol emerge de entre las nubes con una intensísima luz que sin cegar empieza a bailar ante sus ojos, cambiando de tonalidades. La gente exulta, goza admirada. Son sentimientos afines a la imagen del Rosario que ven los niños: los misterios gozosos contemplados en la Sagrada Familia.
Posteriormente el gozo del Rosario da paso al dolor, a esos misterios de dolor, la Dolorosa, Cristo camino del Calvario, y paralelamente la multitud grita atemorizada con un sol que ha dejado de jugar, de danzar, y que ahora zigzagueando, parece precipitarse contra la tierra. El miedo fue evidente. Los gritos de terror lo recogerán los periódicos de la época dando más dramatismo a un relato que sorprendió a todo Portugal.
Y finalmente, tras el dolor la gloria. Representado por la vuelta del sol a su posición original, para alivio de las multitudes en paralelo a la visión contemplada por los niños del triunfo de María, coronada como Reina de Cielo y tierra. Por otro lado, curiosa metáfora visual que recordará a esa promesa de María el 13 de julio anterior.
Pero Luciani ve clara la relación más allá del paralelismo. Percibe todo ello como signo, como signo en paralelo, como discurrir de actos que teniendo en Cristo y su vida el modelo, será extrapolable a la Iglesia y su acontecer. Porque, ¿acaso las visiones, mientras la multitud contemplaba el milagro, no son una sorprendente metáfora de los tiempos?
El gozo de la presencia de Dios en el mundo, la Sagrada Familia, deviene en paralelo con la danza del sol, gozosa, exultante. Pero la ausencia de Dios, el pecado del mundo, el desprecio de Dios, el odio a Dios - ¿no está acaso representado por una Dolorosa y un Cristo camino del Calvario? - parece venir ejemplificado con un sol en caída libre a la tierra que parece destrozar todo y aniquilar todo. Y de nuevo la visión, ante el sufrimiento de una multitud aterrada viendo el sol despeñarse, un Cristo sufriente, invisible a sus ojos, les bendice. Como desconcertante imagen de los tiempos futuros que verán la crueldad y el dolor de los hombres como nunca antes - el holocausto nazi, la barbarie de las guerras, el comunismo - ante un silencio de Dios que calla y permite.
El 13 de octubre, bajo este prisma, se descubre resumen del mensaje moral de Fátima: porque es el Rosario el única arma dada al mundo para evitar su ruina. Pero al mismo tiempo como lectura nítida de lo que pasa y de cuanto pasará: porque ese astro cayendo era para el mismo Luciani signo de una Iglesia en autodemolición, signo de una apostasía de consecuencias incalculables, porque la cuando la fe desaparece sólo cabe la destrucción de todo.
Y cuando todo parece perdido, cuando sólo queda esperar el final con un sol aniquilador, de nuevo resonará la promesa de María ahora representada por la Virgen del Carmen coronada y triunfante. El sol detendrá su destructor avance ante una Virgen del Carmen, coronada Reina.
César Uribarri
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