Déjenme que les cuente, brevemente y con pinceladas, la historia de Max Jacob, el converso amigo de Picasso, un poeta bohemio en el París de los primeros años del siglo XX.
Max era… “un artista incomprendido, quizá incluso por sí mismo, amigo de tertulias y cafés. Un dandy estrafalario de simpatía irresistible, ingenioso y festivo, locuaz y gesticulante, incapaz de tomarse nada en serio. Lo suyo era la confusión, la burla, mostrarse ante todos apayasado y excéntrico como para ocultar una personalidad de cuya inexistencia presumía (...) Junto a Picasso y Apollinaire, los pintores Braque y Matisse y otros, Max era el centro de una banda de juerguistas noctámbulos de Montmatre. No se distinguían por su moralidad ni por sus creencias religiosas…” (1)
En 1909 su vida era un “brillante” fracaso; los editores le recomendaban que pintase, las salas de exposiciones que se dedicase a la poesía. Sin embargo, el 7 de octubre de ese año… algo ocurre, o mejor sería decir Alguien concurre en su vida. Cristo se aparece al pobre Max.
Y tras ello: “En un instante tuve la noción de que siempre había sido sólo un animal y que ahora me convertía en un hombre. Un hombre libre.”. “Sentía una nueva serenidad cada vez mayor y una tranquila alegría (…) una certidumbre absoluta, sin el menor resquicio para dudar”.
Al día siguiente se apresura a ir a la iglesia más próxima para saber cómo puede obtener el bautismo, pero en San Juan Evangelista se olvidan de Max, no le toman en serio (“con gente como esta siempre hay que pensar lo peor…”)
Él cree en Dios pero los demás, ni los curas, ni los amigos (“…son las cosas de Max…”), no creen en él. Su vida no es mucho más ordenada que antes, toma éter, bebe, continúa siendo el Max divertido y patético, lee el horóscopo a la gente para ganar algún dinero... Y por la noche sube a la adoración nocturna del Sacré-Coeur: Si conoces mi vida, su negrura, si conoces mis culpas, yo, tan débil ¿Qué puede haber en mi que te interese?
Escribe en una de sus cartas: “el Padre Ferrand me habla de las virtudes cristianas y le escucho con lágrimas en los ojos; pero por la noche vuelvo a caer en los mayores horrores…, porque no se vivir sin algunos de mis amigos, y ellos no saben vivir sin horrores”.
Dice de sí mismo que es “muy mal aprendiz de cristiano” e ingenuamente se pregunta inquieto “¿será posible ser católico y cubista?”.
Max tenía lo principal: el deseo por Dios y por ello empezó por el principio.
Hace tiempo aprendí algo que creo esencial: lo importante cuando uno se empieza a interesar por el cristianismo no es cambiar de conducta, sino precisamente eso, interesarse. Enterarse de qué es de verdad ser cristiano.
Dicho de otra forma, a Dios parece que le agrada más que te empieces a interesar por Él, a que “arregles” asuntos de tu conducta. Especialmente al principio, si pudiera hablarse así...
Treinta años más tarde, Max Jacob, justo antes de morir en un campo de concentración atendido sólo por un médico judío le pide a éste morir católicamente. Y la razón que le da no puede ser más enternecedoramente convincente: “Compréndalo, he dado mi vida… a esta pasión”
Porthos
(1) Fragmento extraído del libro “Siete escritores conversos”, de Carlos Pujol. Colección Astor. Ediciones Palabra, 1994.
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