Salvarse es un vocablo con dos vertientes una humana y otra sobrenatural.
Una cosa es salvarse en esta vida, de lo que nos atosiga, es decir, librarse del sufrimiento, librarse de las enfermedades, librarse de la voracidad fiscal del Gobierno, o de otros males materiales, que continuamente nos están acechando, y otra distinta es salvarse en el orden sobrenatural, para alcanzar la vida eterna.
Salvarse en el plano humano, significa pues, el ir suprimiendo o disminuyendo las fuentes del sufrimiento material mediante ejercicios y prácticas, para trasponer las fronteras del dolor y de la angustia, buscar remedios terrenales. Pero esto nada tiene que ver con el objeto de esta glosa. Porque una cosa es salvarse en esta vida, es decir, librarse del sufrimiento que nos proporciona la vida, y otra distinta es salvarse para la vida eterna. Aunque correctamente más tendríamos que emplear el vocablo librarse, que el de salvarse. Uno se libra en la vida material y se salva en la espiritual.
Lo que nos interesa es la salvación en el plano sobrenatural, donde efectivamente quien cumple los mandatos del Señor se salva y esto es así, porqué cumplir los mandamientos del Señor, es amarle a Él, y el que le ama, se salva. Y esto lo pone de manifiesto el Señor, según se recoge en el Evangelio de San Juan: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Es decir, para San Juan, guardar la palabra de Dios y permanecer en ella, es ser introducido ya en el movimiento trinitario de amor que une al Padre al Hijo y al Espíritu Santo. Y esta introducción, desde luego significa la salvación de todo aquel que por razón de amor sea aceptado por el Señor. Y el Señor no deja de lado a nadie que le ame. Siempre está suspirando por nuestro amor.
Pero en esto de la salvación, en esto de salvarse, hay que ver que existen muchas categorías o grados de salvación, porque son muchas las categorías humanas de amor que se pueden tener, en relación al amor que se le tenga al Señor. Por ello digamos que el cumplimiento de los mandamientos del Señor, es una primera condición, “sine qua non” es posible acceder al cielo. Es una condición de mínimos, pero a partir de este mínimo, es mucho y muy grande el camino que se puede recorrer. Ni existe límite alguno, en el empeño que queramos tener en amar al Señor, pues Él es un Ser ilimitado en todo, y nunca podremos nosotros, que somos seres limitados, amar ilimitadamente, con es el amor de carácter Trinitario. Todo el tema gira en torno al amor. Estamos aquí abajo para superar una prueba de amor al Señor y desde luego que para dar el primer paso a fin de poder superar esta prueba hay que comenzar por guardar los mandatos del Señor. A partir de aquí podremos avanzar, y siempre tratar de avanzar, porque nunca olvidemos que en el desarrollo de la vida espiritual, pararse es retroceder. San Francisco de Sales, escribía: “Permanecer en un mismo estado durante mucho tiempo es imposible; el que no gana en este negocio pierde; el que por esta escalera no sube baja; el que no vence en el combate vencido queda”.
A nosotros nos conviene ser ambiciosos, soñar e intentar un máximo, para que así al menos consigamos un mínimo que nos salve, pero sí de entrada somos tacaños y nos limitamos solo a dar lo que consideramos un mínimo, estrictamente indispensable para pasar la prueba, estemos seguros que nunca la superaremos, porque en la vida el que camina bordeando algo termina por traspasar el borde. Tenemos que entregarnos generosamente, entre otras razones porque no olvidemos que la naturaleza de la prueba es el amor, y el que pone límites a su amor, decididamente es incapaz de amar debidamente, porque el amor es siempre una entrega absoluta sin límite alguno.
Limitarse a cumplir estrictamente los mandamientos, sería como caminar, por el borde de la frontera o línea entre la salvación y la condenación. Y si al final, el saldo que se le ofreciese al Señor, fuese solo el de haber cumplido sus mandamientos, poco méritos se podrían presentarse, si tenemos en cuenta lo mucho que podemos hacer en relación con lo poco que hacemos. En materia espiritual, es peligroso, caminar por el borde, ya que todo ser humano, tiene continuamente a su lado la tentación, personificada por el maligno, que siempre está pendiente de aprovechar la más mínima oportunidad, para darnos un empujón que nos obligue a traspasar ese borde. Tal como dicen los matadores y novilleros, toreando es peligroso, dejarse uno que se le acerque tanto, los pitones del toro. El que juega con fuego termina quemándose. En la vida es siempre prudente, en todos los asuntos que nos conciernen, tomarse en todo un margen de seguridad, y no digo ya nada en relación al principal asunto, que es en el que más nos jugamos: ¡La salvación eterna!
El Señor nos ha señalado unas normas de mínimos, pero no nos ha puesto coto alguno a los máximos que queramos realizar. En términos estudiantiles, una cosa es aprobar por los pelos y otra aspirar a nota. Pero inclusive, para poder salvarse, por los pelos, limitándose al cumplimiento de los mandamientos del Señor, necesitamos que Él nos ayude con sus divinas gracias. Por eso dejó dicho: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios. Los que lo oyeron, dijeron: ¿Y quién se podrá salvar? Respondió: Lo imposible para los hombres, es posible para Dios”. (Lc 18,25-27). No es posible salvarse uno solo con sus propias fuerzas, es necesario contar con Dios para el cual todo le es posible. Salvarse quiere decir, liberarse del mal, y ello es imposible de lograrlo sin contar con la gracia divina.
"Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan”. (Jn 15,5-6). El secreto del cristiano para su salvación radica, en que cuanto menos confíe en sus propias fuerzas para salvarse, tanto más tendrá a su disposición la ayuda y la gracia de Dios, sin la cual la salvación es imposible.
Sin la gracia preveniente de Dios no podemos hacer absolutamente nada en el orden sobrenatural, y en este sentido puede decirse que todo el proceso de nuestra santificación se reduce, por nuestra parte, a la oración y a la humildad; la oración para pedir a Dios esas gracias prevenientes eficaces, y la humildad, para atraerlas de hecho sobre nosotros. En definitiva salvarse no es una cosa complicada ni difícil, todo lo que nos pide el Señor, es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestra propia fuerza y nuestros necios planes por humildad y abandono; Y Él hará el resto.
Pero para que Él haga el resto, no hay que no olvidar, que no hay posibilidad de salvación sin la cooperación de nuestra parte, sin ella no es posible la salvación. La santidad no se realiza sin nuestra cooperación, pero no por ello es obra nuestra la salvación. La salvación es una respuesta del Señor, a nuestra fe y a nuestra oración pues en el mundo de Dios, como decía Santa Teresa de Lisieux “todo es gracia”. La salvación es gratuita, pero no arbitraria, pues “Dios no siembra su gracia a todos los vientos”, no reparte la salvación como si estuviésemos en una tómbola. Espera nuestra colaboración, y la única forma de colaborar con la gracia es creer en ella y pedirla. La gratuidad de la salvación de nuestras almas, consiste, en que nosotros, no podemos hacer nada por merecer directamente la salvación, pero sí podemos hacer algo, aunque muy poco, por tratar de obtener y por merecer el don gratuito de la salvación que Dios nos ha regalado, con el misterio de la Redención.
Dios hace todo lo posible porque nos salvemos, y realmente nos lo pone tan fácil, que es de pensar que para salvarse solo basta la voluntad de uno en querer salvarse. Porque la mayor parte del trabajo lo hace Él, por medio de la gracia divina. Y Dios actúa así porque, Él está más interesado en que nos salvemos, que nosotros mismos y esto aunque parezca absurdo, sin embargo así es. Y está más interesado que nosotros mismos, porque es totalmente consciente de lo que nos jugamos; al contrario de nosotros, que somos una panda de inconscientes, indocumentados y soberbios ignorantes, que salvo algunas escasas hormigas, los demás somos todos, las cigarras de la fábula.
Pero aunque Dios es el que todo lo hace, también es cierto que desea que el hombre coopere aunque sea pobremente en sus obras, pues lo que puede hacer el hombre es ridículo, en relación a la omnipotencia divina. En este sentido tenemos el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Dios siempre desea que pongamos algo de nuestra parte. Por ello estamos obligados a la cooperación, como lo estuvieron los apóstoles, poniendo cinco panes y cinco peces (Mt 14,13-21). La salvación está ligada al amor que demostremos al Señor cumpliendo sus mandatos. Pero es el caso, de que solos nada podemos hacer porque hasta para poder cumplir sus mandatos, necesitamos de su gracia. La guarda de los mandamientos, es el primer paso en el camino del amor al Señor, camino este que nos llevará a la santificación.
Si aceptamos todo lo dicho anteriormente, y nos esforzamos en cumplir los mandamientos del Señor, hasta en sus más mínimo detalle; tendremos en desarrollo una vida espiritual que estará alimentando el crecimiento de nuestra alma, para que alcance su madurez espiritual, y todo ello sin olvidarnos de que los alimentos espirituales de nuestra alma, siempre tenemos que tomarlos en el plato de la perseverancia.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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