lunes, 9 de mayo de 2011

RAZONES PARA NO COMULGAR EN MISA



Ayer fue el típico día en que llegué un poco justo a misa con mi familia, por lo que me vi abocado estar al fondo de una abarrotada parroquia madrileña.

En vez de ver los toros desde la barrera, me tocó ponerme al final de la plaza, desde donde uno se distrae con el correr de los niños, el trasiego constante de gente, y la propia incomodidad de estar de pie sin apenas poder ver nada.

Llegada la comunión algunos de los que pacientemente habían escuchado la misa hicieron mutis por el foro, y otros se quedaron en sus bancos viéndolas pasar.

Todo esto me dejó pensativo, preguntándome si acaso servía de algo ir a misa para acabar sin comulgar.

Lo primero que pensé es que hay una virtud de fidelidad en quienes por el motivo que sea no pueden acercarse a la comunión, pero aun así cumplen el precepto dominical.

Por supuesto siempre se nos ha enseñado que también se puede hacer una comunión espiritual, y desde luego no creo que nadie esté en condiciones de ponerse a llevar una contabilidad sobre la vida personal de cada cual y los motivos por los cuales no se acerca a recibir la comunión. Quizás por eso los ortodoxos tienen una práctica de lo más curiosa, que consiste en repartir formas no consagradas para quienes por motivos como la falta de ayuno eucarístico no se pueden acercar a recibir el sacramento.

Pero el tema que me surgía no era simplemente el de quienes por motivo de situaciones más temporales o más permanentes no se acercan al Eucaristía.

Pensaba más bien en lo extraño que resulta que gente visiblemente aburrida y con prisa acuda con asiduidad a un banquete - litúrgico eso sí - del que nunca participan, para irse antes de que acabe. Quizás se van a casa con el precepto cumplido, pero me pregunto hasta cuándo van a seguir aguantando por aguantar, sin buscar más y sin que en la iglesia se les ofrezca nada que les pueda reavivar en su fe.

Viendo las cosas desde el final de la iglesia uno no puede evitar pensar que a lo mejor nos hemos centrado tanto en una pastoral sacramental, que no sabemos cómo ni dónde encajar a las personas que visiblemente necesitan de una clave para poder entender lo que en el sacramento se vive.

Uno no puede evitar tener una gran sensación de deriva eclesial cuando se sitúa al final de la nave y ve cómo mucha gente parece no entender, no participar, no comulgar en un sentido amplio con lo que se está celebrando.

Y así llega la Comunión, la clave misma - Jesucristo entregado por nosotros hecho viático para este mundo y para nuestro camino - y se deja pasar de largo sin apenas percibir nada de lo que realmente está pasando en ese momento.

Según sensibilidades, algunos dirán que habría que hacer la Misa más accesible, con mejores homilías, con una música mejor y más ungida. Otros insistirán en el Misterio que se celebra, así como en sus formas y liturgias.

No les falta razón, pues muchas veces nuestras eucaristías cojean de muchas patas en aspectos que se podrían mejorar.

Pero en ambos casos me da la sensación de que se olvidan de esa gente que está casi a la puerta de la iglesia, con un pie dentro y un pie fuera, contentándose con hacer funcionar la Misa antes que hacerlos funcionar a ellos.

Estoy convencido que ni la mejor de las misas, con toda la perfección que en la parte humana pudiéramos poner - la divina la tiene, plenamente, siempre - serviría de gran cosa a quien no hubiera descubierto previamente la razón primera por la que participar de ella.

Esa razón, clave y fundamento por supuesto se resume en el kerigma, la experiencia primera de conversión, y sin ella todo catecumenado y práctica sacramental corre el riesgo de ser completamente ininteligible a quienes lo practican.

Que me perdonen si parece que no me basta con el valor objetivo de la Misa, pues creo que ésta también necesita de la dimensión subjetiva de aquellos que participan en ella, por aquello de "completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, a favor de su Cuerpo que es la Iglesia". (Col 1, 24)

La Eucaristía, léase la redención de Cristo, necesita de nosotros, de nuestra participación, de la entrega de nuestros pecados como materia prima que transformar (¡felix culpa!) y sin ella una eucaristía siempre estará incompleta, como lo está la redención de Cristo hasta que no la completamos aceptándola y dejándonos salvar por Él.

Por eso creo que nos jugamos el ser o no ser en cada eucaristía, y que a lo mejor el problema no es que la gente comulgue o no, ni sus razones para no comulgar en Misa, sino de qué manera se hace, pues en nuestra iglesia actual me da la sensación de que tenemos un poco devaluado el sacramento, tanto por parte de quienes lo recibimos, como por parte de quienes no lo reciben…

José Alberto Barrera

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