lunes, 16 de mayo de 2011

LA USURA, ¿SIGUE SIENDO INMORAL EL PRESTAMO CON INTERESES? (II)



(Ver primera parte en este mismo blog el 8 de mayo 2011)

¿Qué es la usura? Sin duda una inmoralidad y en ocasiones también puede suponer un delito, por lo que prefiero dejar su definición a moralistas y a juristas. Lo que sí puedo decir es que, en contra del drama intelectual que durante siglos ha confundido la usura con el interés, la usura no es todo interés que libremente se pacta en los préstamos, porque el interés, como categoría económica, ni es un delito ni es una inmoralidad. Es uno de los elementos que forman parte de las leyes naturales inscritas en la acción humana, e imprescindible para buena parte de los cálculos económicos.

El interés se puede definir como el precio de los fondos prestables, es decir, por cuánto dinero están dispuestos los ahorradores a ceder, durante un cierto tiempo, su capacidad actual de compra. O, lo que es lo mismo, el interés es lo que pagan los deudores por adelantar su poder de compra por un cierto tiempo. Por ser un precio, el interés que cargan los prestamistas en sus préstamos es tan moral o inmoral como el precio que piden los panaderos por el pan que producen.

El interés, además, ofrece una información imprescindible para coordinar como Dios manda el proceso productivo de cualquier sociedad (por compleja y sofisticada que sea) En la maravilla de la creación, y la delicadeza y precisión con la que Dios estableció las interdependencias sociales, ha quedado inscrito en el corazón del hombre un mecanismo que de forma natural da las señales necesarias para reorientar los procesos productivos según las necesidades y preferencia de miles de millones de personas, sin necesidad de ninguna planificación centralizada por parte de unos poderes públicos que se arroguen la potestad de ser omniscientes.

Si los tipos de interés suben quiere decir que escasean los fondos prestables. Hay pocos ahorradores con capacidad o ganas de ceder su capacidad de compra presente. La gente prefiere o necesita consumir más que ahorrar. Tipos de interés elevados orientan a los productores hacia procesos productivos más cercanos al consumo final, donde las cargas de intereses son menores, y hace que no resulten atractivos procesos productivos dilatados en el tiempo donde las cargas por intereses harían que muchos de ellos fueran ruinosos. Pero una sociedad también necesita procesos productivos dilatados en el tiempo, necesita acumular bienes de capital. Ningún problema, tipos de intereses elevados irán animando a más individuos a ahorrar, a ceder parte de su consumo presente para actividades de producción más alejadas del consumo final, y conseguir la acumulación de capital.

Si los tipos de interés bajan indica que hay mucho ahorro disponible. La gente prefiere ahorrar y consume menos. Entonces, no resulta tan oneroso financiarse a largo plazo, lo que anima a los productores a emprender la producción de bienes de capital, de investigación, de formación, que ofrezcan bienes de consumo en periodos más dilatados en el tiempo, pero que aumenten la productividad del trabajo. También anima a los consumidores a endeudarse para adquirir bienes de consumo con procesos de producción prolongado, como la vivienda. Sin embargo, los tipos bajos desincentivarán el ahorro y la gente optarán por consumir más. Los ajustes, correcciones, nuevas iniciativas y descubrimientos continuarán y, de forma natural, las sociedades irán avanzando por una senda de prueba y error que les permita ir prosperando como condición necesaria para la defensa del bien común.

La condena de todo tipo de interés es, por tanto, la condena misma a una de las leyes naturales de la acción humana. Sin embargo, tampoco se puede responsabilizar solo al Magisterio de la Iglesia por tal condena. Los economistas no le han prestado un gran servicio. La naturaleza de los tipos de interés y el modo en que se forman puede que sea una de las partes más difíciles y desconocidas de la teoría económica, empezando por los mismos responsables de la política monetaria, y así nos va.

Ya el padre Martín de Azpilcueta (1492-1586), el doctor navarrus, uno de los miembros más prominentes de la llamada Escuela de Salamanca, entendió lo que luego se llamó la ley de la preferencia temporal, por la que un individuo prefiere recibir un bien en el presente a recibirlo en el futuro. El interés, entonces, representa un pago por el tiempo que un individuo es privado de ese bien. ¡Ya estaban sentadas las bases para desarrollar una teoría sólida sobre el interés! Sin embargo, para otros escolásticos la usura seguía siendo el precio cobrado en cualquier préstamo, ya que entendían que el dinero no era productivo y, de acuerdo con esta visión, todo prestamista era usurero…, probablemente la mayor metedura de pata de la prestigiosísima Escuela de Salamanca, que en otros muchos aspectos estuvo adelantada a su tiempo.

Hubo que esperar a que economistas como Knut Wicksell (1851-1926) o Eugen von Böhm-Bawerk (1851-1914) desarrollaran teorías completas y solventes sobre el interés que nos permitieran entender su función social. No ha habido, por tanto, malicia en la condena de todo tipo de interés como práctica usuraria, casi ni "negligencia culpable". Sencillamente el padre Azpilcueta no estuvo ni siquiera apoyado por los suyos, y Wicksell y Böhm-Bawerk no habían nacido. Pero hoy no solo han nacido, sino que ya han muerto y su obra ha sido profusamente estudiada (aunque quizás no tanto como se debiera)

Ha llegado, por tanto, el momento de presentar desde la Doctrina Social de la Iglesia una teoría completa y sólida sobre el tipo de interés, que no solo busque corregir un error intelectual del pasado, sino, fundamentalmente, que ayude al Magisterio a dar orientaciones morales sobre las actuaciones artificiales y arbitrarias de los poderes públicos en relación con los tipos de interés, y sus intentos de planificación centralizada de la economía.

Apolinar

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