En el último Boletín “Ecos de Medjugorje”, Stefanía Consoli comenta: Llegamos al 30º aniversario de las apariciones de la Virgen María en Medjugorje. Casi no debiéramos añadir palabra alguna. La gracia que lo mueve todo es realmente increíble y nos deja boquiabiertos… ¡Un evento único en la historia de la humanidad! Precisamente nuestra generación ha tenido el privilegio de acoger a la Madre de Dios por tan largo tiempo y tan lleno de mensajes que traen siempre la verdad del Cielo.
Ríos de gente llegan a esta pequeña población, que con el paso de los años ha cambiado totalmente su aspecto para adaptarse a la demanda de alojamiento y de restauración de los peregrinos que llegan de todas las partes del mundo. No siempre compartiremos opinión sobre el estilo y el ambiente tal vez mundano que se ha ido creando entorno a la Iglesia - en su día rodeada únicamente por viñas y bosques. Pero no es el caso de detenerse demasiado sobre este tema, porque el valor de Medjugorje se debe posicionar sobre plano bien distinto: el del Espíritu, el de la vida de Dios.
TESTIMONIO
Son abundantes los testimonios de peregrinos que han tenido la alegría de encontrarse con Dios de la mano de la Virgen María, reina de la Paz. Traigo aquí uno muy sencillo, que hace referencia a lo más importante, el perdón de los pecados a través del Sacramento del Perdón:
Ha pasado ya casi un año desde el último viaje a Medjugorje y finalmente fijamos una nueva fecha para el próximo: ¡El 24 de marzo salimos! Diez días antes iniciamos la cuenta atrás. Cuanto más se acerca ese día, más intensas se hacen las jornadas, más estresante el trabajo y hasta la vigilia toca sudar…
Son abundantes los testimonios de peregrinos que han tenido la alegría de encontrarse con Dios de la mano de la Virgen María, reina de la Paz. Traigo aquí uno muy sencillo, que hace referencia a lo más importante, el perdón de los pecados a través del Sacramento del Perdón:
Ha pasado ya casi un año desde el último viaje a Medjugorje y finalmente fijamos una nueva fecha para el próximo: ¡El 24 de marzo salimos! Diez días antes iniciamos la cuenta atrás. Cuanto más se acerca ese día, más intensas se hacen las jornadas, más estresante el trabajo y hasta la vigilia toca sudar…
Pero gracias a Dios, el momento llega. Tras los clásicos contratiempos que suele haber en los viajes, llegamos a la meta y te sientes enseguida como en casa. Abrazos y sonrisas que te acogen: “¡Bienvenido de nuevo!” y un sentimiento de paz profunda te llena el corazón.
La primera cita es junto a la Madre, en la Colina de las Apariciones. Lo vivo casi como una preparación a la subida del Krizevac de la mañana siguiente, donde cada uno deberá afrontar su propio Gólgota… ¿Cómo podríamos comenzar sin el consuelo de nuestra Mamá, tan dulce e intenso como lo es siempre?
A los pies del Monte de la Cruz, el día siguiente siento algo de ansiedad. Sé que este Vía Crucis no es como los demás… La mochila invisible que llevo sobre mis espaldas está llena de “piedras”, de diversas formas y tamaños. Pero hay una que llama la atención: es la piedra del egoísmo… Estoy listo para subir, Señor mío, todo lo dejaré bajo tu Cruz… Pero, tras el primer paso, me viene a la mente la tristeza que vi en los ojos de una señora que había encontrado poco antes. Su sobrina, de 16 años, está gravemente enferma. ¿Qué hago yo entonces? Decido abandonar dos de mis “piedras” y subir otras dos para ellas.
Se sube a la cima sin “poner marchas”, solo desgranando el rosario, único bastón para esta subida. Dejo piedras por el camino, y cargo con otras: con otras de personas que no han podido estar aquí, que no pueden subir conmigo, pero que tendrían necesidad de hacerlo... Solo me queda mi “pedrusco”.
Señor mío, ¡Estoy aquí para esto! Las estaciones del Vía Crucis van pasando una tras otra. Ya estamos. Ya la veo: alta, imponente… Estoy feliz y cansado, estoy bajo la Cruz del Redentor.
Me arrodillo y vacio poco a poco la mochila, ofreciéndole todas las piedras que traje conmigo. Bueno, ¡Ahora me toca a mí, Señor mío!: tengo en mi mano mi última piedra, el “pedrusco”. Pero una vez más me invade una imagen: dos ojos sufrientes…
Un sufrimiento que conozco bien, que comprendo. Sé también que solo tu, Señor mío, la puedes consolar. Entonces, aquí bajo la cruz, dejo también esta última piedra. No para mí, sino para esta persona. Puede que no haya ofrecido mi pecado, Señor mío, pero tu me consolaste pocas horas después, regalándome esa sonrisa de esa tía; mostrándome a esa persona en la cola del confesionario con esos ojos ya menos tristes. Todo esto valió mi tercer viaje a Medjugorje. Te agradezco, Padre mío, te agradezco, Madre mía…
Giovanni Saiani
Los hay mucho más fuertes. Pero todos tienen en común que en Medjugorje dejan las piedras o el “pedrusco” que llevaban en la mochila del alma. Estos son los verdaderos milagros de Medjugorje, la conversión, el encuentro con Dios que te sale al encuentro. Este verano se prevé, como siempre, gran afluencia de peregrinos. Miles de oportunidades para abrir sin miedo de par en par las puertas del alma a Dios que llama.
Juan García Inza
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