El alma y su cuidado, y tener a Dios en la cabeza.
Dejar que Dios entre en los planes, hacerle partícipe de lo que hacemos y sentimos. Verle en el folio, en los hijos, en el beso, en el libro, en los bares. Verle.
Contemplarle en el resplandor del sol y en la tristeza. El alma en Él, enamorada, luchando por la felicidad, detalle a detalle, en esa larga o corta batalla - según se mire - que es la vida. Escribiendo versos, pasando el aspirador o paseando por la imaginación de no se sabe dónde. Dios: ese paisaje, esa intimidad de todo. El alma, que anhela más, que quiere conocer mejor y más de cerca; que busca esa intimidad de Dios, que intuye, que corre, que lee, que sueña. El alma y su cuidado. Luces y sombras. Esa esperanza, y esa desgana por la que transitamos a veces. Ese no acabar de ver claras las cosas, ese tránsito por la angustia. Y la voluntad que se estanca, que no acierta a decidir nada. ¡Qué árida se vuelve la vida en ocasiones! Sientes como si el alma se resecara, como si Dios perdiera su frescura de amor y Padre. Y fantaseas con palabras y tramas, y esos lugares donde estás tú solo, sin pensar casi. Pero la felicidad no está en esos paisajes y aventuras, en esos vuelos de faldas, pájaros u olas (sólo son indicios). La felicidad está en la fe, en mantener el brío y la bravura en la batalla; está en el orden, en la transparencia y en la fortaleza; y en esa ternura que es Dios en Su presencia y en Su don y en Su misericordia. Dios y el alma. Dios en el alma. El ser del hombre, su sed de absoluto, de luz, de paz. Pero no es fácil todo este cuidado. Requiere algún que otro silencio, abandonarse y escuchar y criterio; y ejercitarse en la virtud y en la percepción de la maravilla. Mantener a la expectativa el alma y la existencia por entero, sin ceder ni un ápice de tiempo ni de valentía.
Contemplarle en el resplandor del sol y en la tristeza. El alma en Él, enamorada, luchando por la felicidad, detalle a detalle, en esa larga o corta batalla - según se mire - que es la vida. Escribiendo versos, pasando el aspirador o paseando por la imaginación de no se sabe dónde. Dios: ese paisaje, esa intimidad de todo. El alma, que anhela más, que quiere conocer mejor y más de cerca; que busca esa intimidad de Dios, que intuye, que corre, que lee, que sueña. El alma y su cuidado. Luces y sombras. Esa esperanza, y esa desgana por la que transitamos a veces. Ese no acabar de ver claras las cosas, ese tránsito por la angustia. Y la voluntad que se estanca, que no acierta a decidir nada. ¡Qué árida se vuelve la vida en ocasiones! Sientes como si el alma se resecara, como si Dios perdiera su frescura de amor y Padre. Y fantaseas con palabras y tramas, y esos lugares donde estás tú solo, sin pensar casi. Pero la felicidad no está en esos paisajes y aventuras, en esos vuelos de faldas, pájaros u olas (sólo son indicios). La felicidad está en la fe, en mantener el brío y la bravura en la batalla; está en el orden, en la transparencia y en la fortaleza; y en esa ternura que es Dios en Su presencia y en Su don y en Su misericordia. Dios y el alma. Dios en el alma. El ser del hombre, su sed de absoluto, de luz, de paz. Pero no es fácil todo este cuidado. Requiere algún que otro silencio, abandonarse y escuchar y criterio; y ejercitarse en la virtud y en la percepción de la maravilla. Mantener a la expectativa el alma y la existencia por entero, sin ceder ni un ápice de tiempo ni de valentía.
Guillermo Urbizu
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