lunes, 16 de mayo de 2011

¿CÓMO ADMINISTRA DIOS NUESTROS TIEMPOS?



Como quiera que todos somos, criaturas diferentes…, Dios a cada uno le administra su tiempo en forma distinta.

Y siempre con un solo objetivo, que es el que Dios tiene para cada uno de nosotros, cuál es el que nos salvemos en las mejores condiciones posibles, aceptando su amor y demostrándoselo, cumplimentando su voluntad en este mundo, en el status social y económico, y con las circunstancias que nos rodean, que Él mismo ha dispuesto como las más convenientes para nuestra purificación y posterior salvación.

No todos desgraciadamente, tenemos dos clases de vida; una la vida humana material y otra la vida interior o espiritual. En ambas Dios administra nuestros tiempos, con dedicación específica y personal a cada uno de nosotros. No importa que seamos cerca de 6.000 MM de personas en este mundo, como si fuésemos 1000 veces más, su omnipotencia y capacidad carecen de límites. Pero aquí lo que nos interesa es la administración de nuestros tiempos, de nuestro propio tiempo en la vida espiritual, naturalmente para el que la tenga, pues como antes decíamos, hay muchos que carecen de vida interior o espiritual.

Existen muchas similitudes, en la política de administración de tiempos, que el Señor nos hace en nuestras dos clases de vida, lo cual es de todo punto lógica si como ya antes hemos dicho, lo único que le interesa a Dios de nosotros es nuestro amor, que le amemos al menos con una pobre caricatura del inmenso amor que Él nos tiene, que es lo único que nosotros podemos dar.

Tanto en el desarrollo de la vida mundana o exterior, como en el de la interior, en las dos todo el mundo, pasa por distintas etapas. Así en la vida exterior o mundana, se pasa por periodos de alegría y disfrute terrenal, así como periodos de frustración, angustia y sufrimiento. Y en la vida íntima o espiritual, también hay goces, contemplaciones, en periodos de visitaciones, y periodos de apatía, pereza, angustias, y otras manifestaciones propias de los llamados periodos de sequía.

Desde luego que vivir, en un periodo de visitación o consolación, en nuestra vida interior, es una auténtica gozada, no encuentro goces materiales que sean comparables, al embelesamiento que uno siente y la forma en que es atraído hacia el amor de Dios, es como sentirse sumergido en un mar de encantos divinos. Lo cual resulta lógico que estos goces sean tan deleitosos, pues ellos pertenecen al orden del espíritu, que como sabemos es un orden superior al material, al cual pertenece nuestro cuerpo actual, y digo actual, pues escatológicamente tengo dudas de que con la resurrección de la carne nuestro futuro cuerpo glorioso esté encuadrado claramente en orden material y no en el espiritual, dadas las conocidas características que tendrá nuestro futuro cuerpo glorioso, las cuales, difícilmente puede tener ningún cuerpo material y son difícilmente encuadrables en el orden de la materia. Pero dejemos este tema para otra glosa, pues no es este el momento de explayarse en el tema.

Pero también en nuestra vida espiritual, los tiempos de sequedad que el Señor quiere que atravesemos, son muchas veces insoportables, claro está que me excedo al calificarlos de insoportables, porque el Señor nada nos proporciona que no seamos capaces de soportar y en la tentación nada que se superior a nuestras fuerzas de resistencia: Por lo cual para que yo no me engría, fueme dado un aguijón de carne, un ángel de satanás, que me abofetea para que yo no me engría .Por esto rogué tres veces al Señor que se retirase de mí, y Él me dijo: Te basta mi gracia que en la flaqueza llega al colmo del poder(2Co 12,7-8). Nunca seremos tentados con una fuerza superior al poder de nuestra voluntad.

Este empleo tan distinto que da el Señor a nuestros tiempos, tienen una sencilla finalidad, la de fortalecernos templando nuestro ánimo, lo mismo que a las espadas toledanas, se las templaba su acero, pasando del calor del fuego al frio del agua y viceversa sucesivamente. Y no pensemos que nuestro mérito para prosperar en nuestra vida espiritual, que es como decir en el amor al Señor, está en los tiempos de visitación, sino todo lo contrario, en los de sequía, que es cuando nos endurecemos y avanzamos en nuestra purificación en esta vida. Y particularmente para mí, el sentir en mí ser, la disparidad espiritual, que se tiene en estas dos clases de tiempos tan distintos, me hace comprender no solo la existencia de Dios, sino lo tremenda que es su grandeza y omnipotencia, pues cuando Él ve, que el alma puede flaquear, enseguida la visita con sus caricias espirituales, que reconfortan y le relanzan a uno. Dios no abandona nunca a los que ama.

No anhelemos los momentos de visitación, si los tenemos es porque Dios lo estima oportuno, nunca porque nos los merezcamos, porque no olvidar que lo que en esos momentos se siente, ese amor sensible que nos da la sensación de que le amamos mucho, y esto, no es más que el reflejo del amor que Él, en esos momentos nos está proporcionando, pues todo el amor que existe en el universo, solo emana de Él, lo nuestro, lo que nosotros llamamos amar a Dios, es un simple reflejo de su propia amor. Nosotros amemos, porque Él nos amó primero (1Jn 4,19).

Donde nosotros nos purificamos y adquirimos los méritos para nuestra purificación, es en esa lucha que tenemos que mantener, en el día a día, para demostrarle que somos dignos de su amor. Es en los tiempos de sequía espiritual, donde nos fortalecemos y podemos ofrecerlo algo nuestro a Él, aunque solo sea la triste pobreza de nuestras miserias. Es amando al que no nos ama, rezando por los que nos ofenden y nos odian, soportando lo insoportable, es cómo podemos avanzar en nuestra lucha ascética, aprovechando debidamente el tiempo que Dios en su infinita paciencia y amor por nosotros, día a día nos proporciona mientras nos está aguantando. Luchemos sin odiar, a los que tanto mal nos están proporcionando, pero no olvidemos el inmenso favor que con su maldad nos están dando, a todos los que sean capaces de sufrir sin rechistar.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

No hay comentarios: